Día de la Madre: “Entre geranios y malvones”, un cuento de María Inés Stoppani
Este 18 de octubre, en el Día de la Madre, María Inés Stoppani preparó es homenaje para todas ellas. El cuento que se reproduce a continuación se llama "Entre geranios y malvones".
No seas vencido por lo malo, sino vence con el bien el mal.
Romanos 12:21
¡Qué bonito era tu jardín mamá! Tenía todo tipo de plantas: margaritas, rosas, calas, plantas suculentas de diversos colores, yucas y palmeras. También los clásicos geranios y malvones. Siempre quise preguntarte qué diferencia había entre ellos, pero nunca se me ocurrió hacerlo. No sé si ustedes saben cuál es. Lo que entonces había notado, era una diferencia en las hojas, porque la del malvón era aterciopelada y la del geranio como la de la hiedra, lisa y brillante.
Cuando ya no pude preguntarte mamá, investigué en la enciclopedia de Lorenzo Parodi y les cuento que ambos son de la familia Geraniáceas y que esta familia tiene más de seiscientas cincuenta especies, todas del género Pelargonium, (del griego pelargos, cigüeña, porque sus frutos se parecen al pico de esta ave…). Entonces son especies emparentadas, como hermanos, que llevan el mismo apellido.
Quiero contarte mamá, que de tu jardín no quedó nada. ¡Tanto esfuerzo tuyo!: Recolectar tierra, de cualquier rinconcito natural que visitabas; juntar las acículas de los pinos, bajo los pinares de los alambrados perimetrales del campo; fabricar abono en un envase de veinte litros de volumen, con orificios, a los que les ponías las cáscaras de huevo, restos de verduras y frutas frescas y los residuos de la yerba del mate, el té y el café, que tanto te gustaban, y que compartías con ese millón de amigas que tenías.
Ustedes me comprenden que me cueste contarle esto hoy a mi madre, ¿tú también entiendes mamá, qué difícil es esto?, sobre todo porque pronto será día de la madre, un día tan sagrado en la vida.
No sé si a ustedes les pasa, pero así me lo dijo una amiga, “pasan los años y mi madre está ahí, cada día de mi vida, hasta que esta se cierre”. Y a medida que pasan los años, voy justificando y entendiendo todas tus acciones mamá, que en mi juventud eran límites, que no eran de mi agrado.
Como para que ustedes me comprendan, recuerdo que una vez te podé unas plantas de jazmín del país, con sus flores celestes más que un cielo; las rosas trepadoras de tu madre (mi abuela): la blanca, la rosada y la roja punzó, y lo hice de una forma extrema. Cuando llegaste y lo viste, se te caían las lágrimas, mamá.
Tú las hacías crecer y yo permítanme este término que no me gusta, las aniquilaba. Y nunca me sentí culpable, pero ahora que soy madre, y también tengo mis plantas, quiero contarte, que te comprendo tanto.
Por eso voy recordarte mamá, esta historia que muestra tu corazón sencillo y vulnerable. Esta historia que yo presencié y que ustedes entenderán, casi mejor que tú, mamá.
Íbamos caminando por la calle de aquel pueblito. Como siempre, estabas alerta a los jardines. Era octubre, ¿te acuerdas mamá? Como ustedes bien piensan, en este mes los jardines rebosaban de flores, porque la primavera es así. Todo ser, por más triste que esté, revive. Si siempre fuera primavera, no habría descanso, solo vida y más vida. Ustedes comprenden lo difícil que sería para la naturaleza, producir cada vez más. Sería un estado exaltado y permanente, que no tendría una tregua, para disfrutar de lo logrado.
Pues así estaba aquel jardín cuando nos detuvimos, mamá. Lleno de geranios y malvones, de todos los colores y formas, en canteros, sobre las macetas de las paredes, en una escalera en caracol, sobre bancos donde se amaban todos los colores: el blanco, el rosa, el fucsia, el rojo morado, el rubí, el lila, y sus combinaciones, con moteados y estrías más claros.
Una señora joven, de cabellos rubios como el trigo maduro, con un gran sombrero verde, muy alta, regaba las flores. Serían las diez de la mañana. ¿Recuerdas ahora, mamá?
Les cuento que mamá se acercó a la señora y le hizo un comentario de la belleza del jardín. Mamá, tú le dijiste:” La felicito señora. ¡Qué hermoso lugar, es el pequeño paraíso de las flores!”
La mujer no te contestó, aunque sí te miró de forma indiferente. Entonces con tu lenguaje natural, le solicitaste algún gajito, de dos malvones, cuyos colores no tenías. Mamá, estabas feliz ¡con lo que te gustaba multiplicar las plantas! Pero la señora, no recuerdo que excusa te dio, y te los negó.
Ustedes no saben la sorpresa que te envolvió mamá; para un corazón generoso, es difícil aceptar la mezquindad. Este sentimiento de egoísmo, puede estar presente en personas de un pequeño pueblo o de una gran ciudad; en un alma muy sencilla, o en una compleja, y escondido en cualquiera, para que no se vea. Pero afortunadamente, como ustedes bien saben, estas son excepciones.
Y como el bien vence al mal, mamá, no sé si lo superaste, pero tu seguiste con tu alma generosa y tu jardín se multiplicó y de tus plantas, la vida, a otros jardines llegó. Si ustedes supieran la cantidad de flora que tenía aquella terraza, de mosaicos amarillos con guardas rojas, entenderían mamá, tu amor por la naturaleza.
Pero ahora tengo que contarte mamá, que los caracoles invadieron tus plantas, las comieron y se reprodujeron exponencialmente, durante los años que no has estado. Así que tuvimos que sacar algún rebrote que quedó, casi nada mamá. Lavamos tus macetas, las desinfectamos, las secamos al sol y las apilamos, en un sector del patio, bajo cubierta.
De lo que fue tu querido mundo, no quedó nada mamá. Sin embargo, tu patio sigue estando tal cual lo dejaste. Bañado por el sol y brillante. Un día cualquiera de estos, voy a un vivero mamá, y te puedo comprar la colección más bonita de plantas, incluidos los geranios y malvones, de los más variados tonos. Ahora también hay nuevas variedades que vienen de otros países: es la globalización de los mercados. Estarías encantada. Y otra vez tu jardín brillaría. Si ustedes también lo visitan, lo verían como en sus mejores tiempos.
Ah, quería contarles, que regresé al pueblito perdido y entre sus calles polvorientas, encontré la casa del jardín de geranios y malvones, pero en su lugar había un edificio de tres pisos y sin balcones.
Viste mamá, tu jardín en cualquier momento vuelve a quedar como lo dejaste. Rebosante de geranios y malvones. Pero aquel otro, el del corazón mezquino, no podrá volver jamás. ¿Qué culpa tienen las flores?, pero ¿quién derriba un edificio de tres pisos, para colocar unas macetas de geranios y malvones?
Disculpa que te hable de este recuerdo ingrato, mamá, y de que tu jardín ya no está. En unos días se celebra el día de la madre. No vayas a llorar mamá, porque nada se ha perdido para siempre. ¡Solo hace falta un chasquido de tus dedos, que me avise, y para el tercer domingo de octubre, tu jardín se vuelve a crear!