Contra la demagogia populista
Es increíble pero luego de casi treinta años de democracia hay conceptos que siguen estando presentes en los discursos de todos y no alcanzan una precisión tal que hagan responsables de esas palabras o conceptos a quienes los emiten. Es decir, las palabras se dicen y quedan vacías de contenido sin que nadie se pregunte nada, y lo que es peor, no hacemos responsables a los emitentes de esas palabras por lo que dicen. Una especie de vale todo y su equivalente, nada sirve.
Sabemos también que existe una sobreinformación que nos anestesia a todos, y así, temas importantes y graves se deslizan como un murmullo en el cual conviven mediocres y responsables a los cuales nadie parece escuchar.
No obstante, quiero resaltar algunas cosas más allá de quien quiera escucharlas leerlas o atenderlas. A veces, escribir es un desahogo que nos parece trascendente que otros conozcan. Además, el pueblo no come vidrio y entiende todo, pero atendiendo a su propia existencia –una veces– o por simple pereza –otras–, lo disimula pero junta bronca.
Últimamente en la escena política local parece campear una frase que se pretende sea la síntesis de la democracia y una especie de salvoconducto para justificar cualquier acción: “Es lo que la gente quiere”. Esta frase a veces se complementa o se sustituye en “escuchando al pueblo”, “pensando en la gente”, etc. etc.
Esto no es otra cosa que Demagogia Populista, y esto puede estar en boca de dirigentes oficialistas, o de la oposición e incluso de algunos medios. Obvio, no es ilegal hacerlo, pero deja bastante que desear. ¿Por qué? Porque aquél que es dirigente debe dirigir, es decir, interpretar la necesidad colectiva y de acuerdo con los medios a su alcance hacer lo más provechoso para que muchos (los más posibles) puedan satisfacer esa necesidad (generalmente ilimitada) y todo, por los canales de la legalidad. Prometer lo que no se puede cumplir, ilusionar con algo incierto e improbable sumándose a gritar el reclamo de la gente no es más que Demagogia Populista y la puede ejercer un demagogo que ha renunciado a su papel de dirigente. Los cargos implican responsabilidades y esto vale para los que administran y es obligación para los que controlan.
Otro costado del concepto es destacar que cuando un dirigente justifica su accionar, su decisión o su posición política solamente fundado en la frase: “escuchando al pueblo” o “porque la gente lo quiere”, revela toda la dimensión de un fallido enorme. De hecho muestra que cree seriamente en la posibilidad que puede estar dirigiendo su cargo en provecho de otros intereses que no sean los colectivos (por ej.: los propios, o con fines electoralistas –que son propios–).
Concretamente: no se aclare que oscurece.
Y más, si tanto aclaro que respondo a los intereses de la gente debe ser porque no está claro que así sea. Tranquilos igual, porque hay un modo de hacerlo bien: a todos los dirigentes los auxilia la República, porque republicanismo es transparencia, es explicar claramente, es rendir cuentas, es en definitiva que el pueblo no deba confiar en la persona, sino que pueda tener la explicación transparente de sus actos y hacerlo responsable si así corresponde. Y así, los medios, vehículos del periodista, también podrán colaborar, aclarando u oscureciendo. Finalmente, sin pretender la verdad (por supuesto), pero en general “el pueblo”, “la gente” se siente cansada de que se la use de excusa para que al invocarlos, los dirigentes se eximan de todo o justifiquen cualquier cosa. Un dirigente interpreta, encamina, legisla y gobierna, conforme a la ley y los intereses generales. De este modo, nunca podrá aparecer la duda de sus intenciones, y si aparece podrá despejarla sin problemas.
Recuérdese que un funcionario siempre jura por la Constitución Nacional, y hacerla cumplir es mejor modo de ATENDER LOS INTERESES DEL PUEBLO.
Facundo Vellón