La columna de Américo Piccagli: “¿Qué nos pasó a los argentinos?”
Por el historiador Américo Piccagli
Como un castigo de la naturaleza ha caído sobre el mundo una epidemia que se ha generalizado para convertirse en una pandemia y nuestro país no es ajeno a esa enfermedad; en muy poco tiempo se tranformó el estilo de vida de modo tal, como si fuera un castigo por tantos desmanes cometidos, incitando a una violencia sin sentido, que está destruyendo la vida de las familias más indefensas.
Como consecuencia de ese descontrolado mal, que ha trascendido y golpeado a los más desprotegidos de nuestra sociedad, por la violación de reglas básicas de nuestra integración social, que nos ha postrado en un hacinamiento, con un desorden y una inseguridad inédita.
Se justifica desde ya que nos preguntemos entonces: ¿qué nos pasa a los argentinos?, para malograr tantas ilusiones y haber perdido esa relación de armonía en nuestro trato diario, con un desprecio tan grande de las cotidianas costumbres, que nos remite al pensamiento de Cacho de Buenos Aires: ¡Qué triste está la Argentina!
Hoy estamos así y doblemente agobiados por preguntarnos, por qué tantas muertes de nuestra institución sanitaria y por qué tanta desigualdad. No son pocos los médicos enfermeras o personal sanitario afectado o muerto por la pandemia. ¿Hasta cuándo tendremos que estar viendo morir integrantes de los servicios sociales o de la seguridad, heridos o incapacitados para el resto de su vida, por un valiente cumplimiento de la ley? ¿Hasta cuándo seguirán amenazados, matando o hiriendo como ha ocurrido con una agente de la policía que quedó descerebrada? ¿Hasta cuando esa inseguridad y la restricción a la actuación policial y la benevolencia de la justicia?
En una familia en que una parte está enferma, el resto no debe encontrar justificación para no trabajar, porque necesariamente debe mantener al resto y tratar de mejorala, no se puede abandonar el trabajo, habiendo un futuro de por medio.
Un país así, donde no se trabaja, es un país inseguro, sin orden y sin ofrecer trabajo ni futuro, y lo peor de todo es que nos estamos acostumbrando a vivir inmersos en esta pandemia altamente riesgosa, con abandono o incumplimiento total de las reglas sociales instaladas de modo general, en un mundo en crisis de valores, tanto en el seno de las familias, como en el resto de la sociedad misma, que no respeta los procedimentos de la lucha contra el mal.
¡Tanto hemos cambiado como sociedad!, para que nos cueste reconocer que las cosas no empezaron por sí solas; ello es consecuenccia de una enfermadad y una laxación del respeto, que merece la autoridad; la democracia recuperarada, no puede estar atada a ciertos desbordes y actuaciónes fuera de la ley, destruyendo con indolencia lo que nos costó tanto recobrar.
Años costará revertir los ilícitos y las exenciones que seguirán ocurriendo, porque no hay arrepentimiento de quienes se sienten privilegiados o con derechos fuera de la ley para continuar con sus inclinaciones delictivas.
Ante tamaño desconcierto, solo nos queda la ilusión de ver esa reserva joven, que podrá mantener viva la esperanza, de que más pronto que lejos, nos devuelvan el país, que disfrutamos en nuestra juventud; no igual, porque el mundo cambia; y sobre todo por el pensamiento que esta pandemia enfermiza pueda impulsar al finalizar, con contenidos que nos permitan sobrevivir, para revertir la situción actual y recuperar la paz social, la convivencia cívica, en una sociedad más equilibrada, más segura y por sobre todo más justa, en la distribución de la gran riqueza de nuestra tierra, con una tolerancia que tanto anhelamos, sin rencor y sin que deba importarnos el color político de quien nos gobierne, siempre dentro de la ley y con justicia.
Ese es el desenlace final que percibo y deseo para mi país, luego de haber transitado profundos caminos durante más de nueve largas décadas de vida, para comprender en toda su amplitud, que esta memoria que Dios me dio, sea útil para aconsejar y orientar, el destino de las futuras generaciones, de quienes hoy son nuestros hijos o nietos, que seguramente tendrán en sus manos el futuro de la Patria.