Finalmente, luego de 38 años de ocurrido, la Justicia reconoció que el pelado Angelelli, como era llamado el Obispo de La Rioja, fue asesinado por el terrorismo de Estado; y Francisco, en un gesto que lo honra, abrió los archivos vaticanos, comprobando que Roma sabía muy bien lo que había sucedido. Los cristianos siempre llamaron mártires a quienes dieron su vida por la fe. Por eso los curas villeros lo nombran como “San Enrique de los Llanos” y dejan bien clara su posición: “A la vez que esperamos –quizás ingenuamente– que el episcopado argentino lo reconozca como mártir y a la vez exprese públicamente su arrepentimiento por haber callado frente a su asesinato, que clamaba Justicia.”
Pero no fue Angelelli el único Obispo Mártir de la dictadura. En esta semana los nicoleños recuerdan al Padre Obispo Ponce de León, que un año después también fuera asesinado, siempre bajo la apariencia de accidente automovilístico. Asesinado por denunciar proféticamente la persecución de sus ovejas. Quien lo conoció en el trato diario, quien compartió confidencias y sueños con aquel pastor, sabe que era capaz de ir hasta las últimas consecuencias y dar la vida por defender las personas a él confiadas en su misión pastoral. Personalmente trabajé junto a él en mis primeros años de sacerdocio en la diócesis. En el año 70, un triste desencuentro me llevó a alejarme de la institución, pero es mi deber aclarar que aunque las apariencias lo presupongan, no fue Ponce el responsable de ese enfrentamiento, ni fue decepción con él lo que me llevó a tomar esa decisión. Los hombres de fe sabemos que Dios escribe derecho con renglones torcidos, y alguna vez cumpliré con un deber de justicia para con la verdad contando cuál fue el proceso de aquel traslado que causó tanto revuelo, y frente al cual decidí en mi fuero íntimo dejar la institución eclesiástica, algo que agradezco a Dios hasta hoy.
A los hombres que conducen la Iglesia hoy les toca el desafío, frente a Dios y también frente a su pueblo, de ser coherentes con el Evangelio de Jesús. De ser honestos y no ser cómplices. De ser auténticos y humildes, porque a todos nos enseñaron en el Seminario que para obtener el perdón es necesario el arrepentimiento sincero. Y las conductas humanas no se juzgan conforme la “Imitación de Cristo” o manuales morales sino conforme el Evangelio.
Fue ese Evangelio que llevó a Angelelli, a Ponce, a los curas palotinos y a tantos otros cristianos a asumir un compromiso con los excluidos, luchando por la transformación de la sociedad para cumplir con aquello del Padre nuestro “venga a nosotros tu Reino…”. La más ortodoxa teología enseña que ese Reino comienza aquí en la tierra, y es justamente la construcción de una sociedad más justa, más humana y más feliz. Una sociedad que no tenga el barniz hipócrita de cristiana sino donde impere la justicia, la fraternidad y la verdad.
Eduardo Flores,
DNI 4.685.785
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