El último día de “Carlitos”, el histórico empleado de la farmacia Pasteur
Después de 51 años culminó su etapa como trabajador y comienza su etapa de jubilado. “Ingresé por una suplencia y nunca más me fui”. La historia del hombre que al terminar la primaria intentó primero con una zapatería y terminó conociendo todos los secretos de una farmacia.
El sábado 3 de julio fue el último día laboral de Carlos Fígari, “Carlitos” para la numerosa clientela que desde hace más de cinco décadas pasa por la farmacia Pasteur.
Tras desempeñarse durante 51 años como empleado le llegó el momento de la jubilación, cerrar una etapa en su vida e iniciar otra.
Por eso este 3 de julio no fue un día más, fue una mañana muy especial la que lo encontró recibiendo decenas de saludos agradecidos y en la que no faltaron las lágrimas de emoción al saber que sin “Carlitos” detrás del mostrador se van muchas historias compartidas.
“Hace 51 años que entré a trabajar en la farmacia”, contó Carlos Fígari en el programa Sin Galera cuando se supo de su último día de trabajo.
“Entré a los 13 años, salí de la escuela primaria y entré a trabajar a la farmacia Pasteur. Ingresé por un mes pero algo habrá pasado porque me quedé toda la vida”, dijo.
Sobre esta nueva etapa que comienza afirmó: “Ahora voy a disfrutar de la vida, los horarios, mis compañeros, acostumbrarme a una nueva vida, son muchos años en esto”.
“Uno entraba a trabajar muy joven y si te iba bien quedabas sin ningún problema”, reflexionó cuando se lo consultó sobre la temprana edad con la que asumió responsabilidades laborales.
“Entré porque no tenía opción, era trabajar o estudiar. Recuerdo que me dijeron que un chico de la farmacia se había quebrado y si lo quería reemplazar por un mes. Dije que sí enseguida pero me quedé toda la vida”, recordó Carlos tras reconocer que primero había intentando desempeñar tareas en la zapatería “Oscar” de la familia Camacho porque el rubro no fue de su agrado.
A la hora de los recuerdos no escatimó anécdotas que ilustran los cambios sociales profundos que pudo vivenciar detrás de un mostrador al que muchos a veces llegan con sus lamentos.
“Soy de la época a la que la gente le daba vergüenza ir a buscar un profiláctico, o al hombre comprar un paquete de algodón. Cada uno tenía su explicación”, contó entre risas.

“Yo empecé hacer los turnos desde muy chico y me pedían cualquier cosa. Un día a las tres de la mañana tocaron el timbre y me pidieron un almanaque, u otro día me pidieron cambio a la madrugada. Cosas como esas un montón, anécdotas de todo tipo, tengo para hacer un libro”, destacó y no descartó la posibilidad de plasmar por escrito tantos años de profesión.
“Eran otras época, los otros días le contaba a mis compañeras que antes las agujas se hervían en una olla, había que afilarlas porque sino no servían más y se destapaban con un alambrecito de oro. Hoy es todo diferente, se usan y se tiran”. El ejemplo sirve para ilustrar su pertenencia, en principio a la farmacia de recetas magistrales de la familia Pujol en la histórica esquina de San Martín y Pellegrini.
“Era todo muy distintos antes, uno ingresaba a trabajar y te criaban, te familiarizabas con los patrones y eso hoy ya no pasa, la mentalidad era diferente”, comenta sobre esta etapa en la que comparte su tarea cotidiana con la familia Ronte.
“Estar atrás de un mostrador es estar a disposición de todos, hay que escuchar a todos, ser medio psicólogo, hay que atender, se va uno con una historia y viene otro cliente con cuento diferente. Mucha gente que viene necesita que uno le ponga el oído, para eso estamos”.
“Son todos buenos recuerdos de tantos años transcurridos”, afirmó “Carlitos” en su último día de trabajo.
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