Demasiada impunidad para una ciudad tan chica
Violentas riñas callejeras, robos y asaltos terminan con los protagonistas en libertad. Los damnificados no se atreven a radicar las denuncias. Hay procedimientos confusos y la policía se escuda en la lentitud de los Fiscales. El descenso del delito que anuncia el Ministerio de Seguridad se contradice con la realidad cotidiana. La impunidad sigue siendo moneda corriente.
La sensación no es nueva para ningún sampedrino: ocurren en la ciudad muchos más hechos policiales de los que se conocen, y la mayoría no son esclarecidos o quedan relegados al olvido sin que sus víctimas encuentren respuestas.
Muchos llaman a los medios y suponiendo que detrás del silencio siempre hay algo más, interpelan a los periodistas por no contar tal o cual caso que ocurrió a la vuelta de sus casas.
Esa información, en la Comisaría se reduce a un parte de prensa escueto y generalmente difícil de entender, donde sólo se comentan algunas hechos mientras otros, “por pedido de las víctimas, o por motivos de investigación”, sólo se conocen por comentarios.
Los ejemplos abundan y extenderían inútilmente esta nota periodística, pero sólo por citar dos se pueden mencionar un robo a turistas que ocurrió el sábado a la medianoche (se publica en la sección Policiales de esta edición), o el caso de la fiesta privada de menores que edad en un barrio residencial que terminó hace dos semanas con un chico en el Hospital.
Siempre, el silencio lo rompen los propios habitantes que ya dejaron de creer en las estadísticas policiales “positivas” que indican que el delito baja, cuando en realidad cada vez ocurren más robos, hurtos y agresiones.
Para colmo de males, son cada vez menos los que se esclarecen porque los resultados de las investigaciones son desconocidos.
Las explicaciones no varían. Las autoridades de las fuerzas locales dicen que su posibilidad de actuar está sujeta a las decisiones de los fiscales radicados en San Nicolás, y por eso pasan las horas sin que los responsables de ciertos hechos a quienes se los conoce con nombre y apellido “aunque no se los pueda nombrar” siguen sueltos y con todas las puertas abiertas para fugarse bien lejos.
En semejante contexto, la sensación mínima es de inseguridad, desprotección y desconfianza porque mientras la policía pide a los damnificados “que denuncien los hechos para poder investigar”, las causas se acumulan en expedientes que parecen pasar al olvido.
Baleado en la noche
Un joven de 23 años permanece internado y con pronóstico reservado en el Hospital donde fue intervenido quirúrgicamente por la lesión múltiple que le provocó un disparo de arma de fuego en el abdomen y que afectó algunos de sus órganos.
Mariano Vargas, un joven que tiene antecedentes policiales por robo y que forma parte de un grupo familiar conocido en el barrio de la Escuela N° 11 porque también sus hermanos estuvieron involucrados en delitos y hechos de violencia denunciados tiempo atrás, fue atacado en la noche del domingo en su casa por otros dos jóvenes de unos 18 y 20 años.
Familiares y vecinos comentaron que entre ellos existiría un enfrentamiento de larga data, y que todo comenzó ese mismo día durante la tarde en una fiesta por el Día del Niño que se desarrolló en el barrio San José. Vargas se encontró con estos dos hermanos que serían los agresores, y mantuvieron una discusión que según algunas versiones se originó porque el primero reclamaba a los segundos una campera que le habían robado hace un tiempo. La cuestión no llegó a mayores en ese momento, pero habría decidido a los hermanos a dirigirse más tarde a la casa de Vargas, ubicada en Fray Cayetano Rodríguez 1520. Alrededor de las diez de la noche irrumpieron en la vivienda armados uno con una escopeta y otro con un arma de puño. En el interior, se encontraban Mariano Vargas, su padre Adrián, su hermana Samanta y la hijita de ésta de cinco años, que se disponían en ese momento a cenar. Según relataron las víctimas, primero escucharon que golpeaban la puerta pero antes de atender los dos jóvenes ya habían entrado. El primero en ser atacado fue el padre que estaba sentado, y se paró al verlos, recibiendo como respuesta un culatazo con las armas en la cabeza y en el pecho. El más joven de los atacantes, apuntó luego a Samanta con la escopeta intentado gatillarla pero como el disparo nunca se produjo la golpeó también con la culata en la cabeza. El que llevó la peor parte fue Mariano Vargas que también intentó incorporarse pero en ese momento recibió el disparo en el abdomen. Posteriormente, los médicos confirmaron que por el daño provocado se sospecha que el arma era de fabricación casera, aunque la policía se abstuvo de ofrecer mayores explicaciones por motivos de la investigación.
Los dos jóvenes que atacaron a Vargas son también conocidos por sus antecedentes relacionados sobre todo con hechos de violencia. Además, eran conocidos de la víctima porque según reconoció su padre “se criaron juntos porque todos vivimos en el mismo barrio”, aunque manifestó desconocer que existieran algunos altercados anteriores entre ellos.
De lo que no cabe duda es que los responsables están totalmente identificados, pero aún así la policía no los detuvo. La explicación al respecto es que la decisión recae en el fiscal de turno que en este caso es la Dra. Helena Terreno, y quien debe disponer desde las órdenes de allanamiento hasta la detención de los responsables.
Al cierre de esta edición, el caso seguía bajo una estricta reserva por parte de las autoridades y con algunas dudas, porque el relato que hicieron los familiares a los medios no coincidía en su totalidad con lo documentado por la policía. Entre otros detalles, el informe policial indicaba que el ataque ocurrió en la puerta de la casa y no en el interior, y que “no eran escopetas recortadas” las armas utilizadas sino una de tipo “larga” y otra de puño, por ejemplo.
Confusa persecución y detención
La situación que vivió la semana pasada un chofer paraguayo y que dio lugar a la intervención de la policía local ofrece muchas más dudas que certezas, aunque también en este caso “todo está en manos de la justicia” y es difícil preguntar más detalles.
Pablo López fue detenido y liberado en el transcurso de escasas horas, acusado de haber huido de una estación de servicio de la localidad de Alvear, sin pagar el combustible que había cargado. La policía de Gobernador Castro tomó intervención cuando tres de los empleados de la estación de servicio que perseguían a López, dieron aviso de lo que estaba ocurriendo, pero todo terminó con un tiroteo en el que el chofer resultó herido y en circunstancias que jamás las autoridades terminaron de aclarar. Supuestamente, el chofer habría intentado huir de la persecución policial y hasta efectuó dos disparos contra los efectivos pero sólo se secuestró en su poder más tarde una carcaza de un arma obsoleta. Además, después de declarar en la fiscalía recuperó su libertad y se le entregó nuevamente su camión para que pueda regresar a su país de origen porque la carátula fue “hurto y resistencia a la autoridad”. El propio López, de 32 años y quien trabaja para la empresa ADA Inés S.A. explicó después que había abonado la suma de cien dólares por el combustible, algo que también los responsables de la empresa paraguaya confirmaron.
La información que las autoridades pudieron brindar es más que insuficiente para explicar qué es realmente lo que ocurrió esa noche, pero sin duda lo más insólito es que pasó una semana y tampoco por el momento hay novedades de la investigación. La respuesta diaria de la policía al respecto es: “está en manos de la fiscalía”, y en general, también la respuesta de los fiscales cuando finalmente responden a la consulta de la prensa, es que “por el momento todo es motivo de investigación”.
Para atender
Estamos en problemas, sin dudas. Las estadísticas que como panfletos se lanzan desde el Ministerio de Seguridad no reflejan la realidad de ciudades como la de San Pedro. De tanto repetir “estamos mejor”, algunos lo terminan creyendo y en el balance real de cada fin de semana, entre lo que se comenta y lo que se guarda, la referencia es diferente. En otros tiempos y ante casos menos graves reaccionábamos de otro modo. Hoy, salvo que la bala “pique cerca” hacemos silencio. ¿Es sólo cuestión de esperar?