Mi mamá trabajaba en Radio APA haciendo tareas de limpieza y luego en casa de Héctor Levín haciendo lo mismo. Así que pude conocerlo cuando era chiquito, y a su hermosa familia, la cual siempre nos tuvo un gran aprecio y nosotros a ellos también.
Desde chico supe que me gustaba hacer radio y a eso de los 11 años andaba dando vueltas en FM Vida 105.1, la segunda radio de Héctor, allí en calle Rivadavia, en un espacio con gran ventanal que daba a una terraza. En esa época solo cebaba mates a Majo Mora y su operador. Pero varios años después pude tener mi segundo programa de radio en la radio que tanto quería, en la FM Vida.
“Vivamos la Vida” fue el nombre de dicho programa que hicimos con Matías San Hilario los sábados por la tarde. Cuatro horas con música, novedades, sorteos, risas y mucha diversión. Pero en medio del hobby, del juego de hacer radio para nosotros que recién arrancábamos, estaba el aprendizaje que conllevaba estar al lado de Héctor.
Maestro de casi todos los que hicieron radio en San Pedro, querido por la mayoría de quienes lo conocieron y viven en la Ciudad, sabía que aunque era un simple programa de música, de chicos que apenas tenían noción de lo que hacían, tenía que tener calidad. Y es que estábamos en una de las radios que más se escuchaba en ese entonces.
Teníamos que levantar noticias, redactarlas nosotros, saber respetar espacios, redactar y leer publicidades, seleccionar bien la música. Hicimos notas, móviles, coberturas de eventos…
Aprendimos con él cómo hacer radio de calidad, como si estuviéramos trabajando en un medio de los más importantes. Y es que como alguna vez dijo Lilí Berardi: Héctor tenía el concepto desde siempre de la buena radio, la radio AM, la radio profesional, aún en un pequeño pueblo.
Con él mantuvimos charlas largas sobre cómo hacer radio, cómo abordar un tema u otro, cómo llegar a los auspiciantes, a la gente.
Su humildad, su mansedumbre, pero también su firmeza eran admirables. Él era uno más de nosotros, y nos tenía cariño. Éramos sus hijos de radio. Así lo sentimos todos aquellos, algunos con más años a su lado y más anécdotas que contar que otros, que pasamos por su enseñanza y que lo recordaremos siempre con cariño en nuestro corazón.
Hasta siempre Héctor….
¡y gracias, gracias, gracias!
Claudio D. Furfaro
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