EDITORIAL: Les pido mil cuatrocientas cincuenta y nueve disculpas
Empiezo por la más inmediata: hacerles saber que necesito que le hagan llegar a aquel que en el perímetro y la superficie del papel, en la extensión sensible, implacable, contundente o prepotente de la palabra escrita, de la frase entrelazada y el párrafo que construye información, reflexión y pensamiento encontró cada semana desde hace 28 años un medio de comunicación gráfico que llegó puntualmente a su casa como desayuno impropio para interpelar las realidades de una población que, aun reducida frente la inmensidad de la galaxia, sabe de sus virtudes y miserias a través del relato que bien o mal entregamos los periodistas que llevamos décadas respetando la rigurosidad que implica un archivo que nos demande si ustedes y el mundo entero revisan nuestros dobleces.
Ahí, está. Logré el párrafo inicial que me propuse en una noche sin resuellos y antes de explicar que busco ayuda de niños, jóvenes y adultos que puedan hacer llegar a nuestros fieles suscriptores esta edición con más colores, más libertades, mejores fotos, letras más grandes o más chicas según gusto o necesidad del consumidor, archivable o editable, guardado en la nube, bajado del WhatsApp, abierto en un mail, compartido en una red social aun si hiciese falta bajándolo a una impresora hogareña para procurarle lectura, entretenimiento, datos, consejos, teléfonos útiles, anuncios o la lista de fúnebres a quien nos espera cada miércoles a la mañana para leernos, guardar el ejemplar para prender el fuego o envolver los huevos porque de algún modo hasta esa ventaja de ser reciclable es la que al fin de cuentas ofrece como ventaja el papel frente al plástico que no es degradable.
¿Se entiende? Tanto “firulete”, como decía mi madre, para desafiar un mensaje que debería entrar en 140 caracteres.
Eso aprendí a los “tortazos”, porque para llegar a las nuevas generaciones hay que poner okey y no ok. (con punto), porque se ofenden. En lenguaje digital esto se lee así:
Confieso que entre estas disculpas me avergüenzo de abreviar con impericia y me humillo en el fracaso o la angustia que me oprime cada vez que en vez de fundirme en un abrazo con mi #JuanitaReportera o los adolescentes con vocación de periodistas por no saber si me hundo en ese nuevo e injusto modo que la exclusión digital le impone a quien aun teniendo dinero para pagar internet o comprarse un iPhone o un abultado saldo en el home banking padece la soledad y el ostracismo al que alguna vez se condenó a los ignorantes.
Sobre esa exclusión perversa suelo escribir para investigar qué secuelas físicas y psíquicas soporta el mundo adulto cuando aún con un título universitario y un premio académico colgado en la pared no logra superar el analfabetismo que le impedía hasta la semana pasada mandarle una “historia de Instagram” resumiendo un cuento a su nieto.
Me permito una pausa aquí de algo que según mi compañera digital Daniela podría “servir para Facebook”
#Harta
Hoy fui al cajero, me olvidé la clave y me comió la tarjeta a nombre de Lilí La Tonta, si alguien la encuentra llamar a 420100 que es donde atiende Daniela la que trabaja con Lilí Berardi y ella la publica no sé por dónde pero después cuando ustedes la ven se la devuelven allá y yo la voy a buscar cuando termine la cuarentena y hoy Facebook me recuerda que hace seis años empezaba una nueva temporada en la radio con el programa Sin Galera y extraño mi micrófono para hablar con la gente e informarla porque ahora se confunde todo en las redes y mi vecino no tiene coronavirus pero lo acusaron igual.
Pues bien, si hasta aquí pude ser clara con estas arrasadoras formas de tornar mis viejas habilidades en estas evidentes torpezas en las que se regocijan las burlas y la falta de paciencia de quienes podrían ayudarnos llegó EL VIRUS.
Empezó por China que no es república democrática, arrasó con nuestros ancestros tanos que no son maoístas, se metió en Estados Unidos que no es chavista y por falta de libertad de prensa no logró recalar en Venezuela hasta que hubo un muerto. De allí en más, viajó con pasajes en 18 cuotas hasta “culo del mundo” nombre de Argentina para poner a prueba ideologías, convicciones, conductas, comportamientos, encuentros y desencuentros. El COVID-19 silenció las estridencias de la engañosa grieta, aterró a los poderosos, contaminó a famosos y reconocidas personalidades internacionales y no discriminó siquiera a mandatarios que se ufanaban de su resistencia a la pandemia como si las fronteras fueran límites exactos y sus pulmones gozaran de privilegios.
Y aquí les vuelvo a pedir disculpas, por las tantas digresiones con las que fui eludiendo el modo de hablar del tema que nos convoca, sólo porque no sale por primera vez en 28 años nuestra edición papel.
Aquí, sin saber si seguimos o no seguimos pero en el confortable habitáculo que me proporciona el blindaje de una habitación en una casa de material con patio, espero al virus. Para resistirlo, si es necesario, con un respirador del hospital de mi pueblo. Al igual que pobres, ricos o masomenistas. Del mismo modo que empleadores, dueños, terratenientes, delincuentes, obreros, esclavos, pobres, presos, católicos, musulmanes, gauchos y cantantes de ópera. Sí, del mismo.
Eso pensé cuando internaron al primer vecino con sospechas de coronavirus en una clínica privada por tener obra social cuando con seguridad prefería a algún guerrero de la salud pública vistiéndose de héroe en esa misión de entrega sin condicionamientos que pone a prueba su compromiso con el prójimo aunque su bolsillo flaquee y el juramento hipocrático lo distinga porque no tiene que distraer sus conocimientos pensando en facturar sino en curar.
¿Se dan cuenta? ¿Se dan cuenta que les estamos pidiendo a los policías que nos manden a casa, al personal de salud que nos salve o a los medios que den información mientras viralizamos noticias, audios y videos falsos?
¿Nos damos cuenta de que el virus hizo estallar las economías, los sistemas sanitarios, los negocios y hasta proporcionó nuevos y temerosos fieles a las religiones que sólo encuentran en la fe un refugio para sus dudas existenciales?
Creo que nos estamos dando cuenta que las fotos en las historias de Instagram no superan ese reencuentro al que estamos obligados todos los que de las 24 horas del día aprovechamos 28 para trabajar o enajenarnos en procura de un buen negocio.
Están los que hoy apuestan detrás de una computadora a multiplicar su capital con acciones de un laboratorio o comprando a precio miserable los bonos de los países con sus economías destrozadas. Están los que se esconden para que no los vean violar la cuarentena y llevan en el baúl la mucama al country. Están los que remarcan alimentos esenciales y se los venden fiado a los vecinos que conoce desde que los niños se transformaron en abuelos. Están los que sacaron pasajes baratos una semana antes de la cuarentena para contaminarnos. Están los que medran con las necesidades de los pobres y los inscriben para planes sociales para retenerles el porcentaje que los alimenta como ratas de las prácticas oprobiosas que mercantiliza la política. Están los que creen que un tubo de oxígeno elige vías respiratorias según procedencia o cuota de medicina prepaga. Están todos los que van a estar cuando el virus pase y nos empecemos a encontrar nuevamente los habitantes de este pueblo, los del pueblo de al lado y los de otra provincia.
Ahí estarán o estaremos los que vamos a abrazar a los que entendieron que quedarse en casa era cuidarnos entre nosotros, los que le buscaron la vuelta, los que en estos días se encontraron con sus propias miserias y se decidieron a cambiar, los que le llevaron comida, medicamentos o dinero a un abuelo que no tenía tarjeta para cobrar, los que se lavaron las manos con alcohol o con jabón antes de venderte una empanada, los que enseñaron, entretuvieron, consolaron, ayudaron, los que con la “excusa del coronavirus” volvieron a sentirse humanos dispuestos a comenzar de cero cuando los paradigmas que hasta hace pocos meses parecían inapelables tambalean incluso frente a quienes se creen más iluminados.
Les pido mil disculpas. El texto es largo. Espero que les llegue de algún modo porque es gratis y porque pienso en nuevas formas de seguir sosteniendo a nuestros medios y nuestros periodistas en el camino de la información veraz, correcta, honesta y comprometida para con los ciudadanos.
Estoy segura de que vamos a encontrar más modos de comunicarnos. Por ahora, les dejo estos mensajes de agradecimiento por esta confianza que en lo particular me dispensan desde hace 35 años, cuando Enrique Gaido me convocó a trazar los primeros “palotes” del periodismo y Héctor Levín me hizo amar el aire de radio más que a mi propio aire.
Para ustedes…