Femicidio de María Esperanza: dos hipótesis sobre el móvil del crimen confluyen en una complicada historia familiar
María Esperanza Fernández fue asesinada a martillazos el domingo. La encontraron su hija y su yerno, quienes estaban con los hijos más chicos desde el sábado, luego de que ella discutiera con su pareja, Roberto Ramón Romero. Acusado de femicidio cometido con alevosía y premeditación, permanece prófugo tras asestarle ocho martillazos en la cabeza. En dos cartas que dejó y en un audio de WhatsApp que envió mientras escapaba habla de una presunta relación amorosa con la hija mayor de su esposa pero hay versiones que sostienen que ese vínculo no era consentido.
Desde el domingo, San Pedro está conmocionada por un femicidio. El tercero en dos años, el número 40 en el país desde que se desató la pandemia de coronavirus. El crimen tiene un nombre: María Esperanza Fernández, de 43 años, madre de dos varones y cuatro mujeres, de entre 8 y 18 años los más chicos, hijos del femicida; de más de 20 los mayores.
Sucedió en el barrio El Amanecer, donde termina la zona urbanizada de la ciudad antes de Cantando en el Río. Esa última cuadra, desde donde se escucha cuando pasa el río, tiene mejorado y hasta luces led en el alumbrado público. Las casas todavía son de material. Algunas hasta tienen dos pisos.
La vivienda en la que la encontraron asesinada está ubicada en terrenos fiscales próximos a la barranca donde se erigen varias edificaciones de la familia Romero, la de Roberto Ramón Romero (46), pareja de María Esperanza y acusado de haberla asesinado.
El acceso a la casa que fue escena del crimen es una puerta de tejido, sostenida por dos postes que ofician, además, de sostén de un alambrado que dibuja un pasillo hacia el fondo. Porque lo que antes era el hogar de la pareja de María Esperanza y Roberto está detrás de la vivienda familiar en la que habitan la madre de Romero y sus hermanos. Algunos hermanos, porque otros residen en edificaciones próximas, también ubicadas en el mismo terreno.
El sábado a la tarde, una de las habituales discusiones que Romero y María Esperanza mantenían se escuchó en el barrio. "Siempre discutían", dijo un cuñado de la mujer asesinada. Ella, ese sábado por la tarde, le llevó los chicos a Araceli, una de las dos hijas que ya no vivían en la casa familiar.
Araceli tiene 18 años y está en pareja con Braian. El sábado tuvo a sus hermanos en su casa y el domingo por la mañana intentó comunicarse con su madre pero sin éxito. La duda sobre la falta de respuesta hizo que después de comer, alrededor de las 15.00, decidiera ir hasta Juan Ismael Giménez al 3000, donde todavía algunos frentes tienen un cartel que dice San Lorenzo, el antiguo nombre de la calle.
Afuera de la casa los perros ladraban. Araceli y Braian se sorprendieron: Roberto Romero, el empleado de vivero que trabajó en varios establecimientos de ese tipo, nunca los dejaba sueltos porque no quería que le rompieran las plantas del patio.
Como nadie respondía, forzaron una ventana para entrar. Pasaron por la habitación sin notar nada raro y llegaron a la cocina. Braian fue quien descubrió el espantoso escenario del crimen de María Esperanza y se lo contó a su pareja. Habían matado a su madre y unas cartas revelaban el femicidio.
Eran más de las 15.30 cuando comenzaron a arribar familiares, vecinos, curiosos, policías, ambulancia, médicos y la instructora judicial Jimena Santini, a quien le tocaba cubrir el turno de la fiscala de San Pedro residente en San Nicolás Viviana Ramos, titular de la UFI 11.
Mientras esperaban la presencia de Policía Científica para las pericias de rigor, lo único que se escuchaba era el llanto de Araceli. "Qué mierda hace la cámara acá. La mató y listo, salgan de acá. Mató a mi mamá, como hacen con todas las mujeres", le gritó al cronista de La Opinión & Sin Galera.
Cuando llegó Científica, la tarea de recolección de pruebas y las pericias previas a la autopsia de rigor ya adelantaban que María Esperanza Fernández había sido asesinada a golpes. Un martillo —una maza de albañilería para mayor precisión— ensangrentado era el arma homicida.
Entre las cosas que la Policía Científica entregó a Fiscalía había cuatro hojas escritas a mano en letra de imprenta. Sobre el contenido de esas notas volveremos más adelante, cuando este relato haga referencia a las versiones que, todavía con el cuerpo de María Esperanza dentro de la casa, comenzaron a correr de este lado del alambrado, con miembros de ambas familias como informantes.
La reconstrucción que obra en la causa penal en marcha señala que el femicidio fue cometido en horas de la madrugada del domingo, alrededor de ocho horas antes del hallazgo. La estimación coincide con el horario en el que aseguran se vio a Roberto Ramón Romero irse en bicicleta de la casa, alrededor de las 7.00 de la mañana.
Según la autopsia practicada el lunes en la morgue judicial de San Nicolás, la víctima recibió ocho martillazos en la cabeza. El primero fue fatal. Le produjo una fractura de cráneo y una hemorragia cerebral. Su muerte fue instantánea.
El informe forense permitió establecer que María Esperanza estaba dormida cuando la atacaron. Por eso no hay más signos de defensa que un dedo quebrado. En su cuerpo no hay ningún rastro de violencia previa. En la Justicia, tampoco: si Roberto Romero alguna vez la maltrató, ella nunca lo denunció.
Estaban juntos hace más de 18 años. De hecho, esa es la edad de Araceli, la hija mayor de ambos . Desde que ella formó pareja, en la casa quedaron los tres más chicos y el matrimonio. La hija de María Esperanza, Yanina, ya se había ido del hogar para conformar el propio, con su novio.
Roberto Romero trabajaba, como se dijo, en un vivero. Ella se ocupaba de los chicos, que eran asistidos en la Casa del Niño El Amanecer. Ella, además, se ocupaba de gestionar la ayuda social de Desarrollo Humano y de ir a buscar la mercadería que otorga la Municipalidad a quienes necesitan. Al igual que él, tenía una bicicleta como única movilidad.
A María Esperanza le gustaba celebrar los cumpleaños, reunirse en familia, y se apoyaba mucho en su mamá, Florinda, "la petisa", como la conocen quienes la tratan cotidianamente. "Ella era un ser de luz, una mujer muy buena", dijo una tía de Romero que la trataba con frecuencia.
A "la petisa" fue a quien el lunes por la mañana Roberto Romero, ya prófugo de la Justicia y acusado de femicidio, le mandó un audio de más de tres minutos en el que en medio de insultos, acusaciones y adjetivaciones soeces dice que se va a "presentar en San Nicolás".
"Me voy a presentar a la Fiscalía de San Nicolás, me lleva un amigo en camioneta. Quedate tranquila que ella va a tener que declarar ante un juez", dice. "Ella", en ese audio, es la hija mayor de María Esperanza Fernández, Yanina, de 24 años. En el mensaje de voz, al igual que en las cartas que aparecieron junto al cuerpo de la mujer asesinada, Romero habla de una presunta relación amorosa.
"Eso era lo que queríamos contarte en la reunión que supuestamente íbamos a hacer hoy", dice en el audio enviado a "la petisa". Según los registros que obran en poder de la Justicia, Romero envió dos mensajes desde que cometió el asesinato: ese audio es uno; el otro tendría como destinataria a Yanina.
"Que se prepare para declarar, porque ni todos los psicólogos que le ponen va a remediar la cagada que se mandó", dice Romero en el relato y acusa a la hija de su esposa de que "siempre decía que los que molestaban eran usted, la familia y la madre". Incluso llega a deslizar que matar a María Esperanza era una especie de "plan" para "escaparse a Catamarca".
En los manuscritos que aparecieron en la escena del crimen, en letra de imprenta, con muchas faltas de ortograífía y tinta negra, se pueden reconocer dos cartas con dos destinatarias: una es "Yani". El texto, presumiblemente redactado ante la inminencia del crimen, dice: "Hoy es el momento de cumplirte lo que tanto me pedís desde el primer año que estamos juntos".
Allí, el autor de la carta, presumiblemente Roberto Romero, refiere a la posibilidad de "formar nuestra familia y poder hacer nuestra vida sin que nadie nos molesta" y de "arriesgarse" para demostrar que su amor es verdadero. "Lo voy a a hacer de la forma que vos me dijiste", dice.
"Bueno, mie eterno amor, ya sabés: si algo sale mal, vos ya sabés dónde estoy, y cuando vayas a verme fijate bien cómo y cuándo lo vas a hacer, pero primero madame un mensaje, como lo acordamos", escribió antes de despedirse y desear "que todo salga según lo planeamos, sólo hay que tener fe".
La otra carta comienza y termina con un "mami" y la firma "tu hijo", por lo que se presume que Romero la habría escrito para su madre, que vive en la casa que da a la calle, en el terreno donde está emplazada la vivienda escenario del femicido.
"Perdón, Mami. Todo lo que hacemos con Yanina es porque queremos ser felices, sin que nadie nos moleste. Porque hace cinco años que estamos juntos y aunque muchos lo saben, jamás lo van a entender", dice esa segunda nota hallada en el lugar. Más corta y con letras más grandes, se despide con un "hasta siempre, mamá" y con el deseo de "si Dios quiere, en algún momento nos veremos, porque la María ya lo sabe. Se lo dijimos yo y Yanina".
En el barrio, familiares de María Esperanza Fernández y de Roberto Ramón Romero, en distintos momentos y en conversaciones mantenidas con diversos periodistas de este medio, refirieron que se comentaba la versión de que el femicida tendría una relación amorosa con la hija mayor de la víctima.
Pero también hay otras versiones que surgen, de la misma manera, del seno familiar de ambos miembros del matrimonio. Esas otras versiones hablan de un delito de carácter muy grave y en el que sindican a Romero como autor y a la hija de María Esperanza como víctima, puesto que esa presunta relación no sería consentida y habría comenzado cuando ella era muy chica.
Algo dice el propio Romero en el audio que envió a su suegra: "Me amenazaba y me decía que si yo no le daba un hijo o mataba a la madre y me iba a con ella a Catamarca me iba a hacer meter preso, iba a decir que la violaba desde que era chiquita".
De hecho, la mujer habría hecho referencia a presuntas situaciones de abuso en diálogos que mantuvo con personal oficial del Estado municipal y con miembros de una de las organizaciones feministas que trabaja en San Pedro, con quienes mantiene contacto permanente desde el domingo y que le prestan asistencia y contención.
En la Justicia, la fiscala Viviana Ramos tiene en su poder la información, los audios y las versiones. Todavía debe recoger testimonios y esperar diligencias, pero antes de abocarse a las cuestiones relacionadas con el móvil del femicidio, espera resultados de la búsqueda de Roberto Ramón Romero.
El mismo domingo del crimen comenzaron a buscarlo. Sus propios hermanos acompañaron a la policía a algunos lugares donde podría haber ido, pero sin resultados. Para continuar la tarea, convocaron a perros especializados en el hallazgo de personas.
A las 16.30 del lunes, la división canes de la Policía de Santa Fe, departamento de Villa Constitución, y de la Secretaría de Seguridad de Escobar estaban con los perros en la escena del crimen. Llamativamente, les costó encontrar prendas del femicida prófugo: la propia hija que encontró a su madre asesinada quemó todo.
Ropa, colchón, cama, todas las pertenencias habían sido incineradas. Una gorra permitió que los perros tuvieran un señuelo para reconocer al acusado. La búsqueda comenzó, entonces, en el barrio El Amanecer. Hasta el cierre de esta nota, todavía no lo habían encontrado.
Los perros abocados a la tarea estaban liderados por Bruno, un can del equipo de Escobar que es una superestrella nacional en la materia. Tiene en su vasta trayectoria una gran cantidad de casos resueltos, sobre todo en el hallazgo de personas asesinadas.
Bruno comenzó a correr por Juan Ismael Giménez en sentido Bajada de Chaves. Antes de llegar al centro El Amanecer, se detuvo en una casa y entró por el costado hacia una casilla ubicada en el fondo. La madre del dueño, un remisero que estaba trabajando, dijo que todos en el barrio conocían a Romero pero que no recordaba que haya podido estar en lo de su hijo. El perro estuvo un rato dando vueltas y siguió su camino.
Por la Bajada de Chaves subió hasta Saavedra. Dobló unos metros hacia la derecha, como quien va para la casa de María Esperanza y Romero, pero a mitad de carrera se metió en un predio por un camino peatonal marcado, ubicado a la izquierda de una canchita de fútbol donde, en plena cuarentena, varios muchachos del barrio disputaban un partido, sin hacer caso a la presencia policial, que era mucha.
Bruno cruzó todo ese predio, ubicado detrás de la cancha de Independencia y salió por calle Lavalle, en la que dobló hasta el acceso a El Sueño del Tano. En ese callejón rural, se metió en un claro y se quedó. Los adiestradores notaron que había rastros que conducían a un zanjón y cruzaron a campo traviesa.
Ya del otro lado, en la denominada bajada de Los dos Pinos, Bruno pidió descanso. Lo relevó Hugo, otro perro de Escobar, que guio a los investigadores en dirección al camino Lucio Mansilla. Pasando El Fortín, Bruno se bajó de la camioneta y corrió hacia un callejón que lleva a un pequeño vivero.
Cuando hizo alrededor de 500 metros, siguió su carrera hacia la izquierda, donde hay una tapera. Una antigua vivienda de campo destruida, sin aberturas ni techos y con muchos años de abandono, que tenía en sus extremos norte y sur dos pozos. En uno de ellos se concentraron los perros.
Sin embargo, no encontraron nada. Desde allí, dieron una vuelta que conformó un cuadrante entre callejones rurales internos, el camino que lleva a El Espinillo y Lucio Mansilla, que no es otra cosa que la ruta provincial 1001 que lleva a Vuelta de Obligado.
Ya era de noche. Los perros, sobre todo Bruno, habían andado mucho. El aporte había sido muy importante: en las últimas 24 horas, Roberto Ramón Romero había pasado por esa zona, que conoce muy bien porque allí trabaja.
El martes la búsqueda se concentró en ese sector, siempre bajo la coordinación de Bruno y el apoyo de los otros perros de búsqueda, entre los que había algunos adiestrados para grandes áreas. La noche volvió a encontrar a los investigadores sin suerte.
Mientras esa búsqueda se desarrollaba, la misma chica que había insultado al equipo de La Opinion & Sin Galera por transmitir lo que ocurría cuando comenzaba la búsqueda, hablaba para una programa de la TV nacional.
En medio de su relato, hasta tuvo palabras contra quienes están a cargo de la investigación y de la búsqueda del prófugo, que desde el domingo por la tarde están abocados sin descanso a dar con el paradero del femicida. Sin suerte pero con pistas firmes en un terreno complicado.
El país asistió no sólo a esa nota sino a las que otros medios publicaron, puesto que la noticia de un nuevo femicidio ganó los portales y las pantallas nacionales. Incluso hubo algunos que arriesgaron presuntas resoluciones en el río.
Por estas horas todo se concentra en los móviles del crimen y la Justicia está abocada a la búsqueda del femicida Ramón Romero. En San Pedro, la población no sale de su asombro. Porque mataron a una vecina, a una mujer del barrio, a una amiga, a una familiar, a una madre, a una hija a la que ni siquiera pudieron velar porque no lo permitió la pandemia.
Los restos de María Esperanza fueron sepultados sin cortejo fúnebre el martes a las 11.00 de la mañana en el Cementerio local.