El afilador, un oficio en extinción
La niña que cada semana encuentra notas atractivas para compartir con los lectores de La Opinión escuchó desde su casa una melodía desconocida que provenía de la calle. Salió y se encontró con Cristian, un afilador de la ciudad de Luján que todavía recorre pueblos con ese antiguo oficio. Juanita le dio un cuchillo de la cocina de su familia y lo entrevistó para esta nota.
Me desperté en la mañana y escuché un sonido que no recuerdo haber escuchado antes. Me asomé a la ventana, mientras le preguntaba a mi mamá qué era eso. Ella me explicó que era un afilador.
Salí apurada a la calle, a llamar al hombre, mientras mi mamá me daba un cuchillo para que me muestre cómo era esto que nunca había visto en mi vida.
Luego me puse a averiguar un poco más sobre este oficio. Les cuento que el “afilador” o “amolador” es un comerciante ambulante, que ofrece sus servicios de afilar cuchillos, tijeras, navajas y otros instrumentos de filo. En Occidente, ya es historia la imagen del artesano recorriendo las calles del pueblo o la ciudad anunciando su paso con la flauta u armónica.
Cristian, el afilador, me contó un poco más sobre la flauta, instrumento que usa este artesano para avisar por las calles del pueblo que él ha llegado: “Nosotros le decimos flauta, hay gente que le dice armónica. Existen de seis notas; de dieciséis notas, que es más grande; tenés de plástico; de bronce, que venían antiguamente y yo no las conocí, vi las notas de bronce pero cortitas, venían de bronce más largas”, me explicó.
A comienzos del siglo XXI es ya poco frecuente su imagen por las calles, salvo quizá en países en vía de desarrollo, donde la población no posee recursos suficientes como para sustituir sus herramientas de corte.
La mayoría de los afiladores que hay en Argentina son descendientes de italianos y españoles, que han podido ganarse la vida, y así sus propios descendientes continuar con este oficio, que parece pasarse de generación en generación.
Tiene la característica de ser un oficio nómade: recorren varias ciudades de sus alrededores, y los camioneros o algún laburante como ellos siempre los acerca a su destino. Antes andaban con una carretilla, luego con la bicicleta o motocicleta en la que llevan montada una piedra de afilar, que con el tiempo ha ido evolucionando y perfeccionándose.
Les voy a contar un poco la historia de Cristian. Él es de Luján. Su abuelo vino de España y ha ido pasando el oficio a toda su familia. Esta vez llegó en tren, pero antes venían a dedo porque toda su familia ya era conocida en la ruta. Me contó que ya muchas familias abandonaron el oficio, al igual que los que vendían plumeros y escobillones.
Le di mi cuchillo para que empiece su trabajo. Acomodó su bicicleta, se subió y comenzó a pedalear. Vi cómo giraba la piedra, comenzando a afilar mi cuchillo. La bicicleta que él tiene la fabricó su papá. Su abuelo tenía una carretilla, uno tenía que darle manija y el otro, mientras tanto, afilaba.
Mientras contaba su historia, quedaba listo mi cuchillo. Le agradecí por explicarme y por su trabajo. Le pagué y Cristian se despidió haciendo sonar en su flauta la melodía de un oficio en extinción.