El sábado de 3 de noviembre, en plaza Belgrano, tres delincuentes se acercaron a mí y me dijeron “dame la cartera, dame la cartera”; pude escaparme, pero los taxistas que presenciaron la escena ni se movieron.
Los mismos que juntaban ropa para Río Tala y con los que colaboré; no hablo de todos, hay buenos, los mayores, los de antes y los otros mejor no hablar. Yo crucé la calle desesperada y me refugié en la agencia de lotería de enfrente.
Luego, seguí a un negocio cercano donde levantaban firmas para la seguridad, y me encontré con el dueño que me dijo “a mí no me importa lo que haya hecho el taxista que no hizo nada”, se quedó impasible tomando mate y yo con la repuesta del comerciante, burlada porque días antes había firmado ¡oh, ingenua! para la seguridad en su negocio.
Es tan asqueante la realidad que uno no sabe que actitud asumir.
Al final opto por tratar como siempre lo he hecho, de ayudar a alguien, aunque sea haciendo un comentario. Es desesperante la violencia, pero igual la desidia y la frívola infidencia.
Juana Barbarito. LC 4.470.676
(N. de la R.: Por razones de espacio, se redujo esta carta a la mitad, puesto que el resto planteaba otros temas que podrían ameritar publicación en otras ediciones).