El Pato, 20 años después
Osvaldo “Pato” Morresi tuvo su merecido homenaje el domingo frente a las puertas del museo que lleva su nombre cumplidos veinte años del accidente que le costó la vida. Sus hijos, la Subcomisión del museo y la agrupación que lleva su nombre organizaron una histórica jornada, en la que su última Chevy volvió a rodar, por las calles de San Pedro.
El domingo 27 de marzo de 1994 el semipermanente de La Plata fue escenario de la segunda fecha del año para el Turismo Carretera. “Pato” Morresi, llegaba a la capital provincial tras conseguir un segundo puesto en el Juan Manuel Fangio de Balcarce. Quienes seguían de cerca al “Pato volador” aseguraban que ese era “el año” para el piloto sampedrino.
Morresi largó en la pole y cumplió en la punta, con amplio margen, la octava vuelta. La diferencia en el andar de la Chevy del “Pato” aseguraba que esa tarde alcanzaría su octavo triunfo y la punta del campeonato ya que conocía bien el circuito que lo vio ganador hasta ese momento, en dos oportunidades. Nadie imaginaba lo que pasaría segundos más tarde.
El Pato llegó a la chicana N° 5 a 200 kilómetros por hora, agarró una mancha de aceite que había sobre la pista y sin control, su auto salió despedido y golpeó contra un talud de tierra. Casi una réplica del accidente que le costó la vida a Roberto Mouras en 1992, en el circuito de Lobos.
La muerte del “Pato” se conoció minutos antes de las 17.00 y enlutó a la ciudad. Acá, se jugaba el clásico entre Paraná y Mitre, donde el albirrojo se impuso por 3 a 1. Nadie pudo celebrar, incluso muchos se fueron del Estadio municipal con la cabeza gacha y la mirada perdida, cuando las radios encendidas en las tribunas dieron la noticia: “Murió el Pato Morresi”.
Veinte años después de aquella caravana interminable que acompañó su cuerpo hasta el descanso eterno bajo las lágrimas del cielo, su Chevy volvió a rodar este domingo, demostrando que está más vivo que nunca.
Fue una multitud la que se juntó el domingo frente a las puertas del Museo Osvaldo “Pato” Morresi para homenajear al ídolo de la ciudad, a veinte años de su paso a la inmortalidad.
Las lágrimas de dolor y emoción volvieron a apodarse de la calle Pellegrini, a metros de la puerta de la Municipalidad, e hicieron inevitables las comparaciones con aquella eterna caravana que acompañó los restos del piloto sampedrino el 28 de marzo de 1994, bajo la lluvia, hasta el Cementerio.
Unas 50 “Chevys” de distintos puntos del País y la Provincia de Buenos Aires concentraron en Ruta N° 9 pese a la lluvia que impidió el arribo de las más de 300 esperadas, e ingresó por la Ruta N° 191, recorrió calle Mitre y se alineó sobre Pellegrini, frente a la Plaza Constitución.
Las historias se replicaban entre “chori” y “chori”. Carlos Giménez apenas si pudo contar que llegó de Villa Cañada, Santa Fe, antes de quebrar en llanto. Su hijo lo abrazó. A metros, Juan María y Paula Morresi no quitaban la vista de la Chevy, la histórica Chevy YPF que lleva estampado el N° 5. El cielo seguía amenazante mientras la coupé esperaba ser encendida para volver a caminar.
Las primeras lágrimas y aplausos llegaron cuando se reprodujo por altoparlantes el relato de la victoria del “Pato” en aquella histórica final de 1990 en el autódromo de Buenos Aires, donde tras el abandono de Roberto Mouras peleó hasta la última curva con el Ford de Oscar “Pincho” Castellano, dándole el triunfo a Chevrolet y volviendo a la victoria después de cuatro años.
El momento ansiado llegó. El reloj aún no había marcado las tres de la tarde, cuando un rugido estremeció y silenció a todos. La Chevy del “Pato”, sí, aquella que reposaba en el museo desde hace años, estaba en marcha. El pie derecho de Fernando “Pichi” Iglesias iba y venía y la coupé temblaba. Las lágrimas caían, se multiplicaban. El motor se apagó. Iglesias bajó del auto con los ojos a punto de estallar en llanto, puso las palmas de sus manos sobre el techo, lo besó y señaló el cielo, casi como buscando la complicidad de su compañero. Las primeras nubes comenzaron a abrirse, pero la lluvia seguía amenazante.
Juan María, hijo menor del “Pato”, subió al último auto en el que corrió su padre. Era su turno de ponerlo en marcha. El reloj marcaba las tres de la tarde, el suelo volvió a temblar. Fue como volver a ver al Pato sentado en su Chevy, sonriente, como todos lo recuerdan.
Juan María cedió su lugar al “Pichi” y se ubicó de acompañante, ocupando el lugar del también recordado Jorge Marceca. La tensión se multiplicó y las miradas se congelaron. Todas puestas sobre el auto del “Pato”. Casi como si el “Pato” estuviera haciendo fuerzas para llegar hasta ahí las nubes empezaron a correrse y los rayos del sol se posaron sobre el auto. Primero se reflejó el blanco, después el azul y el amarillo. Sí, azul y amarillo. Y pensar que era gallina hasta los huesos. Lo cierto es que la Chevy rugió, casi como llamándolo y el cielo se abrió.
Por primera vez, luego del accidente, la última máquina del “Pato” volvió a rodar, esta vez por las calles de San Pedro, de su querida San Pedro, conducida por Fernando “Pichi” Iglesias junto a Juan María Morresi primero, y luego, cerca de las 17.00, junto a su otra hija Paula. El motor del “chivo” rugía y rugía y las lágrimas caían. “Pichi” pisaba el acelerador y lloraba. Los fanáticos invadían la pista, sí, porque la calle Mitre se transformó por momentos en un recta de circuito. Las banderas se levantaban, flameaban, al grito de “¡Vamos Chivo!”; “¡Vamos Pato carajo!”. Gritos ahogados, disfónicos, gargantas que temblaron de emoción cuando “Pichi” tomó la última curva rumbo a la recta principal que lo depositó en la línea de meta bajo un gazebo azul, donde los hinchas del Chivo se abalanzaron sobre los fierros para abrazar al ídolo, aunque sea, por última vez.