Para escribir esto debería estar en esa Quinta “El Rigel”, donde él había encontrado su lugarcito en el mundo. Debería estar sentado en esa mesa, con la ventana abierta, la radio prendida y la vieja máquina Lexicon 80 dispuesta a darme letra y contarme todas estas columnas que escribieron juntos. No estoy en esa quinta; su ausencia todavía cuesta…
Tampoco es fácil escribirla en otro lado. Estoy en mi casa, dónde él había nacido; estoy en esta casa que lo vio nacer, crecer, estudiar y algún día volver; estoy en esta casa que él amaba y de la que estaba orgulloso que siguiera en la familia…
No sé cómo escribir esta última columna, no es lo mismo que cuando en algunas ocasiones me decía: “Niki, yo no voy a llegar, ¿la escribís vos? Esas eran fáciles, total encima tenía la impunidad del nombre.
Me vienen miles de anécdotas y cuentos, de sus primeros pasos en El Imparcial, de los amigos de las pensiones en La Plata, de su vuelta a escribir en Actualidad en sus dos épocas, recordando siempre al Pelado Gaido, a la misma Lilí, a Hugo Saucedo, todos con charlas y discusiones interminables, y entre ellos un tal Guille que cada tanto rodaba por las escaleras…
El recuerdo de sus amigos Raúl, Mario, Gustavo, quienes se decían guardianes de la política, con sus asados interminables en la quinta y que cada tanto alguno más podía disfrutar como invitado, para ver cómo ellos se divertían como adolescentes.
De esas reuniones surgió Adolfo Luis Bianchi, pseudónimo con el que escribieron esta misma columna junto a Raúl Rocca, imitando el seudónimo de Borges – Bioy Casares (“Bustos Domecq”, por dos marcas de licores). Adolfo, por Bioy Casares; Luis, por Borges; Bianchi por el vino.
El eterno reconocimiento a muchos compañeros peronistas, pero siempre resaltando también el trabajo conjunto realizado con Correligionarios, en esa dura vuelta a la Democracia, esas relaciones con su pediatra, el Dr. J. J. Sánchez, con Raúl Tiramonti, con Pila Pozzi, con Bebe Farabollini, etc.
Su interminable admiración hacia el Prof. Constantín, y esos compañeros de la Renovación: Bertino, Magliotti, Fernández…
Sus luchas sindicales junto al Loco Chávez y al Loco Pomar, y el orgullo de haber sido abogado de casi todos los sindicatos en San Pedro.
Su historia en el Náutico, de donde fue socio gracias a que la madre de Farabollini le pagó su ingreso. El lugar de natación, remo, fútbol, cabeza y tantos otros recuerdos.
Su Club Independencia y esas historias con Noat, Peralta, Bertolini, Manresa.
La creación y concreción del Barrio Arco Iris, hoy reeditado con las Cooperativas Nuestro Sueño y Crecer.
Sus primeros trabajos en La Plata como mozo y vendedor de libros de medicina; esa primera oportunidad de trabajo en el Ministerio de Trabajo gracias a Pepún Capdevila (con la única condición de que siguiera estudiando), la quiebra de Swift, la intervención a gremios en los 70’, de la que sacó un solo aprendizaje: “ante un conflicto nos sentamos y hasta que no se resuelva no nos levantamos”.
Siguen pasando por mi mente miles de historias que no se cansaba de contarnos a pesar de nuestras cargadas, miles de situaciones, gente, lugares, hechos, de los cuales siempre nos dejaba una enseñanza.
Ese humor como pocos que también utilizaba en las peores circunstancias y que decía más de una vez, permitía descomprimir alguna situación.
Todas historias que siempre tenían un lugar común: San Pedro, su ciudad, de la que estaba orgulloso y a la que la política le dio la posibilidad de ayudar. Sus últimos ocho años los pasó tratando de conseguir cosas para su pueblo, muchas las logró, las que quedan pendientes serán nuestra responsabilidad, para seguir su inconmensurable legado.
No sé como terminar esto, duele el alma… Revisando sus últimos mails, encuentro uno enviado el 10 de octubre a sus amigos y a nosotros, sus hijos:
“Se los mando antes de correr… las cortinas para que entre el sol. Tiene cosas buenas y cosas nuevas. Las buenas no son nuevas y las nuevas no son buenas… je,je, chiste final. Vida, nada me debes. Vida, estamos en paz. Elvio”.
Por Nicolás Macchia
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