Como en el country de Pilar, pero a la vuelta de la esquina
Mientras el país se sorprende por los ribetes trágicos del asesinato de una mujer en un country a manos de su esposo, a quien ya había denunciado por violento, en San Pedro las denuncias por violencia de género se reproducen a diario y las respuestas oficiales no alcanzan para reducir el riesgo de las víctimas. El caso de una mujer que había conseguido la exclusión de su expareja tuvo que ir a un Juzgado a San Nicolás con el rostro destrozado para obtener custodia. Como ese, hay otros casos que no distinguen clases sociales ni cargos jerárquicos.
El asesinato de Claudia Schaefer a manos de su esposo Fernando Farré, reconocido empresario que ultimó a su víctima en una casa del exclusivo country Martindale de Pilar sólo guarda diferencias de apariencia con las decenas de casos que a diario mantienen con un hilo de vida a quienes en discusiones de alto voltaje o en medio de la violencia intentan resistir con lo que pueden. Mientras se discute qué sucedió, el caso puso en debate una vez más la figura del feminicidio.
En San Pedro, antes de la instalación de la Comisaría de la Mujer, hubo alrededor de 500 denuncias por violencia de género en un año y medio. Los casos se reproducen a diario y con ellos los riesgos, porque a pesar de la visibilización que cobró la problemática desde la marcha del #NiUnaMenos y la tarea en red que diversas organizaciones intentan llevar adelante, todavía hay un
Estado que en todos sus niveles ralentiza la intervención y expone a las víctimas.
El caso que sigue es uno entre cientos. Sirva de ejemplo por su gravedad y por lo que peregrinó la protagonista en el último año para conseguir una orden de custodia el lunes en San Nicolás, con la cara todavía hinchada de las palizas recibidas el fin de semana.
Una historia de tantas
Hablaremos de Él y Ella, para ser genéricos. Llevaban trece años de casados. Con cuatro hijos de entre 3 y 12 años, fueron alguna vez un joven matrimonio feliz. Sin embargo, con el tiempo él se tornó cada vez más violento, al punto de que ella lo empezó a denunciar hace aproximadamente un año. Antes de la tercera denuncia, en noviembre, le pidió que se fuera de la casa. El motivo de la separación fue violencia familiar. Su esposo era agresivo verbal y físicamente tanto hacia ella como hacia los chicos.
Tras la separación hubo dos denuncias más que derivaron en la exclusión perimetral. Sin embargo, él nunca dejó de ir a la casa a buscarla, a decirle que quería volver. En las primeras visitas se quedaba unos instantes tanto en la casa de la mujer como en su lugar de trabajo y se iba para regresar al otro día.
El 22 de noviembre de 2014, a las 10.45 él le dijo: “Pensá muy bien, detenidamente, si yo puedo volver a ser parte de tu vida; si no mi vida no tiene sentido. Buscalo en lo profundo de tu corazón, pensalo, y que tus palabras no cometan un error”. El mensaje terminó con una advertencia: “Ojo”.
Dos días después fue citado a declarar. En su testimonio dijo que últimamente la relación entre ambos no era buena. Que hacía diez días habían tenido una discusión “muy fuerte” pero que “no llegó a las manos” y que en ese momento se separaron. Sabía que por ese “altercado” –así lo llamó– ella lo había denunciado. Dijo que en “reiteradas oportunidades” había intentado reconciliarse pero que “ella no quiso”. En ese sentido, sostuvo en su declaración que “fuera cual fuere” la decisión que su expareja tomara, la respetaría y seguiría cumpliendo con sus obligaciones de padre.
Como si las primeras negativas no bastaran, ese “intento” prosiguió hasta transformarse en hostigamiento primero y en violencia extrema después.
El 6 de diciembre la situación fue peor. Él llegó en su auto, se bajó e ingresó sin preguntar a la cocina de la vivienda, donde se sentó. Cuando ella se acercó para pedirle que se fuera, se abalanzó, la levantó en brazos y la llevó a la cama matrimonial donde dormían dos de sus hijos. Comenzó a besarla y a forcejear para sacarle el pantalón, lo que logró. Intentó abusar sexualmente de ella, que pudo sacárselo de encima con las piernas. Tras pegarle unas trompadas y arrojarla al piso, el violento salió del cuarto para volver con un rebenque con el que la golpeó salvajemente delante de sus hijos.
Seis días después, la víctima de esta historia volvió a la Comisaría para denunciar que su expareja merodeaba la casa de sus padres, donde se encontraba. Todo esto sucedía con la exclusión perimetral en pie. Esa medida estuvo firme hasta el 14 de diciembre. Al otro día, el golpeador irrumpió en la vivienda, de donde se fue gracias a la intervención de la policía. Hubo pedido de restitución del perímetro de exclusión, el que le fue otorgado, aunque nunca cesó el hostigamiento.
De Nochebuena a noches terribles
La víspera de Navidad, cuando ella llegó a su casa, alrededor de las 19.00, se lo encontró sentado en la cocina, bebiendo y preparando un asado para sus hijos. Una vez lista la comida, se retiró sin altercado alguno. Sin embargo, cuando a las 2.30 de la mañana ella fue a un baile con unas amigas, él se acercó de inmediato. La quiso sacar a bailar y recibió una negativa. Entonces la insultó a los gritos y la golpeó. “Si no vas conmigo, la vas a pasar mal”, la amenazó y la metió de un brazo en su auto. En el camino le pegó en la boca y en un ojo. Ya en la casa, él se calmó. Regía el perímetro de exclusión hasta febrero, pero ella tuvo miedo de llamar a la policía. Recién a los pocos días, denunció la situación.
En UCEFF le habían ofrecido refugio, pero ella prefirió volver a su casa porque le habían querido entrar a robar. También le propusieron resguardarse en otras ciudades, pero tuvo miedo de que al volver las cosas se pusieran peor.
El 11 de enero salió con unas amigas. Estaba en un bar y él apareció. Todavía regía la restricción perimetral de 200 metros. Apenas entró, la sacó a bailar. Ella se negó y recibió, una vez más, un codazo en el cuello y una patada en los tobillos. Él se alejó unos minutos para luego volver a la carga. Esta vez, ella accedió. Cuando tras un par de canciones él se fue al baño, ella se escapó.
Caminaba por la calle cuando fue alcanzada a la carrera. “Hoy es tu último día para que pienses bien las cosas para volver conmigo, porque te voy a matar”, la amenazó. También la golpeó con los puños cerrados y le dio varios cabezazos. Las amigas llamaron a la policía, que se lo llevó. Mientras lo subían al patrullero, gritó: “Cuando salga, me las vas a pagar”. A los pocos días, ella decidió irse a lo de su abuela.
Diez días después, otra denuncia. Él se había llevado a uno de los chicos. Al devolverlo, volvió a violar el perímetro y se metió en la casa. Ella estaba con dos amigas y un amigo. “¿Con este lo cagás a papi?”, preguntó.
Dos semanas más tarde, él llamó por teléfono. Atendió uno de sus hijos, a quien le dijo sin más que iba a matar a su madre cuando la encontrara en la calle. A los pocos minutos fue hasta la casa y le gritó al niño desde afuera.
Como nadie salió, se retiró. Ella dejó asentado, una vez más, que su ex no respetaba el perímetro de exclusión y pidió medidas que lo obliguen a cumplir. El 4 de febrero, mientras estaba en un estudio jurídico en el marco del proceso de tenencia de los niños, su ex irrumpió violentamente. Le pegó en el rostro y le gritó que la iba a matar.
Un oído en el Juzgado
El hostigamiento, las constantes presencias dentro del perímetro de exclusión, las amenazas y las agresiones no cesaron. Se repitieron en su casa, en la de su familia y en su trabajo, donde alguna vez le llamaron la atención por la situación y donde muchas otras tuvo que concurrir con el pelo en la cara para cubrir los hematomas.
El fin de semana pasado, la violencia manifiesta con la que empezó a acostumbrarse a vivir recrudeció. El viernes por la tarde él se metió en el baño y, entre forcejeos, le gritó que era mentira que se iba a trabajar, que seguro se iba a encontrar con alguien. En esa situación, volvió a amenazarla: “Date cuenta que estás sola y que te puedo matar cuando quiera”, le espetó.
A las 5.00 de la mañana, regresó. Como antes había roto la cerradura, ella tuvo que trabar la puerta de ingreso con una madera y un sillón. Pudo entrar igual. La mujer se despertó con una mano que le acariciaba la pierna. Al abrir los ojos recibió golpes en la cara. Fue arrastrada por el piso mientras intentaba sacarle la ropa con fines sexuales y a los gritos le decía que si no era con él no iba a estar con nadie, porque la iba a matar.
El lunes tuvo que faltar a trabajar. Con un ojo morado y la boca partida se fue a San Nicolás. Allí el Juez de Familia consideró que la suya era una situación de “extremo riesgo” y ordenó custodia permanente para la víctima y sus hijos. La orden llegó al Juzgado de Paz, la Fiscalía N° 7 de Gabriela Ates y la Comisaría. Al cierre de esta edición una familiar informó que estaba cumplida y que el patrullero custodiaba la casa. Al menos por ahora, su integridad física está fuera de peligro.