Con organización, los supermercados chinos ganaron la batalla
Lejos de las multitudinarias asambleas que celebraba el Centro de Comercio para evitar el desembarque de las cadenas supermercadistas en la década del 90, la realidad sampedrina emula con corrección lo sucedido en el país. Hoy las cadenas de pequeños supermercados instalados con capitales asiáticos, son la mejor opción para los precios.
Para muchos es una verdad a medias, para otros una consigna obligatoria sentirse víctima, repartir culpas y responsabilidades y echar mano a la mala suerte para justificar el fracaso. Para otros, el éxito de los demás es una invitación a la superación. La pregunta: “Qué estoy haciendo mal para que otros me ganen”, parece la más difícil de responder.
Buenos precios y optimización del recurso ha sido el secreto que llevó a los supermercados chinos a ganar una batalla que hoy los lleva a sentarse a la mesa con las más altas autoridades del gobierno y entablar una batalla ideológica con respecto a sus objetivos.
Entre sus logros, la cámara que agrupa a los supermercadistas chinos anuncia que “se suma a todas las iniciativas gubernamentales tanto en el orden local/municipal como en el Nacional que tiendan a beneficiar a los sectores más carenciados y al público en general, como ya demostraremos en los hechos con las recientes firmas de los acuerdos “Canasta Solidaria” o “VALE CIUDAD” y últimamente sosteniendo el precio de la leche mientras las grandes cadenas de supermercados hacían lo contrario”. Toda una definición para una Secretaría de Comercio que no sólo trastoca los índices de inflación sino que ha encontrado en estas agrupaciones la posibilidad de concretar el sueño de regular precios y otorgar beneficios.
En San Pedro, los éxitos de Suárez, Supermás, San Cayetano y El Bataraz, fueron más que contundentes. En el caso de Supermás las inauguraciones eran verdaderas fiestas y paseos de fin de semana. San Cayetano, con su horario corrido y las secciones de bazar, limpieza y electrodomésticos convirtieron al emblemático edificio en la delicia del ama de casa. El Bataraz, que creció modesta y paulatinamente desde un galpón donde sólo se expendían verduras, se constituyó en el más inteligente a la hora de resistir todas las crisis, apostando a competir con los grandes “sin llorar como un chico”.
Las historias de cada uno, terminaron mal, muy mal y con impactos letales sobre los proveedores locales que perdieron su capital, salvo algunos que buscaron en los vericuetos de la quiebra la posibilidad de sacar ventajas.
Lo cierto es que todos tuvieron algo en común: el riesgo para emprender y la angustia para perder.
No es hora de comparaciones para el pasado, sino de recuerdos que invitan a reflexionar sobre las consecuencias de decisiones que se toman sin medir consecuencias.
Acumulando errores
Aquel famoso compromiso tomado por el Intendente Barbieri a poco de asumir otorgando un certificado de factibilidad a la cadena La Anónima que había adquirido los terrenos donde se emplazaban los silos de Martínez Sobrado, fue un verdadero escándalo.
Pese a que el certificado habilitando esa construcción era legalmente correcto, una Asamblea de Comerciantes puso el grito en el cielo y logró impedir mediante una argucia de urgencia, negar la autorización para la utilización de las calles internas que el megaproyecto necesitaba para su instalación.
Poco tiempo después, y con un gran movimiento por parte del comercio minorista, el Diputado Germán López, logró la sanción de la famosa ley de supermercados que impide su radicación en pequeñas ciudades y los limita a ocupar superficies de menos de 1000 metros cuadrados o a instalarse fuera del radio urbano.
Por si la memoria falla, cabe recordar que quienes habían señado el terreno a sus propietarios, se retiraron del negocio, dejando abierto un juicio millonario por los perjuicios ocasionados a quienes contaban con ese dinero para trasladar la planta de silos.
Nadie pensaba por entonces que ese incipiente negocio que comenzaba en la Capital Federal con tintorerías, mercaditos y verdulerías instalado por inmigrantes coreanos o chinos. Los ojos rasgados y la exacerbada xenofobia porteña, jamás permitió la diferenciación entre unos y otros, pese a que su arraigada cultura laboral los tentaba en este territorio a instalarse en condiciones infrahumanas a las que valoraban como el verdadero paraíso, aún en tiempos en los que habla de integración Argentina China, era imposible.
Con locales muy pequeños, atendidos por las familias e imitando a los inmigrantes europeos que vinieron a “hacese la américa” empezaron a escalar no sólo posiciones económicas sustentables sino a valerse de recursos para estimular el aprendizaje del idioma e insertarse en las escuelas públicas.
Mientras eso sucedía, Argentina transitaba las glorias del uno a uno al compás de la llegada de inversiones en el sector hipermercadista que dejaban perplejas a las clases medias altas que sentían que al empujar el changuito, aumentaban su rango social por el sólo hecho de adquirir productos importados a precios estupendos.
Poco a poco, las clases más postergadas encontraron en los negocios manejados por chinos y coreanos, el único refugio para hacer rendir su dinero.
Las virtudes de la organización
Ejemplos abundan y en la patria chica saturan. Las reformas aprobadas a nivel local no sólo destruyeron la competencia o la sana intención de “ir por más”, sino que abrieron las puertas a un participante más astuto que los supermercados que se fueron, se fundieron o siguieron para luego efectuar transacciones al contado con el nuevo supermercadismo.
Basta hablar con los dueños de minimercados tradicionales de la zona, para saber que son múltiples y tentadoras las ofertas que reciben por sus comercios.
Hace poco más de un mes, uno de los últimos bastiones locales en materia de supermercados, El Bataraz, fue vendido a empresarios que trabajan dentro de la Cámara de Supermercados Chinos, cuya organización es extremadamente superior a la que cuenta cualquier argentino.
Desde asesoramiento jurídico a comprar en bloque forman parte de los servicios que prestan. En cuanto a las habilitaciones, no hay Dirección Municipal que pueda evitarlas, ya que cumplen con todos los requisitos y en total suman más metros cuadrados que los tan temidos hipermercados. Es por eso, que una posible llegada de Coto, más que un problema sería un alivio para las autoridades, puesto que sus precios deberían ser sumamente competitivos.
El discurso antisupermercado ya perdió vigencia. Los precios mandan y la gente recibe con beneplácito y prácticamente sin publicidad las ofertas de los nuevos supermercadistas.
La última y paradójica muestra se da en el local donde hasta hace poco más de un mes funcionó la ferretería más antigua de San Pedro, frente al estadio. Hoy, como corolario de un tiempo que fue, los carteles hacen un burdo contraste. Erguido queda el de la Ferretería fundada en 1939 y aplastantes los colores múltiples del nuevo supermercado chino.
En menos de dos semanas, el Supermercado Aulí, el Arco Iris y Futuro, fueron clausurados por cuestiones de higiene, algo que de ningún modo contrarresta la cantidad de público que realiza sus compras.
Ni el fraude con las etiquetas del aceite Natura, que fueron seccionadas para ocultar el acuerdo con Guillermo Moreno, ha sido motivo de indignación, puesto que los chinos remarcaron con menor margen que otros comercios.
Falta de imaginación
Ir a la retaguardia de los acontecimientos y carecer de estadísticas es una costumbre argentina. El país cambió y las necesidades de consumo comenzaron a transitar por el cálculo de los centavos. En ello y en varias ventajas impositivas producto de los imprescindibles acuerdo con el Gobierno, reside el éxito que irrita al comercio tradicional cuando se ven las colas o el caos de tránsito ante la inauguración de un nuevo supermercado chino. “Tendríamos que aprender chino” dijo un concejal a este medio, al advertir que el mayor porcentaje de negocios habilitados pertenece a un mismo grupo empresario que exhibe distintos nombres. La semana pasada, otro de los más tradicionales minimercados recibió su tercera oferta.
Hay algo que cualquier argentino sampedrino debe saber: la página web que mantiene la cámara de supermercadistas chinos, tiene AUSPICIANTES. Entre otros Unilever, Branca, La Serenisima, Colgate, Cebesé, Procter & Gamble, Swift, Ilolay, Nestlé, Energizer, Quilmes y muchos más. Es más, en la revista que mensualmente editan para sus asociados han llegado a cumplir el sueño del matrimonio presidencial: en la tapa Néstor y Cristina Kirchner se muestran juntos, sonrientes y vivados por miles de personas.
Queda claro que la cuestión de la competitividad no sólo pasa por una cuestión de prohibir que otro ejerza su derecho al comercio, sino por organizarse adecuadamente para poder superarlos.
Los números cantan, en Capital hay 1.560 autoservicios y supermercados registrados en la cámara y en el interior del país 2.563 se han asociado. De ellos, más de una decena, son sampedrinos.
Quienes desde el 2004, advirtieron que la asociación con el Gobierno rendiría sus frutos, comenzaron a prestar servicios exclusivos y de vanguardia a los asociados. No sólo en materia jurídica tienen asegurados abogados en todo el país, sino en compras conjuntas, negociaciones con la Secretaría de Comercio, auditorías y selección de personal, gestiones ante tarjetas de crédito y hasta complejos vacacionales en distintos puntos de Latinoamérica.
Es más, este breve pero contundente informe era impensado para este medio hace menos de una década, hoy la realidad obliga a sugerir que es mejor pensar cómo crecer que cercenarle a otro su derecho a competir.