El predio que en la década del 60 fuera el Balneario Municipal frente a una fabulosa laguna tenía una playa interminable con precarias instalaciones y muelles a los que se sumaba una “cantina” con los tradicionales panes “Felipe” o pebetes de mortadela, salame y jamón y queso. Así fue durante las gestiones de “El Peludo” Juan Ismael Giménez y de su reemplazante, Hugo Donatti.
Durante el Gobierno de facto, Eduardo Luis Donatti logró interesar al gobierno provincial para la ejecución de varias inversiones que constituyen la mayor parte de las que sobrevivieron durante las últimas décadas, aun con la pérdida del mayor espejo natural de agua que sucumbió a la sedimentación que produjo y produce el Canal Don Pablo.
Cuando asumió Guillermo Farabollini el lugar contaba con empleados de mantenimiento y oficinas de administración, vestuarios, baños y restaurante.
Ese fue el momento en que un grupo de emprendedores que ya había comenzado a reunirse como “Asociación Cooperadora de Acción Turística” propuso y concretó el relleno y la forestación del predio que hoy se conoce como Paseo Público tras un alambrado.
En 1987, durante la gestión del Dr. Juan José Sánchez y con el diseño de profesores y estudiantes de la Universidad de Buenos Aires se consolidaron los planes de unir el predio que se le estaba “ganando al río” con la administración del camping que ya estaba a cargo de Actur. La decisión permitió el avance, pero los sampedrinos ya habían empezado a pagar entradas para acceder a la costa y las tarifas siempre eran tema de debate en el Concejo Deliberante.
Durante la segunda gestión de Julio Arturo Pángaro, la disputa con Actur comenzó de la mano de una idea de la por entonces Secretaria de Desarrollo Humano, Ester Noat. La polémica que se desató fue de proporciones e incluyó dos amplias rotondas para las que era necesario que el club Náutico devolviera al pueblo de San Pedro una pequeña porción de territorio y así lograr la apertura y ordenamiento de la circulación de la Avenida Costanera. El Secretario de Obras Públicas Carlos Corleto sumó su voz y su decisión de quitar el alambrado que protegía el predio con los árboles ya crecidos y el terreno consolidado. Allí construyeron los caminos internos, los cuerpos de baños y el “camino de la salud” que se instaló con carteles que explicaban algunas rutinas de entrenamiento. Actur peleó de la mano de una riña política en la que los ganadores parecían ser los miembros de la oposición: Mario Barbieri como Concejal y Presidente del club Náutico, Germán López como diputado provincial, Daniel Monfasani como presidente del Concejo Deliberante, un importante sector de la prensa (este medio fue uno de ellos y también el primero en hacer su autocrítica) y varias entidades intermedias que acompañaban a las autoridades de la cooperadora turística. Finalmente, y sin saber qué había detrás del alambrado, ganó la gente. Apenas se pudo acceder a la costa, el Paseo Público (así lo llamaban y nunca se le puso nombre) se transformó en el disfrute pedestre que incluyó a los autos protagonistas de “la vuelta al perro”. El escenario del lugar, su vestuario y cuerpo de baños fue el primero en convocar espectáculos culturales a la costa. Aparecieron los vendedores y hasta el negocio de los juegos inflables sin control.
Las comisiones directivas del ente turístico fueron mermando en participación y los balances que debían presentarse al Municipio dejaron de ser el reflejo de los ingresos que debían ser destinados a inversiones. El último monto importante fue para la construcción del famoso “piletón” como único acceso al agua de río y la construcción del acceso que actualmente luce adoquines.
Entre vaivenes y discusiones, cuando Barbieri dejó la conducción de la comuna en manos de Pablo Guacone, todo se precipitó. El Jefe Comunal tomo la decisión política e histórica de retirar el alambrado y presentar uno de los más ambiciosos proyectos para unir el exbalneario con el Paseo Público y hasta un puente de conexión a la zona de islas, con prestaciones gastronómicas incluidas. La iniciativa corresponde a los entonces funcionarios Pablo Ojea, Gregorio Gutiérrez, Adolfo Benincasa y José María “Yoyi” Villafuerte.
La debacle económica y financiera del gobierno local limitaron la acción a la limpieza y el mantenimiento, pero el público ya había ganado su territorio en el trazado del camino que bordea el agua y pasa por el antiguo restaurante construido como palafito.
El Intendente Giovanettoni le puso la intención y el servicio de sus funcionarios a la apertura. Hubo recorridos y gestiones ante autoridades provinciales y nacionales para obtener fondos, pero no hubo resultados.
Cuando asumió Cecilio Salazar no había Director de Turismo y pasaron más de dos meses hasta que decidió nombrar a Marcela Cuñer al frente del área. La inundación tapó todos los predios y nadie anunció planes ni ejecución del último proyecto diseñado por el propio municipio.
El fin de semana de Pascuas representó el regreso del turismo a la ciudad tras la creciente, con predios que se podían utilizar parcialmente y mucha discusión sobre los puestos ambulantes. Algunas instalaciones estaban casi “usurpadas” para comercializar todo tipo de productos.
El lunes, sin mediar anuncio alguno, comenzó la sorpresiva demolición que por el momento respalda la decisión política de dejar que la costa sea ampliada a todo el predio y para todos. Llamar a licitación y concesionar espacios es una de las alternativas que tiene la actual gestión, pero puede que haya fondos de los que se pueda disponer que están destinados a reparar los daños que produce la creciente.