Cristina: Una mujer
Editorial por Por Lilí Berardi, desde México
A las 9:30 AM, en un aeropuerto, varios argentinos que llegamos a Mexico D. F. fuimos derivados de la Terminal M a la Terminal K. Confieso que sentí en la sonora carcajada un “hasta aquí nos persiguen”, cuando en cualquier época y en cualquier gobierno se logra despegar de la percepción de huir del malestar cotidiano de la queja permanente y la opresión. Una hora después, descendiendo de un avión donde se apretujaban los restos de una clase media que es capaz de incrustar sus rodillas en la pera y recibir como único pan diario un mendrugo de “tour”, miraba el mensaje en un celular: “Murió Kirchner”. El aplauso y los gritos de algarabía no se hicieron esperar. Un señor de Misiones agregó: “Pueda ser que lo entierren a nueve metros, cosa que no resucite”.
Como pude, llamé a un compañero para que desmintiera la broma. ERA CIERTO.
El desasosiego de sentirme lejos de la noticia y el deseo de encontrar una conexión a Internet a sabiendas que “el lujo” se cobra a razón de tres dólares por minutos me sentaron sobre el cordón de una vereda ajena para dejar salir una lágrima. Confieso que no sé si me dolía la muerte o el hecho de no estar para satisfacer mi vanidad de periodista de oficio.
A siete días, me alegra esa falta de discernimiento propia de una generación que abrazó la democracia de la mano de otra “juventud maravillosa”, aquella de la multipartidaria juvenil que vio en el Juicio a las Juntas el más osado acto de valentía por parte de un Presidente de la Nación, de nombre Raúl Alfonsín. El mismo que recitaba el preámbulo de la Constitución y convocaba a centenares de miles de chicas y chicos que apenas superaban los 20 años.
Había respaldo popular suficiente como para meterse en las internas de los Sindicatos con la Ley Mucci, convocar a un sanitarista de fuste como Aldo Neri y devolver la salud a los más carenciados con la apertura de miles de centros sanitarios y la incipiente ley de medicamentos y reforma de obras sociales; deslindar la fanfarria política en un pícaro pergaminense como Raúl Borrás; encontrar el modo de designar a los referentes educativos para la puesta en marcha del Congreso Pedagógico Nacional como cimiento de un país que necesitaba ponerse en marcha tras las sucesivas dictaduras y la historia no menor de otra “juventud maravillosa” que no dudaba en fusilar para imponer sus ideas.
No era nuestro momento. Tenían que pasar dos décadas hasta que llegara el turno de echar a volar esos sueños y en algunos casos concretarlos con la derogación de las leyes de punto final y obediencia debida, la Asignación Universal por Hijo, la reestatización de las AFJP y la aparición de una nueva “juventud maravillosa”, que como procaz paradoja tienen la edad de nuestros hijos: nacidos y criados en democracia y capaces de simplificar hasta el abismo “la cuestión política”, culpando y señalando con justo derecho todo lo que pueda afectar lo que ellos sienten que les pertenece por milagro divino: LA LIBERTAD.
La distancia y mis fuertes convicciones sobre los desvíos de su Gobierno y el de su marido, Sra. Presidenta, me permitieron encontrar en la condición humana el modo de pensarla a Ud. despojada de todo protocolo, llorando la pérdida de su compañero. Nos llevamos pocos años de diferencia, pero la “crianza” ha sido la misma. El novio, el amante, el esposo y el compañero suelen ser los cuatro estadios de un matrimonio concebido a la luz de las familias de inmigrantes que pensaban que al comprar una cocina debía servir “para siempre”.
La vi con poco tiempo para juntarse con sus hijos y recordar los buenos y malos momentos compartidos con Néstor. La entendí despojada de ese inefable estratega y mejor constructor de un proyecto político que no era ni más ni menos que el que empezamos en el 83, sin tweeter ni Ley de medios pero con los mismos medios de comunicación que hoy empiezan a dejar de dominar el escenario, en otro que ya arrojó pésimos resultados en nuestra historia: el miedo al escrache, a la diatriba gratuita y a la exclusión del mundo que “los K” armaron para una población que padece la desgracia de no tener referentes y que ve en Julio Cobos al hombre que debe abandonar el escenario sin pena ni gloria alguna.
La democracia es siempre un edificio en construcción y tiene contemplaciones humanas que otros sistemas no pueden permitirse. La imagino rodeada, cercada por los buitres que no le dejan respirar su merecido duelo. Su lucha no es un legado de su compañero de vida, sino la que inició aquel día en que sin papel en mano le dijo al Parlamento que la educación pública y el reacomodamiento productivo eran su horizonte. Deje salir a esa Cristina y guarde “la otra” para incluirnos a todos y a todas.
Déjese acompañar, convoque a aquellos que no son kirchnerómanos y aproveche ese fuego popular que desfiló frente al cajón de Néstor. La juventud no llora tan a menudo y Usted lo sabe mejor que nadie, porque se lloró a Perón, a Evita, a Alfonsín y ahora a Néstor. Intente ubicarlos en la misma dimensión y dese el gusto de llorar como la esposa y compañera. La dimensión humana es que la que siempre ilumina ese nuevo ladrillo a colocar en ese por ahora pequeño muro de la democracia que conquistamos entre TODOS y TODAS.
Y si Cobos no se va por su cuenta, resista aunque tenga que llorar en público; nadie dejará de apoyarla cuando muestre su costado femenino en un país en el que las mujeres suelen ser más machistas que mujeres y juzgan por la marca de sus lindas carteras una banalidad que se contrarresta en sus ovarios.
No soy ni seré kirchnerista, pero tampoco soy boluda. Cuando por un minuto imaginé su situación, miré a mi compañero y marido con 30 años de peleas, discusiones, comidas, trabajo compartido, hijos criados con la culpa de abandonarlos porque siempre había algo por resolver y reparar. Confieso que la distancia me sacó de la cuestión cotidiana, de las noticias apuradas y de las lamentables operetas a la que tan acostumbrados estamos en los medios.
Temo que no pueda mantener el equilibrio entre los gordos que la rodean, los corruptos que la adulan, los poderosos que quieren verla caer de rodillas, los “amiguitos” que hacen negocios frente a su cara y no tienen la misma suerte que los pequeños y medianos empresarios pauperizados por su política económica. Temo por el dominio de los medios de comunicación en manos del gobierno y los execrables métodos de los 678. Pero no temo escribir mañana o alzar la voz para poner otro ladrillo a la Democracia y esperar que alguien desde la sana oposición dé a luz un proyecto superador e inclusivo.
Eso sí, debemos todos y todas EXTERMINAR el ODIO. Porque si alguien sigue siendo capaz de aplaudir una muerte es porque alguno de los obreros no estamos haciendo bien la mezcla para pegar los ladrillos que faltan para llegar a esa terraza que siempre creemos cercana, pero que se evapora cada vez que sobre la marcha abrazamos un edificio mejor y con más habitaciones para todos.
“No quise, no supe, no pude” fueron las palabras con las que Alfonsín abandonó anticipadamente el poder, corrido por el “alma de bolsillo” de un pueblo poco acostumbrado a la resistencia que otros países de Latinoamérica han padecido.
La esperamos el Día de la Soberanía, para frenar con cadenas la desintegración de esa construcción colectiva que unos cuantos sueñan concretar en los próximos meses. Es más, algunos de los que están muy cerca suyo, pagarían por venir en esos barcos a los que debemos frenar. La esperamos, Cristina.