Hace algunos días escuché por La Radio algo sobre intenciones de restaurar de algún modo útil la (postmenemista abandonada) Estación de Trenes. A decir verdad, cambiaría el término restaurar por reivindicar, que me parece más apropiado.
Vinieron a mi mente recuerdos, situaciones, anécdotas. Convengamos que, soy de la época en que en San Pedro paraban 14 trenes por día, si mal no recuerdo. Todos o casi todos los que no viajábamos en auto en ese momento, lo hacíamos indefectiblemente en tren, ya que los pocos ómnibus que llegaban, por diversas razones, eran muy caros (y siguen siéndolo, aunque Moyano opine y obligue a opinar distinto). La Estación era un lugar con vida propia. Por momentos se llenaba de taxis, autos particulares, camionetas, gente, y luego del arribo o la partida, se despejaba en minutos. Quedaba allí su kiosco abierto y siempre algo de movimiento. Más allá de lo que significaba en términos de transporte y vida ciudadana, mis recuerdos viajan por esos rieles (venía re-fácil, tenía que decirlo) a una parte de todo esto.
El tren era, más que un medio de transporte, un acontecimiento social. Solía ser bastante común cuando yo era mozuelo que el paseíto dominguero de la “gente grande” fuese ir a tomar unos mates dentro del auto en el solcito o la sombra, según la época, a la Estación de Trenes. Entonces, además de ver quién iba o volvía, se podía saludar a muchos que a lo mejor de otro modo, no se los veía frecuentemente.
Y no sólo a los viajeros se podía reportear; no señor, porque un rato antes del arribo o la partida de cada tren, había otro montón de gente, que seguramente era conocida, y venía a despedir o recibir familiares o amigos. Ahí los encontrábamos y encima con bastante tiempo para charlar, porque por lo general el tren venía atrasado. Así que, sin costo ni esfuerzo alguno, se duplicaba o triplicaba la posibilidad de saludar gente, y conversar un rato con amigos ya consolidados o hacer algunos nuevos. Y en algunas despedidas se lloraba; ¡sí señor!, en muchos casos se lloraba, porque Buenos Aires no estaba a un paso o un ratito como ahora. Las distancias eran mayores, los tiempos otros y en general no se iba y venía en el día. Eran épocas de más tiempo en contacto familiar y amistoso, así que seguramente al viajero, se lo iba a extrañar y eso ameritaba una explícita demostración con lágrima y todo en la despedida o la llegada. Cuando nos tocaba ser pasajeros de esas encantadoras moles de acero (es al cuete, no puedo resistirme a esas frases), se daban varias situaciones posibles. Explico algunas. Uno de los trenes muy utilizados para viajar hacia “la Capi” era el de las 4.00 de la mañana, porque entre pitos y humo llegaba a eso de las siete y vaya uno a saber cuánto, horario cómodo si los hay. Era ahí donde uno semblanteaba en la Estación y veía quiénes viajaban, para que te tocase al lado, a alguien que fuese “del palo” como nosotros y viniese sin dormir, para apolillar a pata revoleada. Tristísimo si encontrabas a alguna persona mayor, amiga de la familia, que como tenía que viajar, se había acostado a las 8.00 de la noche, había dormido bien y tenía cuerda como para hacerlo andar sin locomotora. Y te hablaba y hablaba todo el viaje. Una de las maneras más fáciles de saber si el tipo había dormido, para escabullirse o no, era si decía “buenas noches”, como yo, porque si mandaba un “Buen Día” despiertísimo, había que rajarle. Si era así, y nos lo cruzábamos en el andén sin poder evitar el saludo, había que tener velocidad para buscar asiento en el infaltable vagón que “Venía sin luces” (alabado sea Ferrocarriles Argentinos). Ese sí era un verdadero coche dormitorio.
Había varias fortunas más que podían darse en ese horario, como el hecho de encontrar un asiento de tres vacio, para acostarse a lo largo por lo menos hasta Zárate o Campana, ya que ahí se empezaba a llenar y alguien te sacudía para que te sentaras derecho, pero igual ahí ya teníamos horita y pico dormida como en casa.
En cambio, si el que íbamos a abordar era diurno, el semblanteo en la plataforma del andén se hacía igual de exhaustivo, pero con otras intenciones. El comerciante buscaba gente de negocios; algunas señoras iban por amigas; el chacarero, datos agrícolas diversos; pero los que en esa época éramos jóvenes, y el equipaje más voluminoso que llevábamos era la testosterona, apuntábamos a las minitas. Porque si teníamos tres horas o más para mostrar capacidad de seducción y nuestros bajos instintos, que en general eran mucho más bajos que los del bomboncito viajero… ¡Ah! y encima si se te daba, bajabas en Buenos Aires con ella y en terreno neutral… Podía ser un éxito absoluto.
El tren ofrecía también la posibilidad de caminarlo de punta a punta, y dar con el objetivo que no se había podido conseguir en el andén: aunque ahí era probable, que ya fuese tarde o mucho más complicado, por aquello de que el buey lento toma el agua turbia.
A medida que escribo vienen infinidad de recuerdos. El tren “Tucumano”, con sus pasajeros tan distintos a los de los trenes “locales”. El Guarda, que merecería un capítulo aparte. El tren de las 6.00 con las maestras que iban a trabajar a Lima o Campana, aunque Escobar y Garín algunas, y todas volvían a la noche. Los comisionistas, con sus paquetones que podían contener desde un papelito, hasta una rueda de tractor.
Rememoro algunas cosas como si fuesen parte de una película increíblemente hermosa que vi hace años y me pregunto si los ingenieros del mundo podrán aplicarle a los modernos trenes bala, toda esa magia.
Nunca antes había pensado cuánto tren tenemos dentro los pueblerinos mayorcitos, y me parece ver en algún lector una sonrisa de aprobación.
Hoy que vivimos a una velocidad asombrosa en todos los sentidos de esta frase, y cada vez saludamos menos, resulta un verdadero soplo de aire fresco recordar lo que se vivía alrededor y dentro de esos trenes. Incluso cuántos famosos de todo orden subieron alguna vez en una Estación de pueblo a encontrarse con grandes destinos.
Sus vagones fueron una parte importante de nuestra vida y pasaron cosas de todo tipo a bordo de ellos… A propósito, ¿puede ser que haya sido usted quien venía con alguien, dos o tres asientos delante de mí, en un vagón sin luz, aquella vez?
Hugo Binimelis
DNI. 10-297-032
Ads