Corrupción de menores: investigan distribución del material que Varela producía
Cristian Oscar Varela fue detenido el viernes por orden de la Fiscala Gabriela Ates. Empleado de comercio de 41 años, fue denunciado por “acoso”, “abuso” y, lo más grave, “corrupción de menores”. Practicaba Patín Carrera de manera “libre”, deporte que utilizaba para relacionarse con menores de edad. Una historia de abusos, cuya investigación comenzó en la redacción de La Opinión.
Como desde hacía más de quince años, Cristian Varela reacomodaba las góndolas de desodorantes y perfumes ante la indiferente mirada de los clientes de la perfumería céntrica donde trabajaba. Afuera, el sol se ponía detrás de la lluvia. María Laura, la mujer junto a quien convivía, estaba en el interior de su casa, a no más de ciento cincuenta metros. Allí, en el preciso lugar donde todo ocurría cuando las cortinas que cubrían el ventanal que iluminaba la habitación ubicada en el primer piso se corrían y las persianas se bajaban.
Varela colocó el último frasco de de-sodorante antes de preguntar “qué pasa” a los dos hombres vestidos de negro que se pararon frente a él, orden de detención en mano. Agachó su cabeza y no dijo nada más. Fue esposado y, con su buzo rojo tapándole parte de la cabeza y el rostro, dispuesto en un móvil policial. Trasladado ante la mirada atónita de sus compañeros y los clientes que durante años intercambiaron con él un “buen día” o “buenas tardes”, incluso alguna conversación.
Nadie entendió ni imaginó lo que luego se revelaría. Cerca, en su casa, otros efectivos daban con lo que fueron a buscar. El aberrante material estaba ahí, a la vista de todos… de todos los que miraron, pero no vieron. Los cientos de portarretratos colgados en la pared del living reflejaban la sonrisa en los rostros de pequeñas inocentes, que ya no serán sometidas a prácticas aberrantes a las que veían “como un juego”.
“Cuidado San Pedro…”
Dentro del buzón ubicado frente a las oficinas de la redacción de este semanario yacía una hoja A4, algo deteriorada. Notoriamente impresa, la imagen mostraba a un hombre sonriente, vestido con una camiseta deportiva celeste, los brazos en jarra, resaltando una medalla colgada en el cuello, que descansaba sobre el inflado pecho. La leyenda alertaba, “Peligro, Pedófilo”. El mensaje era anónimo, como el resto de lo que fue apareciendo (ver recuadro).
Las redes sociales lo mostraban activo, vinculado al deporte, pero con pocos amigos. Desde hacía poco más de un año practicaba patín carrera o “rolleaba”, como le gustaba contarle a sus “cibernéticos amigos”.
Aunque luego lo negó, su profesor, el patinador Miguel Flores, le confió la colaboración directa en el dictado de clases y la organización de distintos eventos, a tal punto que Varela y su pareja se encargaron en alguna ocasión de preparar y llevar las medallas de premiación para los ganadores de las carreras en roller. En otras, de entregar el agua y las camisetas a los competidores. Siempre se mostraba con familiares o compañeros de patín y rodeado de menores, en su mayoría, mujeres.
En su trabajo no era diferente. Se relacionaba con los clientes, sí, pero no con todos, sobre todo en los últimos dos años. Muchos lo señalaron como “observador” y lo acusaron de propiciar “miradas amenazantes”. La mayoría no sabía por qué. Otros, sí, pero temían. Varela sospechaba de todos. Sabía que sus prácticas eran conocidas, pero no sabía por quiénes, ni quién se atrevería a denunciarlo.
Parado frente a la góndola en el interior del local “Pimpinela” de Mitre y Honorio Pueyrredón observaba a todos. A quiénes entraban y salían, a los que caminaban entre los pequeños pasillos y a los que recorrían por fuera la esquina, en cuyo interior, creyó perfumarse con la fragancia de la impunidad, más de una vez.
Varela trabajaba en ambos turnos, en horario comercial. Los fines de semana podía vérselo en el algún espacio público junto a familiares. El resto del tiempo lo pasaba patinando, dentro o fuera de la ciudad; o en su casa. Allí, donde todo pasaba.
Lavalle 35
Durante la tarde, cada día, las rojas cortinas que rodeaban el ventanal de la habitación ubicada en el primer piso se cerraban para atenuar los rayos del sol y que éstos no impidieran dormir, entorpecieran “el trabajo”, o permitieran ver a los vecinos lo que pasaba entre esas cuatro frías paredes. Algunas escenas ocurrían en otra de las habitaciones, sobre una cama de caño roja, de una plaza. Por la noche pasaba lo mismo, aunque la historia era distinta, no menos retorcida, pero distinta, ya que no involucraba a menores.
Las pequeñas llegaban a la casa de Varela, lugar en donde serían “cuidadas”. Inocentes, eran fotografiadas y filmadas mientras jugaban en la habitación –o al menos eso creían–. A los “juegos” los proponía él mismo.
Sobre una cama de dos plazas, de madera, acostadas sobre un colchón algo desgastado cubierto por un juego de sábanas blancas con rayas verdes y rosas, luego recubierto con un fino acolchado azul, de manera perversa Varela, con o sin cómplice, sometía y retrataba a las niñas.
Las obligaba a desvestirse y acostarse. Él, con el torso desnudo, pero siempre con el pantalón puesto, se fotografiaba y filmaba con las menores en distintas poses sexuales. Encima y debajo de las niñas, mientras estas sonreían “para la cámara”. Pero no siempre estaban despiertas. Mientras dormían “la siesta”, el abusador también actuaba. Tomaba fotografías al estilo “selfie” (capturando él mismo la imagen), acostado junto a las víctimas. En ocasiones cerraba sus ojos para parecer dormido y en otras miraba la cámara, mientras apoyaba su cabeza, o cruzaba su brazo por encima del cuerpo de las pequeñas que nunca supieron lo que pasaba.
Las menores también eran obligadas a utilizar la ropa interior de manera “provocativa” y posar, incluso a tocarse parte del cuerpo con sus propias manos. Todo quedó documentado. Incluso el envío de material a través de una cuenta de e-mail que Varela utilizaba para “intercambiar” producciones, quién sabe con quién, hasta dónde y sin medir consecuencia alguna.
Un crimen imperfecto
Varela creyó que todo quedaría allí, dentro de su casa, pero cometió un error. La electrónica falla, sí; desde una cámara filmadora o fotográfica, pasando por una insignificante tarjeta de almacenamiento hasta una computadora. Todo falla. Hasta ahí llegó la perfección psicópata de Varela, allí encontró su límite.
El secreto mejor guardado de Varela llegó a manos de la Justicia, luego de que lo aportaran en una denuncia en San Nicolás. Allí había de todo. Mucho de lo que luego secuestraron en su casa. Todo forma parte de la causa, en la que el hombre está muy comprometido.
En el fondo, muy en el fondo, lo sabía, pero prefirió seguir creyéndose invencible, casi tan invencible como los fotomontajes en los que se graficaba con un físico modelado en el interior de un gimnasio pero con una mente tan pequeña y retorcida como otra de las imágenes “trucadas” donde puede verse su rostro adaptado al cuerpo un niño, tomado de la mano con una menor, ambos vestidos de gala.
Corrupción de menores
Así caratuló la causa la Fiscala Gabriela Ates, quien en apenas un mes y medio logró reunir dos denuncias contra Varela y las pruebas suficientes para que Ricardo Pratti, a cargo del Juzgado de Garantías N° 2 de San Nicolás, ordenara la detención del hombre de 41 años, a quien le cabe, sin duda alguna, el título de pedófilo.
Varela fue expulsado de las carreras organizadas por la Federación de Patín a mediados del mes de abril, casi en paralelo con la denuncia que recibía el doctor Ariel Tempo en San Nicolás, que por orden del Fiscal General Héctor Tanús recayó en la UFI N° 7 de San Pedro.
Los adultos que acompañaban a sus hijos y nietos a las carreras no soportaron más las publicaciones en la red social Facebook, donde exponía una relación con una menor de 13 años, alumna de una de las escuelas de la Federación.
Volvieron a encontrarse con Varela en Baradero, ya como patinador “libre”. La escena fue aún peor, e indescriptible, a la vista de todos. Un grupo de padres no soportó y avanzó sobre el hombre de 41 años, que sufrió tal exposición que decidió quitarse los rollers e irse del lugar.
El pasado domingo 25 de mayo, Varela participó de la última carrera, en Santa Lucía. Al día siguiente, un familiar de la menor que mantenía “una relación” con el imputado decidió denunciarlo, y fue la última estocada para que la Justicia, que lo tenía en la mira, cayera sobre él.
El temor de ser denunciado seguía latente, pero no detuvo al abusador, que convenció a la menor para que declare a su favor si era detenido por la policía y ella citada por la Justicia. Debía decir que “tan sólo eran amigos” y que “él la quería ayudar”, aunque no se sabe con certeza en qué.
Antes, el 11 de abril, integrantes de la Mesa Local de Violencia y Abuso decidieron hacer lo que nadie se animó: pruebas en mano, denunciaron el accionar de Varela fuera del ámbito social y laboral en la Fiscalía tematizada de San Nicolás. Revelaron “todo” lo que ocurría entre esas cuatro paredes cuando las cortinas se cerraban y las persianas se bajaban.
El imputado fue detenido el viernes, pasadas las 17.00, en la perfumería ubicada en Honorio Pueyrredón y Mitre. Personal de la SubDDI San Pedro-Baradero llegó con el respaldo de la Policía local y lo apresó. Varela no se resistió y fue trasladado a la Comisaría.
El operativo se trasladó hasta su casa, ubicada en Lavalle 35, donde alquilaba junto a su pareja. Allí encontraron pequeñas prendas de ropa interior femenina (en la vivienda no vivía ningún menor de edad), una importante cantidad de “juguetes sexuales”, consoladores de todo tipo y tamaño, disfraces y una serie de elementos que pasaron a formar parte de la causa.
Además, secuestraron computadoras, filmadoras y cámaras fotográficas con las que Varela registraba los abusos. Los investigadores no sólo encontraron las fotos y los videos que el agresor producía, sino además material pornográfico e imágenes digitales (dibujos), descargadas de la web, donde podía observarse a niñas sometidas sexualmente, por el uso de la fuerza, por uno o más hombres a la vez.
El imputado se negó a declarar y ayer fue trasladado a una Unidad Penal, donde permanecerá detenido hasta el día del juicio, en el que podría recibir hasta quince años de prisión. Ahora, resta conocer quién recibía el material; si formaba parte de una red de pedófilos, y lo más importante: quién o quiénes, eran sus cómplices.
De los chicos, ¿quién se ocupa?
Otra vez menores de edad. Como una insoportable broma, la ciudad asiste a otro caso en el que los chicos son las víctimas. Tiara Lozano, de un año y medio, asesinada a golpes por su padrastro, Mariano Casas; la niña de seis años que fue abusada por la pareja de su madre, en reiteradas ocasiones, hasta que la propia mujer lo encontró en la cama, en pleno abuso.
Ahora, los rostros angelicales de pequeñas de diversas edades que sonríen a una cámara, mientras Cristian Varela se solaza en el más despreciable gesto de deseo sexual cuya obscenidad trasciende la capacidad de descripción que un periodista pueda volcar en una página.
La sensación es de desprotección. Porque si a Varela se animaron a denunciarlo aquellos a quienes les llegó el material fotográfico y fílmico de sus atrocidades, o los familiares de una preadolescente a la que engañó quién sabe con qué fines, cuántas otras víctimas están desamparadas y sin que nadie lo note.
Todo ello sucede en una ciudad cuyos profesionales miembros del Servicio Local de promoción y protección de los derechos del niño blasonan como un “logro de su gestión” haber sido pasados a planta permanente primero y bajo el régimen de carrera hospitalaria después.
El abuso infantil subyace en una sociedad que se miente a sí misma. Lo revelan las estadísticas del Equipo de Prevención provincial. En muchos casos hay una tendencia a ocultar y negar. Como el del Juez Félix Romeo de Igarzábal, con propiedades en San Pedro, que abusó reiteradamente de sus tres nietas cada domingo después de misa en su casona de San Isidro, a cuyas víctimas el resto de la familia les pidió que “perdonaran al abuelo”.
El viernes hubo una reunión para coordinar políticas de trabajo con los menores de edad, encabezada por personal del Servicio Zonal, luego de que volviera a recibir críticas respecto al trabajo de ese organismo a nivel local, que sin De Giovanni como coordinador, procura reordenarse.
Con la participación de organizaciones que trabajan con chicos –Instituto Sarmiento, Gravida, Hogar Gomendio, Uceff, Servicio Local–, la idea era bajar línea para reacomodar las fichas. Sin embargo, a la mitad de la reunión, la Secretaria de Desarrollo Humano Verónica Mosteiro se retiró, ya que iba a participar de la recepción oficial a la Ministra Nora de Lucía, quien finalmente no vino.
El 27 de junio volverán a reunirse. Tal vez allí pueda participar la máxima autoridad en la materia. Como pasa en otras áreas del Gobierno, muchos endilgan a Mosteiro el mismo problema que a Guacone, la “falta de conducción”, y la misma excusa relacionada con su condición de aprendiz.
¿Cuántos chicos deberán esperar la decisión, el aprendizaje, la voluntad y el ímpetu?
Una cuestión de ética
La Opinión recibió anónimos en su buzón. Lo denunciaban como pedófilo en una especie de afiche (foto) y aportaban la fotocopia de la imagen en la que se ve a Varela en la cama, torso desnudo, tendido sobre una niña de muy corta edad que mira a la cámara, en ropa interior, recibiendo un beso en la comisura de los labios y que, tras largo debate interno, es publicada en estas páginas como única y mínima muestra de las atrocidades cometidas por este hombre
La gravedad de la relación que podría existir entre la fotografía y el afiche hizo que desde este semanario consultaran a una fuente de la Mesa Local de Violencia y Abuso, desde donde confirmaron que habían tomado cartas en el asunto y que había una denuncia en la Fiscalía de Ariel Tempo, en San Nicolás.
Allí comenzó la investigación de este semanario, que en poco tiempo logró reunir datos respecto de quién era, qué hacía, en qué ámbitos se movía y cuáles eran sus prácticas sexuales en el interior de su privacidad, donde también aparecían las imágenes que podrían dar lugar a una situación como la que ya había sido denunciada.
Tempo envió la causa al Fiscal especializado Jorge Leveratto, quien la remitió a la Fiscalía General para que la designe a un agente judicial de la jurisdicción correspondiente. Fue el propio Héctor Tanús quien informó a este semanario que la que llevaría adelante la instrucción sería la Fiscala Gabriela Ates.
Un periodista de este semanario dialogó con ella antes de que le llegara la causa, aunque ya tenía conocimiento. Alrededor de dos semanas después, el trabajador de prensa declaró como testigo en el expediente. Sus aportes fueron el lugar donde trabajaba y que el Patín Carrera era el ámbito deportivo donde se movía.
La Opinión ya había señalado a la Fiscala su voluntad de no entorpecer la investigación, por lo que decidió no publicar nada hasta ahora, cuando la Justicia ya actuó. Sin embargo, en más de un mes de investigación, este semanario pudo recabar los datos que aparecen en estas páginas y muchos otros, que serán publicados en próximas ediciones.
Lo importante, más allá de una tapa y un informe periodístico, era el accionar de la Justicia, a la que le toca ahora evaluar la gran cantidad de prueba recolectada en la investigación y el allanamiento.