No conocí personalmente al señor Soto, pero una tragedia que enlutó su casa me dejó un sentimiento de impotencia; tengo entendido que era un hombre íntegro. ¿Cómo un hombre así llega a estos extremos?
Un hombre, un padre da la vida por sus hijos. Él dio la suya, a cambio de la vida que quitó. Y la vida que quitó fue para defender a sus hijos de esa maldición que es la droga.
Podría haber ido a las autoridades policiales pero ¿tenemos buenos policías preocupados por esta plaga? Pudo pedir ayuda al municipio pero ¿tenemos buenos políticos para sacar de las calles lo que está matando a nuestros hijos? ¿Dónde está la respuesta? El señor Soto encontró la respuesta en el caño de un arma, ¿no nos está diciendo esto que estamos faltos de protección? Los padres, ¿hablamos con nuestros hijos sobre los peligros de las drogas?
Sí, lo hacemos, pero las amistades que hacen en la calle están fuera de nuestro alcance. Este chico no estaba fuera del alcance del señor Soto. Creo que su mente no pudo soportar lo que había hecho.
La culpa y el dolor eran muy grandes para llevarlos por siempre y no encontró otra salida. Estoy segura que toda la ciudadanía piensa que, llegado el caso, actuaría igual. Pero no debemos tomar la justicia en nuestras manos.
Los chicos han perdido un padre, y una madre perdió a su hijo.
Las autoridades, no se cuál, si policial, si municipal o barrial, deberían unirse para tomar las medidas necesarias. Los padres, las madres de cada barrio, tenemos que estar unidos y atentos ante cualquier cosa extraña, que suceda en nuestro barrio. No nos lavemos las manos que un día nos puede tocar a nosotros. Dios quiera que no.
O. Rodríguez – L.C. 4.209.044