Crimen de Milcíades Lencina: la trayectoria delictiva de un joven con conflictos penales desde que era menor de edad
Asesinado a los 26 años, tenía una trayectoria delictiva que comenzó cuando todavía era menor de edad. Considerado líder de uno de los grupos que en los últimos años disputaban territorio en los barrios Malvinas Argentinas y Hermano Indio, tenía causas penales por venta de drogas, abuso de armas, amenazas agravadas, usurpación de inmuebles mediante desalojos violentos y otros hechos. En 2017 fue absuelto por el crimen de Florencia Cresta en un juicio al que llegó a través de una investigación sostenida en relatos que no convencieron al Tribunal.
Sebastián Milcíades Lencina, apodado "el gordo", tenía 26 años y este miércoles fue asesinado a balazos en la zona de Cruz Roja y General Pueyrredón, en el barrio Malvinas Argentinas, donde era considerado uno de los líderes de los grupos de jóvenes que desde hace años se disputa territorio en un vecindario que incluye al asentamiento conocido como Hermano Indio.
Su nombre era conocido no sólo en esa zona de la ciudad donde algunos lo seguían como líder, otros lo despreciaban por esa condición y muchos le temían. Su trayectoria delictiva es vasta y comenzó cuando era menor de edad.
Creció en una familia con nombres vinculados a la delincuencia y él mismo se convirtió en protagonista de hechos violentos que generaron que pesen sobre sus espaldas una gran cantidad de causas penales y que hasta lo acusaran de un homicidio del que, en juicio, fue absuelto.
Milcíades Lencina era padre de dos niñas.
El asesinato de Florencia Cresta fue el primer caso relevante por el que se lo conoció públicamente, aunque ya tenía varios ingresos a la Comisaría y acusaciones por estar vinculado a diversos delitos: robos, venta de drogas, abuso de arma, amenazas agravadas y uno por el que fue señalado muchas veces: desalojos violentos para usurpar y vender o alquilar viviendas en el barrio.
Por el crimen de Florencia Cresta lo detuvieron a los 20 años, en noviembre de 2013. La joven, vinculada al consumo y hasta a la comercialización de estupefacientes, fue hallada brutalmente asesinada en un descampado. La investigación llevó a allanar la casa de Milcíades Lencina.
Allí, en General Pueyrredón al 1300, una vivienda a la que la policía volvería recurrentemente, encontraron cuadernos y anotaciones relacionadas con la venta al menudeo de drogas en las que aparecía el nombre de Florencia Cresta.
Lencina en el complejo penitenciario de Campana.
La entonces fiscala Gabriela Ates, luego destituida por mal desempeño, instruyó la causa. Fue una de las tantas cuya investigación derivó en impunidad para los autores del delito. Milcíades Lencina, que llegó detenido al juicio, fue absuelto porque las pruebas contra él era insuficientes.
La acusación estaba sostenida en testimonios débiles. Un testigo había dicho que un tercero le contó que a otra persona alguien le había dicho que él sería el asesino. El testigo original resultó ser un "psicótico con certificado de discapacidad mental". La imputación era insostenible y Lencina fue declarado inocente.
Los hermanos de Milcíades dijeron en aquella época a La Opinión que cuando se cometió el crimen de Florencia Cresta él prácticamente no salía de su casa porque se había peleado con su primo, el también reconocido delincuente Gabriel "Gaby" Mendoza, y que "le tenía miedo".
El 11 de diciembre lo absolvieron y su familia fue a buscarlo al penal de Campana donde estaba detenido. Él mismo había pedido no ir a San Nicolás, porque en la Unidad Penal 3 estaban alojados el esposo y el hermano de Florencia Cresta y temía por su integridad física.
Lencina en el pasillo de la cárcel de Campana donde estuvo detenido.
Había estado preso cuatro años por un crimen que, según resolvió la Justicia, no cometió. La investigación por ese asesinato dejó establecido que se dedicaba a la comercialización de drogas. Una vez liberado, su protagonismo creció en el barrio al que regresó y donde, por cierto, ya no estaba su primo "Gaby" Mendoza.
Por la venta de estupefacientes le allanaron la casa en febrero de 2017. Ya cumplía arresto domiciliario por ese delito. Le encontraron más de 20 dosis de marihuana listas para la venta. Sin embargo, y a pesar de los pedidos de Fiscalía, no le revocaron la domiciliaria.
Un mes más tarde, en marzo, volvió a ser aprehendido. Amenazas, abuso de armas y usurpacion de inmuebles fueron los delitos que se le endilgaron. Fiscalía volvió a pedir la revocatoria del beneficio. La jueza Maiztegui, una vez más, denegó la solicitud y mantuvo el arresto domiciliario.
¿Acaso le estaban devolviendo los cuatro años que le debían? Es una pregunta válida. Milcíades Lencina seguía cometiendo ilícitos, lo aprehendían, estaba unos días en la Comisaría y volvía a su casa. En general eran delitos excarcelables pero que podrían hacer mella en los beneficios de arresto domiciliario en cualquier otro caso.
Lencina en el calabozo del penal.
En 2018, un megaoperativo encabezado por la fiscala Viviana Ramos en el marco, otra vez, de causas por abuso de arma, amenazas agravadas y tenencia de arma de guerra se lo llevó detenido. Ese día hubo 12 domicilios allanados y seis apresados. Entre ellos, Lencina, que fue el último en recuperar la libertad por decisión del Juzgado de Garantías del doctor Prati.
El 17 de febrero de 2019 lo detuvieron por robo. Seguía gozando del beneficio de arresto domiciliario tras una condena. Ese día había robado un televisor y dinero en efectivo en una vivienda de General Pueyrredón al 1000, tras romper la puerta del frente de esa casa.
La policía llegó a él porque a las pocas cuadras, Milcíades Lencina era atacado por familiares de una adolescente de 17 años a la que le había robado el celular. Huyó de la agresión y se metió en su casa. Los efectivos lo persiguieron. Dentro de su hogar encontraron una carabina cargada, una tumbera y el televisor robado.
La imagen difundida por las autoridades tras detenerlo en febrero de 2019.
A los pocos días, una vez más, se fue de la Comisaría de regreso al barrio donde lo acusaban de amedrentar a todos, de amenazar con entrar armado a desalojar violentamente viviendas si sus habitantes no se iban por su cuenta.
La modalidad, relataron varios testigos y víctimas, era habitual. Comenzaban con piedrazos de noche que luego se repetían de día, seguía con visitas a mano armada y hasta el desalojo violento propiamente dicho a punta de pistola.
En algunos casos, aprovechaban la ausencia de los moradores y les dejaban en la calle los pocos muebles que tenían. Algunos se animaban a denunciar, otros se resignaban y no hacían presentación judicial alguna. En muchas oportunidades, si la policía aparecía por aviso de un vecino, cuando se iban empezaban las represalias.
Quienes conocen el barrio advierten que Milcíades Lencina no actuaba solo y que con su asesinato no se terminaron los conflictos. Al contrario, temen que haya sed de venganza y que en cualquier momento la zona se convierta, una vez más, en territorio en disputa con piedras, palos, cuchillos y armas de fuego.
Sebastián Milcíades Lencina, de 26 años, estaba en pareja con una mujer que la semana pasada pidió en Desarrollo Humano ayuda para alquilar una vivienda porque se habían separado. Era padre de dos niñas.