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    Diario de una aventurera

    Emma Laurín, sampedrina nativa, vivió fuera del país durante más de treinta años, comenzó a incursionar en salud y enfermería desde muy joven en el hospital local. Lleva en lo más profundo de su ser, una profesión que no le ha dado otra cosa que satisfacciones. Ahora quiere trabajar gratis, pero no la dejan.

    23 de enero de 2008 - 03:00
    Diario de una aventurera

    Extrañada por nuestra presencia, nos recibe en su casa con una sensación que le devuelve un gran entusiasmo por relatarnos su historia, esa que ella misma hilvanó.
    A los 63 años decidió volver a radicarse en su patria natal. Luego de ocho años de ausencia en el ejercicio de su actividad, y de atravesar algunas dificultades de salud, decidió retornar a la ciudad que la vio crecer para instalarse y vivir su jubileo dignamente. Esta es “su otra oportunidad de vida”, como ella lo denomina, gracias a la buena salud que goza y que le devolvió las ganas y la lucha permanente por recuperarse.
    “Estoy viviendo mi jubileo, trabajé y ahora quiero disfrutar de esto que me gané”, comenta con una expresión de alegría estampada en su apacible rostro.
    Hoy, arraigada a una singular filosofía, está dispuesta a disfrutar de esta nueva etapa que la vida le propuso, aunque su necesidad pase por conectarse con aquello que la hace sentir más plena y digna: la docencia. Es más fuerte que cualquier otro placer que la vida pueda ofrecerle.
    Su rutina se enriquecería notablemente si contase con la posibilidad de transmitir todo aquello que aprendió en el largo trayecto recorrido dedicado a la enfermería y todo lo que ello implica.
    Todavía es una añoranza… pero el deseo puede vencer cualquier obstáculo.

    Aprender trabajando
    Desde niña, tenía claro que su vocación era estudiar medicina, algunas razones imprevistas, la obligaron a trabajar para llevar su casa adelante y su anhelo no pudo concretarse tal como lo deseaba, pero el poquito tiempo que estudió, le confirmó que su vida transcurriría, aunque no como médica, conectada a la salud y cuidado de enfermos.
    Cuando llegó al Hospital de San Pedro, supo que le pertenecía, comenzó su aprendizaje en Rayos X y continuó incorporando otros conocimientos generales, de la mano de “dos grandes maestros el Dr. Fariña y el Dr. Kaiser”, asegura. Ellos la formaron, en ese entonces no había una carrera que implicara directamente el título de enfermería o auxiliar de enfermería. Sólo hizo un curso dictado por el Ministerio de Salud Pública. No obstante, los deseos de progreso eran más ambiciosos. “Aprendí mucho en el Hospital de San Pedro, hice mi primera experiencia con pacientes, allí permanecí por más de diez años”, fue, incluso delegada gremial, estudiaba y luchaba por sus derechos como trabajadora y se los transmitía a sus compañeros constantemente.
    Luego surgió la idea de partir…, no había nada que la atara o que la hiciera replantear la posibilidad de quedarse, originalmente pensó que el destino podía ser Australia, pero luego de algunas recomendaciones, optó por un país de lengua hispana; un lugar la esperaba en Barcelona: Terraza, la recibiría con su nuevo hogar donde permaneció durante más de 30 años.

    Un pasaje de ida…
    Varias fueron las razones que llevaron a Emma a replantearse su lugar en el mundo…, quizá la situación del país por el´75 que se reflejaba en San Pedro la asustaron, sumada la sed de nuevos rumbos, conocer nueva gente y focalizar la atención en perfeccionar lo aprendido y aprender más aún, enfrentarse a nuevos desafíos y despojarse de algunos prejuicios, ni siquiera propios; en ese entonces ser una mujer joven, sola, independiente, inteligente y soltera, quizá era ¨raro¨ a los ojos ajenos, entonces pensó, “o hago lo que quiere la gente o lo que quiero yo”.
    Y se fue… vendió sus pertenencias, se embarcó en un crucero a desafiar el mundo…“me fui sin saber muy bien adonde iba” estuvo en Montevideo, en Río de Janeiro, en Tenerife, en Lisboa y culminó en Barcelona (España), ese lugar le sonaba porque leía el periódico de España. Dos meses en viaje y algo de dinero encima le permitirían concretar su aventura. Evidentemente eligió el rumbo apropiado porque el único contacto que llevaba consigo, le allanó el camino, facilitándole la posibilidad, recién llegada, de ingresar a ese lugar que supo ser su casa: El hospital de Terraza (Barcelona) la única empresa (pública pero empresa al fin) donde trabajó desde que llegó hasta que dejó la actividad.
    Allí, vivió un gran proceso de cambio, ya que había pasado apenas un año de la muerte de Franco y la sociedad se estaba reacomodando al nuevo clima social y a vivir en democracia… olvidada por ese entonces en Argentina.
    Pasó por todos los recovecos y especialidades, entonces fue perfeccionando su técnica, no sólo como auxiliar de enfermería cuidando enfermos, sino que decidió cubrir el turno laboral de noche para estudiar la carrera de enfermería durante el día, por el período de tres años.
    Entre otras cosas, en España aprendió a convivir consigo misma y a cosechar amigos y compañeros de trabajo, fue perfeccionándose y junto a ella el pequeño hospital al que llegó en la década del´70 y vio crecer, ya que también se transformó en algo mucho más grande y más sólido.
    Recorrió Europa junto a sus compañeras y se formó, aprendió a amar esa profesión y a percibir la diferencia entre “curar y cuidar”, el lema que separa a un médico de una enfermera.
    Algunas anécdotas han marcado su historia, presentando algunas señales que permanecerán en sus recuerdos, grandes emociones vividas y aprendizajes que tocaron profundamente su alma. Así como vivió gratos años y plenas satisfacciones, llegó su peor momento con una enfermedad a la que enfrentó y venció radicalmente, luego otras cuestiones de salud, la obligaron a retirarse antes de lo previsto de su actividad, pero tampoco se dio por vencida… fue apenas una invitación a vivir otra etapa, casi sin proponérselo…

    Viviendo su otra oportunidad de vida
    Una mujer que decidió volver a echar raíces por estos pagos, se fue sola y volvió sola, su elección fue clara, quizá difiera de la del común denominador de mujeres que toman el camino del matrimonio, la familia, la maternidad, a lo mejor por mandato, o por elección…, lo cierto es que, pese a esta nueva era, aunque con un toque más informal, las parejas siguen armándose y procreando, y es por esa razón que cuesta mirar la elección de una señora que ha dedicado su vida exclusivamente a su profesión, depositando toda su energía allí, dejando de lado otras cuestiones; esto es un estigma que a la sociedad le cuesta mirar con los ojos de aquello que llamamos “normal”, convencional tal vez…
    ¿No haber elegido lo que la mayoría elige como manera de encarar la vida será anormal?, más concretamente aún ¿Qué es la normalidad o lo normal?
    Algunas preguntas no pueden encasillar una respuesta, decididamente porque no hay una respuesta para juzgar una elección de vida.
    Finalmente, las ganas de reacomodarse llegaron y San Pedro la llamó, “No lo dudé, me costó vender mi casa allá, pero cuando tuve la oportunidad de venderla lo hice”.
    Instalándose de a poco, va adecuándose a una ciudad que encontró linda y prolija, una ciudad que le gusta y que ya comenzó a disfrutar, aunque todavía queda tinta en el tintero…

    Ganas de enseñar…
    Hace un par de años, cuando vino de visita a San Pedro, manifestó su deseo de ejercer una actividad como la docencia.
    Concretamente, su planteo fue desempeñar un rol docente, enseñando en el hospital local, algunos mecanismos de organización, contingencia y formación con el único propósito de mejorar la calidad a nivel ordenamiento laboral como para con el paciente.
    En aquel entonces, se acercó hasta la Municipalidad, allí Juan Almada (secretario de Gobierno) la recibió amablemente e incluso la acompañó hasta el hospital; desde entonces aguarda un llamado que en ese momento se pactó con las autoridades de turno.
    El tema quedó pendiente, por algún comentario que recibió, parece que su propuesta no fue bienvenida, quizá, según sus propias conjeturas, porque se malinterpretó lo que ella está dispuesta a ofrecer, “Sólo quisiera enseñar lo que aprendí, ad honorem, por supuesto, tengo la posibilidad de hacerlo”. La docencia es una asignatura pendiente en su vida, esa profesión tiene mucho de docencia, sostiene, “me sentiría plena si pudiera transmitir todo lo que aprendí en estos años, la idea no es controlar ni supervisar nada, sino enseñar” para que quede perfectamente claro.
    Su experiencia en España le confirmó que se trabaja muy bien con protocolos que sirven para normar y ordenar la organización laboral puertas adentro para obtener como resultado un mejor y mayor resultado para el clima laboral. “Trabajar con protocolos es lo más conveniente, incluso si lo hace el mismo trabajador, mejor aún…”
    Simplemente alguien que sabe y desea enseñar, transmitir conocimientos. No suena complicado y claramente es un generoso gesto de su parte para plantear una propuesta de cambio. Hasta el momento su deseo, no se ha concretado. Ojalá durante la nueva gestión, exista alguna posibilidad de implementar la modalidad de enseñanza que ofrece sin fines de lucro para sumar valor agregado a nuestro hospital.
    Emma es una mujer valiente, despojada de prejuicios y concretamente una hacedora de principios vinculados a su profesión. Un orgullo para la comunidad por su trayectoria y por su labor humana que promueve un método de enseñanza ejemplar, centrado en la dignidad, el trabajo y una alta formación que no pretende mezquinar.

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