Descubrieron una placa en homenaje a Domingo Bronce: la historia de un imprescindible
Este domingo en la Delegación de Río Tala hubo un acto homenaje en el que, en presencia de familiares y autoridades municipales, descubrieron una placa para quien fue hasta sus últimos días el delegado de la localidad. En la edición de octubre de LaGuíaClub, La Opinión contó su historia. Leela completa en esta nota.
El año que vivimos en pandemia será en San Pedro el año en que perdimos a Domingo Bronce. A los 73 años, el 25 de septiembre, seis días después del fallecimiento de su esposa, María de Paul, “El Tata”, “El Viejo”, “el Gato verde” –por la despensa que tenía en el barrio El Amanecer– dejó de resistir y dijo adiós para siempre.
Fue a las 16.30, en la clínica San Pedro, donde estaba internado tras ser confirmado como paciente con coronavirus. “Estoy hisopado en mi casa, tengo a mi señora en terapia intensiva, y acá estamos, en casa, encerrados”, le había dicho a un periodista de La Opinión 48 horas antes de que lo internaran. Tenía la esperanza de que Mary volviera a casa. Ella se fue el sábado 19. Paciente oncológica, el contagio de COVID fue fatal. Su partida lo golpeó tanto que él también dijo que se quería ir. Resistió unos días y partió.
“Que no nos cope la depresión. Siempre, siempre tenemos que buscar la lucecita al final del camino, no bajar los brazos, recordar que uno más uno son dos, y sigamos para adelante, por favor”, dijo alguna vez en una de las tantas notas en las que su voz, además de referirse al tema de actualidad que lo requería, dejaba una reflexión. Así era Domingo.
La tarde del viernes que se fue devino en noche tormentosa. La madrugada trajo uno de los temporales más dañinos del año. A las 10.00 de la mañana, cuando lo sepultaron, asomaron unos rayos de sol. “Son los brazos de Mary que lo vino a buscar”, dijo una de las tantas personas que lo lloró.
Cuántos temporales como ese lo vieron al pie del cañón, como estuvo durante los seis meses de pandemia que atravesó. Con 73 años, integrante de grupos de riesgo, cada mañana, después de alimentar a sus gallinas en el patio, Domingo Bronce se iba a Río Tala. No hubo lluvia, ruta en mal estado ni coronavirus que lo detuviera.
Como desde fines de los 70, cuando en el barrio El Amanecer el joven Bronce, ya casado con María de Paul –contrajeron matrimonio en 1972 pero eran novios desde el 68, por lo que compartieron 52 años– su nombre ya era parte de ese listado de ciudadanos que no se queda en el sillón del living de casa mientras la vida pasa. Hizo su camino al andar. Golpe a golpe, también.
Domingo Bronce nació en 1947. Tenía 9 años cuando su mamá falleció. A los 10, encontró a su padre muerto: se había quitado la vida de un disparo. “Yo siempre me crié guacho”, le dijo alguna vez a La Opinión. Aunque el destino era el instituto – “los artesanos”, como se conocía en la época al Sarmiento–, terminó con unos tíos.
Supo de necesidades. De trabajar de niño para comer. De pies descalzos. De fríos intolerables. De hambre y de sueño. De ranchos sin luz ni agua caliente. De bañarse en fuentones. De mirar de lejos la mejor vida de otros. Su decisión, siempre, fue la “buscar la lucecita al final del camino, no bajar los brazos”: trabajar para ser.
“Un amigo, un compañero, un jefe”, dijo Horacio, uno de los tantos empleados municipales que tuvo como coordinador a Domingo Bronce en alguna de las áreas por las que pasó.
En tiempos del Gobierno de Donatti, Bronce impulsó en el barrio El Amanecer una experiencia de trabajo mancomunado en la que los vecinos de la zona construyeron sus propias viviendas. En el centro educativo fabricaban los blocks para levantar cada casa. Los adultos trabajaban y los niños miraban televisión el living de Domingo y Mary, uno de las pocas que tenía aparato.
Los mismos niños que formaban parte del equipo de fútbol que el propio Bronce se ocupaba de que tuvieran camisetas, botines, zapatillas y hasta controles médicos en la vieja Asistencia Pública de calle Mitre, donde llegaban en su camioneta. La misma en cuya chata subió a los pibes del barrio en 1978 para festejar el campeonato del mundo, celebración trunca porque terminaron en la zanja de la Bajada de Chaves.
Ahí estaba el almacén “Gato verde”, que les fiaba a todos los trabajadores rurales de la zona, que pagaban lo anotado en la libreta cuando cobraban tras la cosecha.
Las historias con Domingo son interminables. Sus hijos Juan –que siguió sus pasos en la Municipalidad y hoy es director de Servicios Públicos–, Verónica, María José y Celina lo saben. También sus nietos: Agustín, (21) y Nicolás (18), hijos de Verónica; Mateo (18) y Rafael (14), de María José; Nacho (17) y Carmela (9), de Juanchi; José Tomás (12) y María Elena (8), los hijos de Celina, que vivían junto a ella con los abuelos.
Es que Domingo siempre estaba haciendo algo. Y siempre era algo para los demás. Al regreso de la democracia, Guillermo “Bebe” Farabollini vio en él a un valioso dirigente barrial. Ya había sido un militante radical en la campaña del 73. El retorno de las elecciones lo tuvo, una vez más, en las filas de la Unión Cívica Radical.
Ese camino lo llevó al Concejo Deliberante, donde cumplió mandato entre 1993 y 1997. Su intervención más recordada, sin dudas, fue cuando el primer año en la banca le tocó votar en contra de su propio partido para evitar la destitución de Julio Pángaro, el intendente de entonces, que por no responder pedidos de informes estuvo al borde de la suspensión en el cargo. Necesitaban la mayoría absoluta del cuerpo y Bronce sorprendió a los propios al no acceder.
“Que me perdonen, pero yo no puedo hacer esto”, recordó Nelson Vlaeminck que dijo en aquel momento. La histórica sesión quedó inmortalizada en una tapa de La Opinión en la que aparece en primer plano el abrazo entre Bronce y Pángaro.
Por ese episodio, lo expulsaron de la Unión Cívica Radical. Lejos de amilanarse, su respuesta en aquel momento fue la que hoy cualquiera podría asegurar que Bronce emitiría: “Lo que viene es seguir trabajando para la gente, porque mientras un grupo de pocas personas estaba reunido para cortarme la cabeza a mí, yo estaba en el Hospital de Gobernador Castro, cumpliendo con mi trabajo”, dijo.
La pandemia de coronavirus que le costó la vida lo encontró como delegado de Río Tala, donde hizo lo que sabía: ayudar a los vecinos, estar todos los días en cada situación, charlar, aconsejar y trabajar sin descanso para mejorar las condiciones de vida de aquellos que estaban bajo su responsabilidad, hacer su pequeña revolución cotidiana aunque más no fuera en una familia, en un joven, en un cesto de basura en la vereda “porque ser limpito hace bien y así se empieza uno a querer”, como decía.
Había regresado a la función pública para ocupar ese cargo, convocado por Cecilio Salazar, en cuyo Gobierno ya había trabajado como coordinador de Servicios Públicos, para acompañar a su hijo en la labor de jefe del Corralón, una tarea que conocía muy bien, porque también había estado al frente del área.
Uno de los que lo recuerda de sus tiempos como jefe del Corralón es el artista Gaby Torres, empleado municipal que alguna vez contó cómo su camino de recuperación de las adicciones lo tuvo a Bronce como uno de esos que no lo “dejó tirado”, porque lo iba a buscar “cuando estaba dado vuelta” para ayudarlo a que no perdiera el trabajo.
Director de Red Vial, Inspector General subdelegado de Vuelta de Obligado, director de Protección Ciudadana, Bronce ocupó diversos cargos en el Ejecutivo municipal. Con todos los gobiernos pero siempre para la gente. En cada lugar dejó huella y anécdotas inolvidables.
“Más allá de cualquier cargo, siempre, una persona al servicio de los demás que se ganó el afecto y el respeto de todos los que lo conocieron”, señalaron desde el Gobierno en su necrológica.
“La verdad que el viejo loco se hacía querer, eh”, dijo una de sus hijas el día en que lo sepultaron. Esa mañana, la ciudad entera lo aplaudió para decirle hasta siempre y gracias.