El hombre egocéntrico
El hombre egocéntrico utiliza su mundo de los sentidos para llamar la atención sobre sí mismo, y esto, la mayor de las veces está acompañado de mucho alboroto. Todo lo que ve, oye, huele, saborea y toca, lo celebra con muchas palabras para ostentar de sí mismo y exhibirse ante los demás.
A los sentidos orientados hacia afuera se les puede describir como “sentidos del ego”, que le sirven al ególatra para darse autovaloración, para transmitir a los demás una imagen personal orientada a «valores externos»: esto es, que las demás personas pongan atención en lo que posee, en lo que se ha comprado, ya sea un coche, una casa, muebles, ropa, es decir, el egocéntrico pone especial interés en que las personas sepan de su «fortuna». También se pavonea con lo que ha oído, con lo que sabe, con lo que le fue transmitido, y gusta de transmitir gordas anécdotas acerca de lo que ha comido en fiestas y banquetes. Él quiere que los demás le consideren una persona inteligente que posee un talento fuera de lo normal. El despliegue de toda la gama de la información que se acumulo en diversas situación vividas por el hombre egocéntrico en el mundo de los sentidos (gusto, olfato, vista, tacto, oído), no es más que una continua actitud de querer congraciarse con los demás. ¿Y por qué? En última instancia, para ocultar carencias, para disimular sus debilidades. Él espera, más aún, ansía toda forma de reconocimiento.
Para estos tipos egocéntricos, que le dan ese carácter a su calidad de vida, Dios es secundario. Si creen en Dios, entonces o Le ven muy lejano, que piensan que lo van a encontrar una vez por semana asentado en las instituciones eclesiásticas. En este estado de embriaguez egoísta, en el que los sentidos sirven como medio para conseguir un fin, y los nervios son mantenidos en el punto de vibración más extremo, no se puede experimentar lo más elevado que vive en el alma de cada hombre, pues Dios es el silencio.
Maximiliano Corradi, DNI: 27.090.991