Las listas y los nombres para las Paso pasaron por decreto a retiro obligatorio a los principales protagonistas de las últimas décadas. Mario Barbieri, Julio Pángaro y Daniel Monfasani mirarán por la ventana el desfile de abanderados postulantes de la nada que otrora fueran correligionarios o compañeros.
No es una cuestión de folklore: se extrañan las batallas que dieron origen a las Primarias Abiertas y Obligatorias por las que tanto bregaron los partidos políticos en los que con padrones cerrados y asambleas manipuladas seleccionaban candidatos entre sus afiliados. El pueblo, ajeno a las decisiones internas, padecía y toleraba del mismo modo en que hoy asiste mudo a la supresión de las propuestas, ideas y programas para legislar en todas las materias en los próximos vertiginosos años.
El repaso de nombres llega al colmo de premiar como exitosos a los que fracasaron, talentosos a los herederos de apellido y consecuentes a los que desde la revolución no han podido hacer crecer sus espacios con jóvenes enamorados de las ideologías.
Aunque la lectura parezca sólo local, la provincia y la nación no se privan de la traición perpetrada sobre un electorado que este año votará dos veces entre antikirchneristas y kircheristas, el pasado o el futuro, la decadencia o el éxito, el genocidio o los derechos humanos, el pleno empleo y la desocupación, el robo o la honestidad, la mentira y la verdad, la tradición o el modernismo. En esos términos está planteada la puja que no percibe matices, razonamientos o simples amores.
Es tan burdo el contraste y tan paupérrima la oferta que ni la “ancha avenida del medio” simboliza el deseo razonable de exigir algún mérito que supere la lucha contra la corrupción generalizada, como si en sí misma fuese una rareza.
Es poco, casi nada, y lamentablemente el primer escalón es peor que el último. Construir de abajo hacia arriba sin ladrillos es poner el techo en el aire. Un lujo para pocos comprender que el pueblo elegirá legisladores que en muchos casos no conocen la geografía de la provincia a la que representan, entienden su figuración en la lista como condecoraciones o conchabos y llegan al disparate de creer que por su presencia en las redes sociales la ciudadanía debe abonarles esos sueldos que jamás embolsarían en la actividad privada.
En San Pedro, un concejal cuesta 41.000 pesos por mes y saldrá más caro en los próximos años porque hasta el momento nadie ha hablado ni prometido reducir las dietas. Entre los dichosos hay unos cuantos que superan los 60 y 70.000 porque acumulan tanta antigüedad como caradurez. El que salga premiado en octubre ya tiene aseguradito medio millón de pesos al cabo de su mandato. Los que los eligen ya no miran si son aptos, sino cuánto están dispuestos a invertir en la campaña para seguir haciendo girar la rueda de la fortuna.
A este discurso le llaman “antipolítica” o “golpista” desde todos los sectores en los que parece que no hay ideas para redactar una plataforma o un compromiso para adivinar cuál es el contrato que están dispuestos a firmar con la sociedad, sea para el control de gestión o para la generación de normas acordes a los tiempos que se viven.