Al momento de escribir estas líneas se cumple un aniversario más del nacimiento de nuestro prócer máximo y viene a mi memoria la celebración en Madrid el 27 de febrero de 1978, luego de que en Felanitx (Mallorca) habíamos impuesto el nombre de “Ciudad de San Pedro” a una calle que hace esquina con la Vía República Argentina, con el Alcalde Don Andrés Manresa Andreu, previa conversación telefónica con el intendente Don Eduardo Lus Donatti.
Aunque no hay documentos que acrediten sin duda la fecha de aquel nacimiento, siempre se ha tenido por cierta. Había aprovechado mi viaje para recorrer lugares en que había batallado San Martín, como los campos de Andújar y Bailén, combatiendo a los franceses que comandaba Napoleón, y faltando pocos días para regresar a Argentina, fuimos invitados al Colegio Mayor Nuestra Señora de Luján, emplazado cerca del palacio de la Moncloa y los lugares que inmortalizó Goya en el lienzo “Los fusilamientos del 2 de mayo”, primera sublevación popular acaudillada por al alcalde de Móstoles contra la invasión francesa.
Reunidos en la amplia sala de actos del colegio –calculo que seríamos no menos de 300 argentinos que nos reunimos– junto con algunos españoles, intercambiándonos información sobre lugares de procedencia, y no falta casi rincón de la patria que no estuviese representado. Ello me hacía acordar las numerosas conferencias que en los años 40 nos brindaba en Buenos Aires, en el Centro Asturiano, un político español exiliado por republicano, Don Augusto Barcia Trelles, la persona que más sabía sobre vida y obra de San Martín, en especial del Capitán José de San Martín y Matorras, como se le conocía en España, dado que sus padres, Don Juan de San Martín y Doña Gregoria Matorras y del Ser, eran naturales de Paredes de Nava y Cervatos de la Cueza, poblaciones castellano-manchegas donde aún se conservan costumbres ancestrales.
Vibrando de emoción, se inició el acto izando la bandera y entonando el Himno Nacional. Alguna lágrima se vio rodar también y más de uno había pasado el brazo sobre el hombro del compañero como para reafirmar la presencia y la nostalgia de la patria lejana, por más que aquel suelo de Madrid era también un poco nuestro.
El embajador General Leandro Anaya hizo un discurso alusivo, destacando precisamente las raíces españolas de San Martín, que no le impidieron luchar por la independencia de su tierra natal, cuando ya era notoria la necesidad de tener autoridades propias dado que los reyes Carlos IV y Fernando VII habían demostrado la incapacidad de mantener sus colonias en América.
Concluido el acto, fuimos invitados a reunirnos en la embajada, donde se sirvió un variado surtido de entremeses regados con vinos argentinos, por más que Orfila fuese de ascendencia menorquina, pero no faltó que un brigadier se nos aproximara para decirnos: ¡”Che, qué despilfarro!. ¿No hubiera sido mejor una ristra de asadores con unos buenos corderos
a la brasa”?. “Tenés razón, pero fijate que no hay cubiertos, que de haber asado seguro que se afanan los cuchillos”.
La actriz Libertad Leblanc se paseaba entre los circunstantes luciendo un generoso escote que atraía más de una mirada. San Martín, circunspecto como era, igualmente estaba presente en espíritu.
Miguel A. Bordoy
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