El padre Horacio viajará a Roma y se entrevistará con el Papa
El encuentro con el Sumo Pontífice será el 10 de Mayo a las 10 y media de la mañana. Formará parte de un saludo protocolar que diariamente recibe de delegaciones de distintos países. Además, el padre Horacio recorrerá las ruinas de Pompeya y visitará el pueblito donde vivió San Roque, el santo de la parroquia que dirige. Con la concreción de este recorrido, el carismático párroco oriundo de San Nicolás dice que concretará su más preciado sueño.
Un sueño hecho realidad. Un regalo que una sampedrina decidió hacerle pero por supuesto, él considera que no es más que un regalo de Dios a lo que logró cosechar en una comunidad que por momentos le resultó difícil de abordar.
Esto es lo que explica emocionado el padre Horacio Luna, de 34 años, para comentar que efectivamente el próximo 10 de Mayo no sólo estará en Roma sino que visitará al propio Papa Benedicto XVI en la sede del Vaticano.
La concreción de este viaje tiene una historia particular que podría considerarse como una especie de cadena de casualidades. O mejor dicho causalidades.
“Es increíble como se fue dando todo. Empezó en una charla dentro del Jardín Belén, con los papás, sobre cuales eran nuestros sueños. Y me preguntaron a mí. Fue el año pasado, por Septiembre. Yo dije que me encantaría conocer las ruinas arqueológicas de Pompeya. En esos días había visto un documental, pero además son esas partes de la historia de las que uno se enamora cuando estás estudiando en la secundaria. Las ruinas estaban siendo excavadas de nuevo y habían encontrado muchos signos cristianos. Porque en la antigüedad no se podía usar la cruz, entonces sobre los dinteles de las puertas los cristianos dibujaban un pez o una canasta con pan, que son los signos eucarísticos. Les conté eso, y me preguntaron: ¿cuándo te vas?. Pero les expliqué que era imposible para mí porque cuesta más de 3.000 dólares el viaje. Ahí me dijeron que me lo regalaban”, recordó el padre.
El primer paso fue ordenar documentación personal y hablar con el obispado para pedir el permiso. Le concedieron el máximo de licencia que es de un mes y el propio obispo le pidió que se ocupara de buscar otros sacerdotes que puedan reemplazarlo en su ausencia en San Roque.
En apenas unos días, el lunes 8 de Mayo a la noche, Horacio partirá a cumplir su sueño. La experiencia es movilizadora porque además, será la primera vez que suba a un avión y que salga fuera del país.
“Todo es una novedad para mí. En Roma, me espera un sacerdote de nuestra diócesis que está allá, en un pueblito a diez minutos del centro. Con él vamos a ir a Bari y a Pompeya a conocer las ruinas. También estoy invitado a la casa general de las hermanas que está en Padua, Venecia”, explicó.
Otro punto que no podrá dejar de visitar Horacio es Aquapendente, un pueblito también cercano a Roma en el que tiene lugar la historia de San Roque y que por supuesto tiene una iglesia importante que será recorrida y fotografiada por el sacerdote. “Seguramente podré traerme un recuerdo para nuestra parroquia, aunque sea una piedra”, dice.
Una bendición para San Roque
El encuentro con el Papa Benedicto XVI será, por supuesto, muy breve y formará parte de un saludo protocolar que el sumo pontífice diariamente cumple con delegaciones de distintos países.
“Será el Miércoles 10 a las 10 y media de la mañana. Es un encuentro personal, de dos minutos. Siempre van diferentes delegados de países, o personas diplomáticas y el papa los recibe, los saluda, le pregunta de dónde son, nada más”, explica el padre.
Pero por más breve que resulte, será una experiencia imborrable para él. Por eso reconoce que también la forma en que obtuvo la audiencia fue más una causalidad, que una casualidad.
“En Febrero, fui a la ceremonia en la que dos hermanas de las Salesias que son las que están ahora en nuestra parroquia hicieron sus votos perpetuos. Estaba el Nuncio que es el embajador del Papa en Argentina, nos pusimos a hablar y yo le pregunté si conocía al Papa. Me dijo que sí, porque antes estaba en el Santo Oficio y entonces le conté que yo viajaba a Roma. ¿Lo querés ver?, me preguntó, y por supuesto le contesté que me encantaría”, relata Horacio sobre el origen de la audiencia.
La comunidad de la parroquia San Roque lo apoya y le ha demostrado que está orgullosa del viaje y el encuentro con el Sumo Pontífice. “Me preguntan qué le voy a decir cuando esté con él, y la verdad es que no sé. Creo que le voy a pedir una bendición para San Roque que cumple cien años. Pero no se me ocurre qué más le puedo contar en ese ratito que voy a tener porque voy a querer contarle la vida”, dice entre risas.
Un padre carismático
El padre Horacio Luna se ordenó a los 29 años y primero se desempeñó en la catedral de San Nicolás, su ciudad natal. Después estuvo en Pergamino, Arrecifes, y hace cuatro años, llegó a San Pedro.
Con su personalidad produjo un impacto que, más allá de las afinidades o no que existan, siempre será un beneficio para la comunidad católica sampedrina.
Su carisma, simpatía y juventud hicieron de este párroco una figura destacada en poco tiempo. Y esto le valió al padre muchas satisfacciones y variados disgustos. Pero todos le agradecen que nunca haya perdido la sonrisa, el comentario ocurrente y la espontaneidad con la que trata tanto a jóvenes como ancianos.
Desde que está a cargo de la Parroquia San Roque, ha oficiado muchos casamientos y por eso dice entre risas que su iglesia “se ha puesto de moda” para las bodas.
“El cura no es un personaje decorativo, y conmigo se ha dado una cercanía muy especial con parejas jóvenes y eso lo aprovecho. Fijáte que muchos eran chicos que ya vivían juntos, vinieron a otros casamientos, les gustó y se quisieron casar aquí. Pero con esta particularidad, que se engancharon y siguen viniendo a San Roque para trabajar. Era la motivación. Cuando yo le planteo al obispo lo que estaba pasando, él me muestra que tenía guardada una propuesta pastoral para que trabajáramos en todos los ámbitos empezando por los matrimonios jóvenes. Estamos cumpliendo entonces con la propuesta del obispado de trabajar la iglesia con esta mirada”.
La comunidad todavía no se ha acostumbrado a la autonomía de las parroquias cuyo funcionamiento antes estuvo centrado en Nuestra Señora del Socorro por necesidad, porque no había curas en las demás. “A muchos les cuesta entender que cada parroquia tiene su sacerdote. Eso igual pasa en todos los pueblos, acá le dicen la iglesia grande a Socorro porque se la consideró siempre la más importante, pero en realidad no hay diferencias”, dice Horacio.
La excelente respuesta de la comunidad barrial de San Roque al trabajo de este sacerdote, se pudo comprobar en esta última Semana Santa, cuando cientos de fieles se acercaron para participar de las celebraciones.
“Logramos una mayor cercanía con el barrio, pero hay gente a la que le cuesta un poco porque se había alejado hace mucho tiempo. Algunos estaban enojados porque se había sacado la figura de San Roque de la parroquia”, explica. Efectivamente, hace unos 20 años, un sacerdote que estaba a cargo decidió retirar la imagen y recién ahora Horacio la reinstaló en el altar.
“Una señora me conmovió, porque me dijo “usted devolvió a San Roque donde estaba. Qué lindo, vamos a volver a ser la parroquia”, y esas cosas son muy gratificantes”, aclara el padre.
La instalación del campanario del que carecía el templo, fue otro de los hitos que acercó a la comunidad. “En La Radio pasaban el sonido de la campana a cada rato, y vino un montón de gente del barrio para verla y entrar a la iglesia. Son disparadores esas cosas, la gente a veces pide un signo, reclama lo que es propio”.
Horacio reconoce que su forma de ser, desestructuró la imagen que muchos tienen de un sacerdote, pero dice que así es él. “No me gusta nada que sea artificial, no me gusta disfrazarme de nada. Soy una persona con una virtud especial que es la que te ofrece la ordenación, pero uno más de la comunidad, no soy más importante que nadie. Al contrario.”
Pero su estilo, también generó resistencias. “A veces se confunde seriedad con dureza. Yo soy una persona seria, no ando haciendo payasadas, pero me gusta disfrutar la vida. Hay días, por dar un ejemplo, que me encanta caminar por el Paseo Público. Lo disfruto, doy una vuelta, me siento a rezar el rosario. Necesito estar en contacto con la naturaleza. Y San Pedro en ese sentido es precioso, tiene lugares bellísimos. Y me ha pasado que me dicen, “ay padre qué hace aquí a esta hora”. Camino, le digo, como cualquier persona. Pero en general, la gente es respetuosa. Y de última, al único que hay que rendirle cuentas es a Dios”.
Una novia de tres años
Antes de convertirse en seminarista, Horacio Luna era un joven con ambiciones que “tenía sus cosas” como todos, según él mismo confiesa. A los 20 años, cuando decidió convertirse en seminarista para tomar los votos, estaba estudiando en San Nicolás la carrera de ingeniería electrónica, y trabajaba porque se había recibido como técnico electrónico del secundario. Hasta ese momento, asegura, no había pensado jamás en ser cura y por eso su decisión provocó un fuerte impacto en su familia pero sobre todo en su novia con la que mantenía una relación desde hacía tres años y medio.
“Tuve un noviazgo precioso, hermoso, bien vivido. Y el planteo fue difícil porque era: te dejo pero no por otra, te dejo porque creo que Dios me pide esto. Fue un momento intenso y hermoso. Ella me perdonó con el tiempo, porque me dijo: si fuera otra mujer sería más fácil pero con Dios no me puedo enojar. Por eso le digo a los que se van a casar lo que me hubiera gustado escuchar el día de mi casamiento, eso es una motivación constante para mí. Porque tiene que ser el día más lindo de tu vida”, explica Horacio.
Su novia de entonces, era una compañera de secundaria y diez años después se reencontraron en un aniversario de egresados.
“Cuando nos vimos todos los amigos estaban a la expectativa para ver qué iba a pasar. Ella se había casado y tenía hijos, así que estaba más gordita. Por eso cuando la vi, le dije: mirá, me hubiera casado con una gorda. Y así rompimos el hielo”, cierra la anécdota riendo el sacerdote.
Horacio es el segundo de tres hermanos. “El del medio”, dice. La mayor es mujer y trabaja en San Nicolás, y el más chico es un varón que vive en Rosario. Sus padres están jubilados, pero siempre trabajaron ambos como cualquier familia de clase media. Con la particularidad que no tenían miembros cercanos que hayan tomado votos. “Es duro contarle a la familia la decisión de ser cura. Fue como una gran sacudida, pero mis padres trataron de entenderlo. En general, la gente tiene miedo ante un hijo que se consagra porque siente que no lo va a ver más, pero no es así. A mí me trasladaron pero muy cerca y por trabajo me hubiera ido a vivir a Buenos Aires, quizá, porque tengo mucha familia allá”.
Si bien sus padres aceptaron su decisión, en la familia se montó la “resistencia” y un tío suyo fue quien se enojó. “Decía que me iba a arruinar la vida, pero todos con el tiempo van aprendiendo a disfrutar de tu propia elección”.