Fins Sempre Professor Miguel Antonio Bordoy
Sempre sera el meu amic y i moltes gràcies per ensenyar-me a ensenyar, per caminar sense pausa, per l’aconseguir sense pressa, per educar amando.
Hay días que son difíciles y este fue uno de ellos, al enterarme de la triste noticia del fallecimiento del Profesor Miguel Antonio Bordoy Matheu o quizás como todos lo conocían: “El Gordo Bordoy”.
Tuve el enorme placer después de tantísimos años de entablar una relación epistolar con Don Miguel y esperar ansiosamente cada una de las respuestas a mis mails.
Su maravillosa prosa hacía de sus mensajes una apasionante lectura, donde las historias volvían a renacer, donde los actores eran nuevamente de carne y hueso.
Fue así donde a través de esos mails que nos enviábamos mes a mes pude descubrir un hombre que recordaba cada instante de su vida con una claridad extraordinaria. Pero ese fue el hombre que ya había partido de San Pedro. El otro, el de la Escuela de Comercio, el docente, ese lo conocí cuando yo era muy chico. Mi madre al volver de la escuela siempre le comentaba a mi padre: “Otra vez, se negó a planificar”.
Don Antonio, hoy si mi madre viviese, también tendría para conmigo ese mismo reclamo, porque yo evidentemente soy un fiel discípulo suyo: el planificar como usted ya dijo, me da urticaria. No se puede planificar un acto de amor, y educar es eso. Pero claro, como aparecía en el título de mi vieja “blah, blah, blah, Ciencias de la Educación”, y como toda ciencia, debo planificar. Pero sabe una cosa mí estimado Don Miguel: tan mal no me va, y fundamentalmente porque cuando uno pone amor en lo que hace, es donde la clase desbocada se convierte en la más organizada.
En fin Don miguel, empecé esta nota tratándolo de usted y a medida que entro en confianza con el papel en blanco estas líneas se van transformando en una especie de charla íntima; en una mesa en “El Butti”, con un café de por medio. Viendo la gente pasar y usted contándome de historias pasadas, de un presente deslumbrante, de futuros inciertos.
Sabe algo, me puse a revisar los mensajes mandados por usted, y la verdad que son un compendio detallado de su propia vida, de sus años mozos en Capital Federal, de sus encuentros con algún ex Presidente cuando miraba usted una vidriera. Claro, mucho después llegaron los viajes a San Pedro. Un amor, una familia, sus hijas.
Desde que yo me fui al Colegio Industrial y hasta el 2007 no nos volvimos a ver. Como dirían en España “Joder”, nos pasamos varios pueblos. Militares, democracia, muchos presidentes elegidos por el pueblo, y en San Pedro, nuestra patria chica, quedaban historias de vida. Usted se jubiló, y partió a su tierra natal. Yo me fui a La Plata, y empecé mi propia historia.
¡Cuántos años pasaron! Pero Internet nos permitió a usted en su sabia vejez y a mí en mí adultez, volver a encontrarnos.
Miguel, gracias por darme en éstos pocos años, tantas palabras de aliento, esas historias de un pasado efímero. Gracias con mayúscula por la semblanza que trazó de mi madre al cumplirse los 25 años de su fallecimiento en el homenaje que llevó adelante nuestra común amiga Lili. Sus palabras, sus sentimiento, serán atesorados a lo largo de mi vida.
Esta carta va llegando al final, y quiero entonces despedirme Don Miguel, agradeciéndole una y mil veces su energía docente, su pasión sobrehumana, ese darse hasta el fin, por el andar sin pausa, por el lograr sin prisa, por educar amando como sabía decir.
No le digo hasta cuándo, puede ser hasta pronto, puede ser hasta siempre.
En algún lugar seguirá educando, yo acá trataré de hacer lo mismo.
La Plata, 10 de septiembre 2010
Con afecto, David Pujol.