El recuerdo imborrable de los comerciantes y empleados que perdieron casi todo…
A casi 10 años del cierre y posterior quiebra de la cadena de supermercados sampedrina, los comerciantes y empresarios recuerdan con exactitud lo que vivieron y sufrieron. Las pérdidas para algunos no fueron sólo económicas, y otros debieron vender propiedades o cambiar de rubro para superar el trance financiero. Nadie, o muy pocos, recuperaron dinero o la confianza perdida con un caso que marcó un antes y un después en la vida comercial de la ciudad.
Nadie olvida los últimos días donde todo se vendía a la mitad de precio. El famoso “dos por uno” que entusiasmó a los compradores ansiosos por hacerse con dos rollos de papel higiénico al precio de uno…
Ejemplo de una Argentina tan odiada como temida, el caso Supermás en San Pedro fue algo así como una maldición caída para siempre por sobre los hombros de muchos comerciantes y distribuidores que en ese momento vivían un presente económico desahogado.
Buceando en sus historias, se escuchan frases como “a mí me agarró con $ 30.000, pero a tal le hicieron $ 100.000”, ó “a partir de ahí cambió la forma de tratar con los clientes, definitivamente”.
Empleados, proveedores, amigos y vecinos. Todos fueron afectados por el cierre de esta cadena supermercadista que hasta su debacle provocaba orgullo porque era sampedrina, creada por sampedrinos, y había crecido extendiéndose a otras ciudades y sumando una decena de locales. Una empresa pujante que ofrecía trabajo a varias familias, y que demostraba la posibilidad de crecimiento de las firmas locales.
No fue el único caso, por supuesto. Hace sólo tres años, la cadena San Cayetano provocó la misma consecuencia aunque con menor impacto. Es que a pesar de dejar también “el tendal” de deudas entre proveedores, no podría compararse con el caso Supermás.
En 1996, la situación era muy distinta. En plena era menemista, la economía parecía al menos estabilizada y la mayor parte de las ventas se realizaba con amplios plazos de pago. “Nos pagaban con cheques de hasta 90 días, y los aceptábamos porque en ese momento se podía. Por eso los últimos meses empezaron a venir rechazados pero la mayoría no tuvimos tiempo de reaccionar”, explicó un proveedor de entonces. Al declararse la quiebra, el monto total de deudas verificada ascendió a unos $ 15.000.000 aproximadamente. Pero pocos cobraron su parte.
“Se me pianta
un lagrimón…”
Si algo tiene de característico el caso Supermás, es que a casi diez años de distancia, todos los damnificados recuerdan perfectamente los hechos y nadie solicita que se mantenga en reserva su identidad. Todo lo contrario.
“Seis o siete meses antes de que cerraran, la empresa La Salteña me dijo que no le vendiera más porque venían los cheques rechazados”, explicó Sergio Szchuman, el dueño de la firma Distrisal que fue una de las más afectadas por el cierre de la cadena. “Yo perdí un departamento en Buenos Aires, que tenía en el mismo edificio donde vive mi mamá”, resume. La deuda que en su caso presentó, ascendía a casi $ 50.000, que “en ese momento eran dólares”, pero sumado a los intereses del banco terminó ascendiendo a unos $ 70.000 en poco tiempo. Su decisión fue entonces vender la propiedad para levantar la deuda, pero por supuesto jamás recuperó ese dinero. “Con mi mujer dijimos, pagamos y seguimos viviendo”, dice Szchuman.
Su caso es casi emblemático, porque había logrado a través del trabajo de un abogado que la justicia le embargara las cajas registradoras y otros equipos de las oficinas de Supermás, justo unos días antes del cierre definitivo. “Creo que era un viernes cuando el oficial de justicia de entonces junto al secretario del abogado fueron al local a hacer el embargo. Estaban todos los empleados haciendo resistencia. Decidimos esperar hasta el lunes, pero al otro día llegó un camión, cargaron todo y se lo llevaron”, explicó Szchuman.
Pero no todos sufrieron las mismas consecuencias. En el caso de la distribuidora de Quilmes y Coca Cola que era propiedad de Daniel Gordillo, la firma apenas fue afectada. “Nosotros veníamos monitoreando la situación desde hacía meses. Veíamos el manejo que hacían y por eso empezamos a venderle sólo al contado. Al final entramos en la convocatoria pero con una boleta de $ 600”, explica el propio Gordillo.
“El volumen de venta era monstruoso, le vendíamos equipos completos de bebidas. Por ejemplo, recuerdo que compraban una carga de 1.000 cajones tranquilamente con un cheque, porque enviaban a las otras localidades”.
El recuerdo de los últimos días del 2 x 1, es imborrable. “El último camión que vino ese día era de Viñas de Balbo; y a medida que lo descargaban iban vendiendo a dos por uno, fue increíble”.
Como atesora la mayoría de los consultados, el caso marcó “un antes y un después con respecto a la comercialización en San Pedro. Después llegó la crisis de 2001 y ahí se consolidó otra forma de comercialización totalmente distinta con el manejo de las cuentas corrientes. Hoy todo es interdepósito para ahorrar el costo bancario. Fue un aprendizaje”.
La conocida firma de Wilfredo Reynes e Hijos tampoco pudo recuperarse rápidamente de lo ocurrido. “Nos agarró en unos $ 40.000 de ese momento, porque ahora serían cien mil.
Cuando recién cerraron en realidad no nos debían nada, pero después empezaron a llegar los cheques rechazados”, recuerdan los propietarios.
El inconveniente financiero no fue fácil de superar porque en ese momento la firma se encontraba abonando un crédito bancario por la compra de maquinarias nuevas con las que fabricaban los jugos que llevaban su marca propia. “El 40% de lo producido se lo vendíamos a Supermás… Cuando cerró, teníamos que pagar una cuota altísima del crédito y encima teníamos esa deuda”.
Reynes también se presentó como acreedor directamente en la sindicatura, pero el resultado fue tan desalentador como para el resto.
El próximo golpe lo dio San Cayetano a quien también le vendían estos productos, y que al cerrar le debía a esta misma firma otros $ 30.000. El resultado fue la decisión de vender la propiedad donde estaba ubicada la fábrica de manera de acomodarse financieramente.
En toda la zona
Además de los distribuidores locales, otros tantos de la zona sufrieron un gran perjuicio económico. “Al distribuidor de Coca Cola en Arrecifes, Supermás lo eliminó. Eran dos socios, de apellido Cavallo y Alvarez. Es que ellos le compraban a cualquiera que les fiara. Si no eras vos, era otro. También dejaron deudas entre quienes armaban los locales, que fueron varios”, recordó un comerciante.
“Nosotros habíamos abierto en el año 92, y en el 96 tuvimos que cerrar. Nos debían $70.000, directamente nos mataron”, explicó un distribuidor de golosinas y productos alimenticios. Un comerciante de Zárate, para citar otro ejemplo, se hizo conocido por reclamar una deuda que superaba los $600.000 y otro fabricante de bolsas de nylon de San Nicolás, sumó otros $ 200.000 a la cuenta de acreedores.
Entre otros detalles, los comerciantes recuerdan que para cobrar, “te perdías una tarde en las oficinas de Belgrano y Balcarce. Uno no se las quería agarrar con los empleados porque ellos no tenían la culpa…”. Pero esos empleados se vieron doblemente afectados porque además, algunos hasta figuraban como titulares de nuevas cuentas bancarias con las que se abonaron en el último tiempo algunas deudas.
Muchos de ellos, finalmente renunciaron a tomar medidas legales aunque otro número importante inició juicios con los mismos escasos resultados favorables. Algunos, al igual que ocurrió con San Cayetano, se cobraron con algo de la mercadería que quedaba en las góndolas. “Sabés lo que es peor, es que yo era amigo de uno de los dueños. Habíamos hecho otros negocios juntos, nos conocíamos mucho. Por eso siento que a partir de entonces, cambiaron las relaciones que uno establecía con los clientes”, resumió un sampedrino rememorando la misma angustia con la que vivió aquellos años de la “era Supermás”.