Es entonces el arte la más desesperada búsqueda de comunicación, pero de la comunicacion verdadera, la que va de alma a alma
Estoy sentada en la redacción cuando Lucía aparece con un sobre de color madera, me lo entrega en mano y me dice: “se alegró un montón cuando le comenté que estabas acá y que eras la responsable de esta columna. Te manda un beso enorme.” Respiro profundo, cierro los ojos como para dar un cierre a mi concentración sobre la catarata de letras que se derraman sobre mi monitor y que no consiguen ponerse de acuerdo, mientras se mezclan con las ideas que intentaba plasmar. Vuelvo a respirar. Abro el sobre. En un instante todo el aire “desinspirado” desaparece y es reemplazado por la emoción que me cierra el pecho, pero que me abre el alma. Una foto en blanco y negro con el rostro de un “pelilargo, con mirada lánguida a la vez que sagaz” como lo describe María Luisa Manassero; un hombre, que después de mi padre, ha sido fundamental en la historia de mi vida. Un hombre que desde muy pequeña me tomó de la mano y me llevó a caminar por los tiempos del arte. Alguien a quien le debo mi amor, mi saber, el desarrollo de mi gusto, la admiración, la curiosidad y por sobre todo la esperanza de imaginar siempre, que en mi alma existe un artista que crece.
En un instante la película de esos años comenzó a proyectarse con una rapidez increíble, una de las primeras que reaparece es Lucía, de esos pisos flotantes y ladrillos blancos, del calor de la salamandra en los fríos inviernos, inviernos como este, cuando nos cubríamos con polainas negras y entregábamos nuestro cuerpo a los caprichos de la música. De esa niñez nos conocemos y la vida nos pone a compartir nuestra imaginación nuevamente.
El señor de los despojos
Fernando García Curten, como dice su amigo Abelardo Castillo ” demasiado talentoso para la frivolidad, demasiado rebelde para la desesperación”, encontró en sí mismo una forma de arte y probó una etimología. Agonizar, ya lo sabían los griegos, es lo mismo que luchar. En esa raíz semántica, en esa contradicción, yo he visto el secreto de estos cuadros y estas esculturas. Ya se trate de un humanoide que sostiene el marco de su propio estrago, de un ciclista calcinado que parece venir desde Hiroshima, de un abstracto sediento comido por su propia sed, estos fantasmas de alambre y madera y clavos se instalan en la realidad como una negación.”
Yo crecí entre esos fantasmas que asustan a muchos. Que activan la reflexión de otros; que producen admiración, curiosidad; que son mis amigos. La vida, esta vida, mi vida, me llevó por muchos caminos, algunos de los cuales conducían a puntos muy lejanos de la puerta de Edna, pero otros que terminaban en ella. Habían pasado muchos años, regresaba de Buenos Aires por decisión propia, necesitaba volver, quería el olor de los azahares, las naranjas que juegan carreras en la calle Rivadavia, los chicos apilonados arriba de las bicicletas paseando por las calles, la plaza Belgrano con sus jubilados tomando sol, el Butti, y sigo caminando por Mitre como para llegar a la vieja Estación del tren… de golpe un aroma especial, indescriptible, que me remonta a mis cuatro, cinco, doce años… La sensación me clava en la vereda, ya no soy dueña de mis propios pies, siento perder unos 30 cm. Mis manos se derriten, mi pelo crece hasta mi cintura, las canas desaparecen y mi mirada se pierde a lo largo del pasillo que se esconde detrás de la puerta de Edna. Esos dos escalones que muchas veces me parecieron montañas, esas viejas baldosas por las que caminé y corrí tantas veces, esas paredes que en tantas oportunidades cobijaron mis dibujos…
La vida me traspasó en un instante.
No pude entrar, al día de hoy, todavía no volví a entrar y cada día que paso por esa puerta una parte de mi vida, de esas a las que uno quisiera volver, revive en ese instante. Creo que ya es tiempo, es “el tiempo” de que los recuerdos pasen a ser presente. De que las sensaciones regresen del olvido, se despierten de su sueño para explotar en lo que sea, pero que su letargo no sea en vano.
El sol todavía está ahí, ya un poco tenue, porque la tarde cae y la brisa que aparece lo empuja y apura su descanso. Es fría, y para mí es el sosiego del fuego que desde las entrañas me sube hasta el rostro, estoy parada frente a la puerta de Edna, otra vez. La miro, la leo y la releo, está cerrada. Toco timbre, es lo que indica un cartel escrito por Fernando, es su letra, la de siempre, la que podría reconocer en cualquier punto de este mundo. Espero, siento que el corazón se fue corriendo hasta el otro lado del mundo.
Abriendo la puerta de Edna
La puerta se abre, un hombre vestido de negro escondido detrás de una barba y cabello blanco, una mirada que asoma entre tímida, pero exigente de unos anteojos que no conocía. -“Sí?”- pregunta. Sus ojos no me reconocieron, pero mientras escuchaban mi nombre comenzaban a abrazarme y como si una fuerza me hubiera elevado, cuando volví a abrir los míos me dí cuenta que estaba entre los brazos de Fernando. Me encontraba en la antesala de mi infancia, otra vez de la mano del mismo hombre y parada sobre las mismas baldosas. El corazón estaba conmigo, mi alma, mi vida, y una felicidad indescriptiblemente plena. Comencé a caminar, mientras que en mi garganta se formaba otro nudo que, a cada paso, se ajustaba más. Cuando terminaba de atravesar el pasillo oscuro que me conducía al taller, la luz del patio me ciega, un patio agonizante, que intenta con fuerza sobrellevar las crudas temperaturas. A pesar del intento de las heladas por terminar con todo, los aromas, son los mismos, solo falta el de las flores de la primavera, el jazmín, pero son los mismos. En segundos podía ver a todas, nos sentábamos sobre el césped, o nos acomodábamos como los caballeros del Rey Arturo alrededor de la mesa redonda con bancos, cubierta de azulejos de colores, pero no intentábamos solucionar los problemas del mundo, sólo nos sentábamos a descansar. Eran 15 minutos entre clase y clase y en ese instante me parecía escuchar las risas y las voces de todas. Sigo mis pasos sobre el caminito de lajas, avanzan las hojas verdes como ejércitos desesperados por cubrir las tierras y defenderlas del frío. Entro al taller, el nudo está tan ajustado que casi no puedo hablar. Las fotos de mis compañeras del taller coreográfico. Las paredes con los mismos dibujos, sigo caminando y mis pies comienzan a sentir la madera, las paredes se me vienen encima, los espejos me reflejan y de pronto me parece que vuelvo a estar parada en el centro, en un adaggio, buscando que mis brazos abracen el aire, siento que las lágrimas me saltan de los ojos como en un cuadro de Picasso del que ya no recuerdo el nombre.
Otra vez los brazos de Fernando son los que me devuelven el corazón. Todo está igual, exactamente igual. Tal vez un poco más viejo, igual que nosotros. Respiro profundo, como si quisiera meterme en el cuerpo todo el aire que existe en ese lugar y robármelo. Hay una lámina colgada en la pared, justo encima del lugar de la barra que solía ocupar yo. La miro pero estoy lejos me llama, pero todavía estoy lejos, no puedo avanzar. Escucho las anécdotas, los deseos, la alegría de Fernando. De pronto me mira y me dice “es Rosaura”. Nunca la hubiera reconocido. Tiene el cabello corto, muy corto, pero mantiene la languidez de su cuerpo. Rosaura, me llevó a volar tantas veces. Su energía interminable me movía por todo el salón. Tenía una cabellera interminable, que hoy no está. Sigue bailando, no puede no hacerlo. Volvemos al patio, esta vez caminamos hacia el fondo, hacia el mundo de fantasmas. De camino observo la mesa de azulejos de colores que se asoma detrás de gigantescas hojas verdes, seguía allí.
Personajes que no conozco
Cuando entro comienzo a ver a mis amigos, a esos amigos de la infancia y las manos, mis manos toman vida propia, se acercan, acarician, aprietan. Es el reconocimiento de lo que siempre estuvo, es volver a sentir esas obras con mis manos, con mi alma. Pero hay muchas más, sigo por el laberinto de mi pasado y de repente me encuentro mezclada en una dimensión nueva, donde la temporalidad ya no existe, me veo soy yo, es mi cuerpo sumiso entre viejos amigos y algunos que no se si lo son. (-No te conozco, que haces colgado en esa cruz? Y ustedes adonde se van tan lejos en esa rueda?).
Alguien dijo una vez que los turistas no deben ir al museo, que no era bueno recomendarlo porque es “perturbador”. Tenía razón, perturba la locura de la cordura, perturba la indiferencia al horror, perturba la apatía por la injusticia, y perturba la displicencia por el arte verdadero. Me quedo sola por un momento, veo un muro de la sala principal que está lleno de notas, son de los visitantes que vienen a saludar a mis viejos y ahora nuevos amigos. Son relatos cortos pero espontáneos, de cómo la obra los traspasó en sus vidas. Salgo. Camino hacia el patio y allí está Fernando otra vez, pero detrás la esbelta figura de siempre, esa mujer increíble, que derrocha belleza, que marcó mi existencia. Otra vez el nudo me estrangula y exprime mis lágrimas, el corazón me explota, los sentimientos rebalsan y mis brazos desaparecen en los suyos. El beso cálido de siempre, las palabras justas, es Chichí, mi madre de la danza, de las letras, de los poemas, mi madre del alma.
Fernando y Chichí
Volví a atravesar el patio de la mano de los dos, sentía que Gala se frotaba entre mis piernas, que Teo saltaba delante de mí y que con su maullido me saludaba como solía hacerlo todos los días. El Enano y tantos otros que ya no están, pero permanecen. Vuelvo a entrar al taller, pero esta vez la sensación es otra, creo que vengo a clase, la música clásica que espera, las luces justas, el calor de las pantallas a gas y veo las paredes del baño, todavía están mis manos. Sí, siempre estampábamos las manos en las paredes después de la clase de Fernando, era un ritual antes de lavarlas, como un modo de respetar el arte que hasta hacía instantes habíamos dado a luz. Me siento completa, libre, tranquila. Me siento feliz, calma, madura. Deseo volver a ser niña para elevarme en la atmósfera del salón del taller, deseo ser la mujer que soy porque gran parte se lo debo a esa infancia, que desliza zapatillas de media punta por las maderas raidas de ese gigantesco monumento al movimiento. No me despido, esta vez no, sólo saludo y me cruzo con las niñas que, como yo, corren por el pasillo deseosas de dejar llevar la fragilidad de su cuerpo por los “compact gigantes” de Chichí, como ellas nombran a los discos de pasta. Veo niñas que hoy, son madres y traen a sus hijas. Veo sueños, ilusiones, pero por sobre todo veo arte, respiro arte, siento arte. Me siento viva, hoy más que nunca. Salto desde el pasillo hacia mi realidad. Retomo el camino de regreso, siento que salgo de un cuento de hadas, me siento volver de una aventura. Vuelvo a la redacción. Abro la puerta y me encuentro con Lucía, sus ojos, su mirada me muestra que mi realidad ha cambiado, que ese cuento de hadas no es tal, sino que se funde en mi nueva realidad y mientras despierto de mi descubrimiento Lucía pregunta: “¿Cómo te fue?”
Jamás imaginé que la tarea de ambas, se cruzara por este otro extraño arte, de contar a los demás las cuestiones que marcan la vida de los pueblos. A eso, le llaman: noticia.
15 años de la Casa Museo pero muchos más de historias y arte.
Es la casa donde nació, la de siempre, la casa donde vivió toda su vida, o casi toda. Es el lugar en donde desarrolló toda su obra. En el año 1992 funcionarios y amigos le dieron el título de Casa Museo, un reconocimiento para las paredes que al día de hoy siguen abrazando tanto arte. El 20 de Noviembre de 2007 es su 15 º Aniversario y este más que justificado festejo fue la razón inicial de nuestros pasos hasta allí. El Honorable Concejo Deliberante de San Pedro la declara, por unanimidad, de Interés Municipal, Ordenanza Nº 18/94. El Consejo General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires la declara de Interes Educativo – Cultural por Resolución 4764/95, con el apoyo de la Dirección Provincial de Museos. Por solicitud de la Honorable Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires el Poder Ejecutivo Bonaerense declara por Resolución Nº7292/96 de Interés Provincial de la Casa Museo Fernando García Curten. La Cámara de Diputado de la Provincia de Buenos Aires la declara de Interés Legislativo Provincial por Resolución 1545/06.
La Casa Museo F.G.C. es visitada por más de diez mil personas por año, del país y del exterior (escuelas, artistas, periodistas, grupos turísticos). Alrededor de cincuenta notas en los más importantes medios gráficos, televisivos y radiales señalan su creación inédita. Figura en innumerables guías de turismo nacionales y extranjeras; incorporada a la red Internet a través de la Biblioteca Nacional y de la Dirección Nacional de Museos. Está asociada a la UNESCO por intermedio del Consejo Mundial de Museos, vínculo necesario para la preservación de la obra del maestro Fernando García Curten, que por su expreso deseo, será legada a la comunidad, dibujos, pinturas y esculturas del artista permanecerán exhibidas en la Casa- Museo.
“Por Mónica Rocca”