El concurso Jirones de Azul, de Sevilla, apuesta por lo nuevos valores literarios de la lengua española realizando un certamen anual donde participan escritores de todo el mundo. En esta oportunidad se presentaron 754 obras entre poemas y relatos, provenientes desde países como Cuba, Brasil, México, Canadá, Japón o Argentina, además del propio país. Con un jurado excepcional compuesto por conocidos representantes de las letras como Lídice Pepper Rincón, Agustín Calvo y Enrique Gracia Trinidad, otorgaron el primer premio en el II Certámen Internacional de Poesía y Relato, en la categoría de relatos al sampedrino Jorge Luis Sagrera con “El Valor de un Libro”. El cuento se publicará en un libro titulado “Con buenas Palabras” formando parte de la colección que lleva el mismo nombre, volumen número dos.
El valor de un libro
Ya está. Disculpe. Tres o cuatro aspiraciones son suficientes. El broncodiltador: un amigo. Algún día voy a tener que escribir sobre él. Aunque de repente, ¿sabe?, tanto aire me excita un poco. Se me da por hablar. Usted me había preguntado si conozco la pobreza. Mire, cómo decirle. Conozco algo. Le diría más bien que conozco el olor de la pobreza.
El olor. El olor: se me ha impregnado. Trabajaba en Cáritas, ¿sabe? Eramos jóvenes, pertenecíamos a un grupo de la parroquia. Íbamos todos los domingos a un barrio del puerto, ahí servíamos mate cocido y repartíamos facturas. Facturas oreadas, claro, de cuatro o cinco días. Las donaban las panaderías de la ciudad. Naturalmente, estaban duras y tenían un olor viciado: yo, a veces, comía de esas facturas; por eso sé de qué hablo. Tenían olor a transpiración o algo así. Claro que intimé con la pobreza, de una manera tangencial, no como ahora.
Es fina su observación, sí. Ahora tampoco como. En cualquier momento voy hasta el puesto de los riojanos y trueco dos o tres de mis libros por unas empanadas. ¿Le parece que estarán de acuerdo?
Sí, le agradezco que lo haya notado: Pimer Premio del Fondo Nacional de las Artes.
Sí.
No, nadie repara en eso. ¿Sabe?, al principio creí que sí, que se me abriría alguna puerta.
Mil ejemplares.
Me quedan, todavía me quedan. Unos quinientos de cada título. Escuche lo que le digo: en esta ciudad hay cincuenta mil habitantes. Agarre la calculadora si quiere: ya hice la cuenta una vez. Mil ejemplares representan un cero coma cero dos por ciento sobre la totalidad de habitantes.
Claro, eso es lo que quiero significar.
Ahora que lo pienso bien, probablemente, la pobreza está ligada a sensaciones. Me refiero a la manera de recordarla, ¿sabe? La pobreza, amurada a la mente gracias al clavo de un sentido: el olfato, la mirada, el tacto.
También, sí: un hecho, una anécdota puede ser.
Le cuento una. En el año noventa fui a la costa atlántica a vender mis libros, fue aquel verano en el que, el ministro de economía de Menem, se quedó con cuentas corrientes y cajas de ahorro. ¿Lo recuerda?
Sí, ése fue mi regalo navideño. No vendí ni un libro. Era marzo y no encontraba la forma de volver a mi pueblo, ¿sabe? Me rescató una familia amiga que me encontró cuando terminaba sus vacaciones. Se asustaron de mi aspecto. ¿Vio los documentales de Auschwitz?
Casi casi. Ellos tuvieron la gentileza de adquirir seis de mis libros para que pudiese comprarme el pasaje de regreso. Otro día le cuento el mal momento que pasé cuando, en el omnibus, pedí una segunda bandeja de comida.
Me pregunto lo mismo. Me pregunté lo mismo. ¿No fui previsor? ¿No supe leer los signos de los tiempos? Me quitaron las horas en la escuela porque no tenía la capacitación docente. Yo era un buen profesor, ¿sabe?, aún sin haber cursado las materias pedagógicas. Me gusta la docencia.
Sí que la peleé. Y la peleo. No me quedo quieto. ¿Leyó la lucha misteriosa de Jacob?
Se la recomiendo. Está en el Génesis. Jacob lucha con Dios toda la noche y no lo suelta hasta que lo bendice. Toda una noche, ¿sabe? y, cuando está por amanecer, Dios se tiene que ir, para que no descubran su rostro. Pero Jacob seguía prendido como un abrojo: “No te soltaré si antes no me bendices”, entonces Dios no tiene más remedio que bendecirlo. Y yo también lucho, ¿sabe? Jacob luchó hasta el alba. Y ganó. A veces me pregunto: ¿cuándo, Dios mío, llegará el alba?
¿Me permite un momento? Ahí vienen nuestros amigos.
¿Me van a cobrar ahora?
Hay. Gente hay, ¿sabe? Pero todavía no se ha vendido nada.
Si quiere le pago con algunos de mis libros. Fíjese.
Claro. Sí, ésta es una novela.
Novena, no: novela.
Claro, el de la solapa soy yo. Haga correr las hojas. Inspire el olor a tinta: es un olor diferente. Es como el aroma de un buen vino, ¿sabe? ¿Qué le parece? Puedo cancelar la habilitación pagando con libros.
Sería como un especie de canje.
No, claro…
Si, entiendo. Para qué le puede servir al ayuntamiento un libro.
Septiembre de 2006
Jorge L. Sagrera
San Pedro, Buenos Aires; Argentina
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