Delincuencia, violencia y marginalidad
Un puñado de personas, en su mayoría mujeres y chicos, toman mate frente a una casa derruida por el fuego y por las balas. Son los protagonistas de una historia terrible, de marginalidad, violencia y delincuencia. Sin embargo, sus rostros parecen no registrar el drama que están atravesando.
Una zanja de agua podrida separa la calle de la vereda. Para atravesarla, pisamos un pequeño puente improvisado con dos maderas viejas y un pedazo de chapadur. Debajo subyace, flotando entre la mugre, una lata vacía de “Fortex”: el pegamento con tolueno que usan muchísimos adolescentes para “jalar”, es decir, respirarlo dentro de una bolsa, hasta quedar narcotizados.
La desconfianza sobreviene entre los presentes apenas cruzamos el pequeño puentecito. Los varones jóvenes, se alejan ni bien nos aproximamos, y se ubican a una “distancia prudencial”. El escueto balbuceo entre ellos, deja entrever que algunos están un poco duros.
Después de algunos segundos y pasado el asombro inicial por nuestra llegada, algunos comienzan a esbozar algunas explicaciones sobre lo ocurrido.
Con resignación, mansos y acostumbrados, nos relatan la barbarie en la que viven.
Y nos enseñan las marcas de perdigones y de fuego, que podrían haber matado a cualquiera de los muchos habitantes de esa ínfima y precaria vivienda. Solamente una vez, a lo largo del relato, una de las mujeres se quiebra y da lugar a las lágrimas. Casi como si el resonar de sus propias palabras, la hubiese hecho caer en cuenta del horror con el que lidian todos los días.
El parte policial hablaría después simplemente de una “denuncia por lesiones leves”, y de un incendio intencional. Pero esta historia es mucho más que eso: Es la quinta esencia de la marginalidad.
Esto pasa en San Pedro
G atacó de nuevo. Con sus escasos 17 años, G acumula un frondoso prontuario (ver recuadro). Su carrera delictiva comenzó muy temprano (se lo sospecha el asesino, a los 12 años, de Aldo Daniel Pereyra), y hace años que entra y sale de la comisaría local por los más diversos delitos. Hoy mantiene un enfrentamiento con uno de sus primos, por motivos que nadie de su círculo más íntimo se atreve a confesar.
El Jueves, ese enfrentamiento lo llevó a tirotear a su “adversario” con una escopeta recortada, a plena luz del día y en medio de la calle. Casi como una película sobre pandillas del Bronx. La balacera dejó como saldo a dos menores de 14 años llenos de perdigones en todo su cuerpo. “Lesiones leves” dijo el parte policial.
Pero el odio no se sació con esos disparos. Durante la madrugada del Viernes la disputa entre estos dos bandos de adolescentes que comparten (además de genes y hábitos delictivos) un odio recíproco, llevó a G a dar un paso más allá.
Después de disparar toda la noche sobre la casa en donde viven sus primos, decidió que los tiros no eran suficientes, e incendió por completo la vivienda. Afortunadamente, asustados por el episodio del día anterior, los 6 hermanos que vivían allí habían decidido ir a dormir a otra parte, y por eso no hubo que lamentar víctimas por el episodio.
¿El saldo de la noche? Seis menores de uno, ocho, nueve, diez, catorce y dieciséis años, sin padre y sin madre, que se quedaron sin un lugar en donde vivir.
Balas y Fuego
-“¿Podemos entrar a ver?” dijimos ni bien escuchamos las primeras palabras del increíble relato. La puerta de chapa de la entrada, estaba repleta de pequeños orificios producto del tiroteo de la noche anterior. La ventana contigua, tenía varios vidrios rotos, también producto de los balazos.
La superficie total de la casa no supera los 30 metros cuadrados. Los dos cuartos que hacían de habitaciones quedaron completamente carbonizados.
Solamente algunos hierros retorcidos de lo que eran las camas, dan algunas pistas de que esos espacios se usaban para dormir. En la habitación restante, una pequeña mesa que apenas se sostiene, y un viejo modular despintado y lleno de agujeros de bala, son los únicos muebles que sobrevivieron al incendio. Lo demás, si es que alguna vez hubo algo más, desapareció entre las llamas. Los tirantes de madera del techo de chapa, por otra parte, lucen peligrosamente afectados por el incendio.
Entre medio de todo lo negro que dejó el humo y el hollín, sobresalen inscripciones con pintura blanca sobre las paredes. “Son los nombres de los integrantes de la familia” dijo la tía de los hermanitos. “Los escribieron los chicos cuando se quedaron huérfanos”.
Destino de tragedia
R llegó cuando ya hacía varios minutos que estábamos en el lugar. Tiene 68 años, pero a pesar de su lucidez y fortaleza, parece algo mayor. La vida la dejó a cargo de sus nietos, luego de que estos 6 hermanos hoy de entre 8 y 22 años, perdieran a su madre. En ese momento, el juez de menores otorgó la tutela de los hermanitos a la mayor de ellos, quien apenas alcanzaba la mayoría de edad, y que tenía además dos bebés propios de los cuales hacerse cargo. Finalmente la joven no pudo con 5 hermanos, un sobrino recién nacido de su hermana menor y dos hijos propios, y terminó huyendo con destino desconocido. Fue entonces cuando R, asumió la responsabilidad de cuidar lo mejor que pudo, a los hijos y nietos de su propia hija, ya fallecida. “Que me maten a mí, yo ya no sirvo, pero que no le hagan nada a mis nietos” decía quebrada la abuela, mientras estas cuatro generaciones yacían a un lado de lo que fue la casa materna.
Luego de la pérdida de su madre, a principio de este año el destino le asestó otro puñetazo a la vida de estos chicos.
Una noche, su padre (un conocido delincuente que venía de cumplir una condena por venta de estupefacientes), se enteró que su ex yerno estaba golpeando y maltratando a su hija, y se dirigió hasta el lugar. Finalmente, después de discusiones y agresiones mutuas, el yerno lo asesinó con 7 puñaladas en el pecho.
La violencia irracional, endémica y cultural hizo que estos seis hermanos perdieran entonces también a su padre.
Todos culpables, todos inocentes
Mirando a los chiquitos mocosos que hoy juegan entre las cenizas de lo que fue su casa y que son víctimas inocentes de la locura que los rodea, puede adivinarse que quizás, tengan ya signado su destino como victimarios, si nadie tuerce su camino.
“Son todos cacos y hay que matarlos a todos” se le escucha susurrar a una autoridad. Mientras tanto, a ambos lados de las bandas que vienen tiroteándose desde hace una semana, se escuchan proclamas de inocencia, de que “los otros la empezaron” y también de venganza y de más violencia.
El Viernes por la noche, el Juez de Menores Emilio Luciano se hizo presente en nuestra ciudad para brindar una entrevista en el programa “Al César”. Allí fue interceptado por algunos de los familiares de quienes perdieron su vivienda, para literalmente suplicarle que detuviera el tiroteo que se estaba produciendo en esos momentos en el barrio. La violencia seguía su carrera espiralada.
“Se ven los fogonazos de los disparos sobre los techos, están tirando los dos bandos” decía un aterrado vecino a “La Opinión” esa misma noche.
El Juez Luciano no pudo brindar respuestas demasiado alentadoras para los familiares en ese momento. Dijo que desde la fiscalía no se había pedido por su intervención, por lo que no podía hacer prácticamente nada, ya que está impedido de actuar de oficio en la cuestión.
Durante los días subsiguientes, se conocieron trascendidos que hablaban de reuniones entre el Juez Luciano y el Fiscal Martín Mariezcurrena para coordinar acciones en conjunto.
Al cierre de esta edición, sin embargo, esas versiones no eran más que un rumor, ya que las autoridades judiciales mantienen un estricto silencio que les permita actuar con la mayor efectividad posible, sobre todo por la cantidad de menores involucrados.
Nacer sin chances -Opinión – por Martín Pando
Hay existencias que parecen signadas, desde su concepción misma, a una brutal carencia de posibilidades de inserción dentro de la sociedad. Quizás la pobreza sea el primero de los ingredientes de esa ausencia de posibilidades, pero no es el único.
Las divisiones cada vez más profundas entre estratos sociales, que generan odio y resentimiento, la violencia familiar que se esparce endémica de generación en generación, las carencias alimentarias durante la niñez, que dificultan el desarrollo intelectual y en los lugares más críticos la mas absoluta ausencia del estado, que solo aparece vestido de policía y es incapaz de zanjar las diferencias entre aquellos que nacen con igualdad de posibilidades, y los que jamás tuvieron una chance, son otros de los ingredientes.
Mientras tanto entre los grupos de adolescentes más marginados, la violencia y la delincuencia aumentan con virulencia, casi como una forma de protesta, o una resistencia contracultural, de quienes están fuera de todo.
Cuando G tenía solamente 10 años, su difícil conducta lo dejó totalmente fuera de sistema al ser expulsado de la escuela a la que asistía. Su abuela clamó por ayuda inmersa en un llanto, en todos los lugares en donde lo consideró conveniente. Incluido en este Semanario, a donde vino a contar la historia de su joven nieto. G ya no pudo reinsertarse en el ámbito escolar, y esa quizás haya sido su sentencia definitiva. Dos años después, era acusado de un terrible asesinato de un chiquito de sólo 14 años.
Desde allí, hasta la última denuncia en su contra por “amenazas calificadas y abuso de armas” del Sábado pasado, en la que se lo acusa de haber apuntado con un revólver y amenazado de muerte a una nena de doce años, todo tipo de acusaciones por los más diversos crímenes pesan en su contra.
Hay quienes dicen que G ya no tiene posibilidades. Otros, en cambio, creen que nunca las tuvo.
Cronología de un conflicto insensato
Jueves 21. 23:00 Hs: Esquina de Balcarce y Cruz Roja. 2 menores de 14 años son baleados por un adolescente que portaba una escopeta recortada. Los dos resultan heridos con varios perdigonazos en todo su cuerpo.
Viernes 22. 06:00 Hs: Una casa ubicada en la calle Hermano Indio al 800, es incendiada intencionalmente luego de haber sido baleada durante toda la noche.
Viernes 22. 22:00 Hs: La madre de una menor de 12 años, realiza una denuncia policial contra G, el mismo menor denunciado por los escopetazos y el incendio, por amenazas calificadas y abuso de armas. Según relata el parte policial, llegando a su casa la joven habría sido amenazada de muerte, mientras era apuntada con un revólver. Después de haber entrado en su domicilio, el agresor comienza a efectuar disparos contra el domicilio.
Viernes 22. 22:30 Hs: Se produce un grave tiroteo en el barrio, sobre las casas de los familiares de los jóvenes involucrados. Vecinos denuncian disparos desde ambos bandos. Familiares de uno de los baleados del día anterior, ponen en conocimiento de la situación al Juez de Menores Emilio Luciano.
Sábado 23. 13:00 Hs: Se libran dos órdenes de allanamiento. Una en la casa del denunciado y otra en la de su abuela. La justicia no halló ni armas, ni al menor acusado de varios delitos en los días previos.