El pecado de la carne
Con la carne al tope, los aumentos de precios fueron importantes en el último mes, al punto de que desde el propio Gobierno reconocieron que la inflación existe culpando a los productores ganaderos por las alzas. Un recorrido por las góndolas de la ciudad y la región permite saber cómo afecta a la economía real, esa que se debate en lo que se sirve en la mesa día a día.
Los precios se dispararon el último mes en los alimentos de la canasta básica, especialmente en la carne, que tiene una importante presencia en la mesa de los argentinos. El Gobierno publicó las mediciones del Indec de enero, que establecen una inflación por la mitad de lo que midieron diversas consultoras privadas, incluidas algunas afines a la gestión Kirchner. Más allá de las discusiones técnicas, el vecino siente en su bolsillo que la suma final del ticket cada vez es mayor.
En la semana en que el Indec publicó sus extrañas estadísticas sobre el Indice de Precios al Consumidor, IPC, que mide el calor de los bolsillos de los consumidores de alimentos, fundamentalmente, la indignación de quien se asoma a los mostradores pensando en la comida diaria crece a la par que se escuchan voces oficiales tratando de defender lo imposible: la inflación es un hecho y hasta el manipulado número lo refiere, ya que lo publicado para este mes implica un incremento importante respecto a igual período del año pasado.
Carnes, frutas y verduras son los nuevos lujos de la mesa de los argentinos, al punto de que su consumo se torna prohibitivo para vastos sectores de la sociedad que no tiene acceso a los acuerdos que la Secretaría de Comercio Interior que, de la mano de Guillermo Moreno, realiza con grandes cadenas de súper e hipermercados a los que en el interior no se accede.
Cada cual atiende su juego
Pese a que muchas localidades pertenecen a cuencas productivas importantes tanto lecheras, lácteas, ganaderas o de mutlticultivos, los precios los fija el proveedor. “Lo querés, te lo dejo; no lo querés lo llevo, porque no hay”, dijo un importante distribuidor de carnes ante la consulta de La Opinión. El comerciante explicó que ante la escasa cantidad de medias reses disponibles no hay más remedio que trasladar los costos al cliente, aún “resignando la ganancia”. El hombre comparó sus precios con el de frutas o verduras y puso un ejemplo contudente: un kilo de limones cuesta entre 8 y 12 pesos.”La fruticultura murió y la que hay se va al exterior”, agregó.
Efectivamente, el limón es inaccesible. Como los niveles de exportación bajaron, los precios se fueron por las nubes para mantener el volumen de ganancias, y como el mercado europeo es exigente y puede pagarlo, los valores en euros tientan más y obligan al incremento importante en el mercado interno.
Las explicaciones respecto de los aumentos tienen diversas aristas según quien lo explique. En el caso de una carnicería cuyo dueño también se dedica a la cría de animales a mediana escala, la explicación fue al centro del conflicto entre campo y gobierno: “No hay vientres, no hay madres para parir terneros y eso lleva ya cuatro años. Todo es mejor para los que tienen los feed lot, ellos tienen la plata del gobierno, pero para nosotros va cada vez más compicado, conseguimos de a puchitos y todavía ni llegamos al pico de los aumentos”, sostuvo.
En la misma línea estuvieron las palabras de Miguel Schiaritti, Presidente de la Cámara de Industria y Comercio de la Carne, quien a través de La Radio contestó a la Presidenta de la Nación –que había dicho que “los productores mantienen la hacienda en el campo para engordarla y mantenerla más. Con eso después ganan más dinero”, en un acto en Ituzaingó– que son “las malas políticas aplicadas por el Gobierno Nacional en los últimos tres años. Se lo advertimos y no nos han tomado verazmente en lo que les decíamos”, aseguró.
El propio Schiaritti sostuvo que los precios de la carne continuarán subiendo hasta abril y que desde diciembre llevan un incremento de más del 100 % y se trasladarán de manera importante al consumidor: “El sector minorista achicó sus márgenes, pero pronto va a sumar los aumentos que recibió”.
Mientras el Indec habla de 1 por ciento de inflación y la mayoría de las consultoras privadas del doble, lo cierto es que la percepción del vecino en la góndola es muy superior. Incluso siguiendo el esquema parcial de las mediciones oficiales se advierte que los precios que mayor incremento sufrieron son aquellos que tienen que ver con bebidas y alimentos y ahora la canasta escolar.
Así, un análisis de la consultora Equis, del sociólogo Artemio López, de línea política cercana al Gobierno Nacional, afirma que los que peor lo sufren son los sectores bajos y medios, que destinan la mayor parte de su consumo a ese tipo de artículos de primera necesidad.
En tanto el Ministro de Economía sostiene que los aumentos no son inflacionarios sino de “reacomodamiento” y Moyano asegura que “un poco de inflación no le hace mal a nadie”, el consumidor protesta, hace la lista del supermercado varias veces y con enmiendas constantes que se reproducen a la hora de llenar el carrito, que cada vez transporta menos cosas hacia la caja.
Un vuelta por la góndola
El pescado, que debería ser la carne de consumo más barata e imprescindible en una dieta saludable, se exporta en un 90% y un kilo de merluza se cotiza a 25 ó 28 pesos. El pescado de río, que era el sustento de muchas ciudades ribereñas como la nuestra, tampoco es la excepción, pese a que la venta sea más directa: hay que hablar de al menos 15 pesos y es difícil de conseguir.
No obtante, la diferencia de precios se nota según la dimensión de las ciudades. En un relevamiento efectuado por La Opinión en ciudades de distinta densidad el kilo de asado, la pulpa de milanesa y el pollo oscilan con importantes diferencias.
En Mar del Plata el asado de costilla cuesta $ 24,90; en Bahía Blanca baja a 19,50; San Nicolás cotiza a 30 pesos y, comparando con otras provincias, en Paraná, Entre Ríos, el corte preferido se ubica en 25,80 pesos y en Rosario (pegado a San Nicolás pero en provincia de Santa Fe) se vende a 34,90.
Lo mismo sucede con el pollo, que se establece según las mismas ciudades entre $ 7,90 en Rosario a 9,90 en San Nicolás. El precio promedio en las localidades consultadas supera los 8 pesos.
La carne para milanesas tiene suerte más dispar. En Bahía Blanca, por ejemplo se paga sólo 16 pesos, mientras que en Mar del Plata cuesta $ 26,90 y en Rosario 34,90. “Hay que caminar, señora”, decía la famosa Lita de Lazzari sin comprender que en el interior sobreviven a duras penas los pequeños comercientes y la radicación de supermercados e hipermercados está absolutamente regulada y prohibida.
El ama de casa debería recorrer 30 ó 40 kms. para llegar a una ciudad vecina.
Para enfrentar el alza, la Asociación Consumidores libres llamó a no comer carne durante toda esta semana, con la esperanza de que ello revierta la situación o al menos la morigere.
Con otra responsabilidad en el tema, el Secretario de Comercio Interior, Guilermo Moreno debería observar con atención la escalada imparable de los precios en los lugares donde “la canasta básica” que acuerda con supermercados chicos o grandes cadenas hipermercadistas nunca llega al ciudadano común que depende de su salario o de la percepción de subsidios del Estado.
En zonas de profundas sequías y de inundaciones la población está acostumbrada a convivir con los productores y ha visto cruzar las vacas raquíticas de la zona de islas o el sacrificio de vientres para dar lugar al paso de la soja; el “yuyo” que trae divisas frescas a productores agropecuarios y al tesoro y ahoga a los trabajadores.