Casa de Ancianos: los números, las cuentas y el camino que llevó a la situación de crisis que pone en riesgo su continuidad
Diversas situaciones, que incluyen mala administración y sospechas de estafa interna, llevaron a la Sociedad Protectora de la Casa de Ancianos, a una deuda impagable con AFIP, con tres moratorias vigentes y una próxima a iniciarse. Desde la donación de Carlos Noseda, el sueño de Alejandro Maino y otros entusiastas tuvo momentos de esplendor. La estrella se fue apagando al calor de la competencia desleal y la desidia del Estado, que delega en este tipo de organizaciones el destino de abuelas y abuelos que carecen de recursos.
Desde hace 95 años, la Casa de Ancianos brinda un servicio que es cada vez más requerido: darle hogar a abuelos y abuelas cuyos familiares no pueden asistir a diario. Esa labor desinteresada, que nació a partir de la iniciativa de un puñado de entusiastas y que ahora tiene a otro grupo más preocupado que entusiasmado, está en riesgo de desaparecer.
De un tiempo a esta parte, la situación financiera comenzó a ser complicada. Al punto de que el déficit ya es estructural. Todos los meses, los números cierran en rojo. Los gastos superan a los ingresos y las deudas, tras haber encarado un plan de regularización de lo que se debía a proveedores, es con el Estado: son casi 3 millones de pesos los que le deben a AFIP.
La Casa de Ancianos es una asociación civil sin fines de lucro. Como todo Organización No Gubernamental (ONG) se ocupa de tareas de las que el Estado no puede, no sabe o no quiere ocuparse. En este caso, la labor es encomiable: permitir que ancianos y ancianas pasen sus últimos años de vida en un ambiente donde se los asista para comer, ir al baño, pasar un rato al sol, compartir con alguien un programa de televisión, una charla o un juego.
Al asilo ubicado en 25 de Mayo 1775 llegan abuelos y abuelas que no pueden pagar un establecimiento privado de esos que, con objetivos empresariales –que no son buenos ni malos, son distintos–, venden un servicio y lo cobran bien. En esa panoplia de posibilidades hay de todo: desde sitios de lujo con sábanas de percal bordadas hasta centros clandestinos en los que la atención es personalizada porque los internos son pocos.
Números que son abuelos y abuelas
El pabellón compartido de la Casa de Ancianos cuesta 10.000 pesos. Hasta cuatro veces menos que otros establecimientos. En la actualidad hay alrededor de 40 internos. Diez empleadas trabajan en el lugar. Los activos de la comisión directiva se cuentan con los dedos de una mano.
Los socios son alrededor de 100 y la mayoría paga una cuota simbólica de 5 pesos. Algunos, pocos, son más generosos y contribuyen hasta $ 100 por mes.
Todos los meses, para pagar sueldos y cargas sociales, hay que reunir alrededor de 405.000 pesos. Los aportes y contribuciones suman unos $ 65.000 que hace tiempo no se abonan y que generaron la deuda que hoy ahoga a la administración.
Los gastos son significativos: luz, gas, teléfono y TV por cable suman alrededor de 70.000 pesos promedio. Una factura de gas llegó a $ 55.000. En Laverap se van otros $ 30.000. En comida, artículos de limpieza, mantenimiento y otros gastos menores hay que contar unos 100.000 pesos más. El último mes, los egresos fueron 645.000 pesos y los ingresos 599.000, unos 46.000 pesos abajo.
En las redes sociales, cuando La Opinión publicó el relato que Carlos Oilher, actual presidente de la Comisión Directiva, hizo acerca de la situación el sábado en Sin Galera, hubo quienes se preguntaron por los ingresos, incluso con conceptos maliciosos como “¿qué hacen con la plata de los campos?”, en alusión a los lotes legados por María del Carmen Planas y la familia Berohuet, por cuyo arrendamiento la organización percibe una mensualidad de 169.000 pesos –varía poco más o menos según la cotización de cereales de la Bolsa de Rosario– que representa alrededor poco más del 25 por ciento de los gastos.
El aporte de los familiares en concepto de internación –lo pagan los familiares, porque desde hace un tiempo la política de la comisión es no oficiar de apoderada de los abuelos– fue el último mes de 429.500 pesos.
La Casa de Ancianos necesita alrededor de 50.000 pesos para entrar en una nueva moratoria con la AFIP, por la deuda por cargas sociales hasta 2016, para lo que estaba en marcha un trámite de subsidio en la Municipalidad. La semana pasada hubo visita de concejales del oficialismo, que incluyó al edil Gerardo Pelletier, cuyo padre fue presidente de la institución. Estaban sorprendidos. Transitan su cuarto o segundo mandato.
Con el organismo recaudador nacional, que considera a esta ONG como una “organización de alto riesgo”, la Casa de Ancianos tiene vigentes tres moratorias. En una va por la cuota 42 de 120; en otra, por la 26 de 90; y en la tercera va por la 70 de 110. Son interminables y suman 9.100 pesos al mes.
El nuevo plan al que adscribirán implicará otros 8.000 pesos mensuales a pagar. Todo para regularizarse ante el fisco. Como si fueran una de las tantas empresas que especulan con el no pago de sus obligaciones para luego sentarse a negociar con el Estado.
Una inspección del sindicato de Sanidad detectó que había una deuda 226.000 pesos de los aportes para la obra social, por lo que ahí también hay un plan de pago, que se lleva 15.000 pesos al mes.
En la secretaría de la Comisión Directiva hacen cuentas, se preguntan qué otras puertas hay que tocar, pero por las dudas no hacen demasiado ruido: hace unos meses cayó una inspección del Ministerio de Salud que hizo una advertencia muy importante, relacionada con los pisos de pinotea que están hace más de 90 años y con los revestimientos de machimbre, tan de moda en otras épocas y que ahora, parece, están prohibidos.
Un camino al abismo
Son muchos los senderos que desembocaron en esta situación financiera agobiante para una organización que se dedica a una tarea en la que muchos vieron un negocio y, sobre todo de manera clandestina, se transformaron en una competencia imposible de rebatir.
Hace unos años, antes del ingreso de la comisión actual, había apenas 17 internos, los gastos eran enormes, pagaban un servicio de internet que no estaba instalada en el hogar sino en una casa particular, había deudas en carnicerías por asados dominicales que nunca llegaban a los internos y hasta desaparecían las sidras y los panes dulces donados para las empleadas.
Quien converse con trabajadoras de la Casa de Ancianos podrán recopilar anécdotas increíbles de malos tratos, retenciones indebidas de sueldos porque sí y hasta reuniones en las que alguna valiente se animaba, entre llantos, a gritarle “ladrona” en la cara a una mujer que durante mucho tiempo tuvo el control absoluto de la caja y que rendía los recursos en una hoja de cuaderno sin demasiadas precisiones.
De la misma manera, esas décadas están repletas de relatos sobre deudas que aparecían en cada negocio al que había que ir a comprar algo. Desde grifería que nunca estuvo en el hogar hasta mercadería que se pagaba pero llegaba por la mitad.
La comisión actual tomó conocimiento de muchas de esas historias, pero ante la dificultad para probarlas judicialmente, decidió seguir adelante, reparar lo dañado y reconstruir la administración. A poco de comenzar a controlar de manera exhaustiva, recibió una nota de renuncia con la que entedieron muchas cosas.
Una historia de altruismo
El 9 de febrero de 1924 se redactó el acta fundacional de la Sociedad Protectora de la Casa de Ancianos de San Pedro, que nació por iniciativa de Alejandro Maino, quien había hecho gestiones para incluir en el presupuesto provincial una partida de 5.000 pesos para la adquisición de mobiliario para el asilo que comenzaría a construirse en dos lotes que donó Carlos Noseda, que era vocal suplente de esa primera comisión directiva.
Ese día se tomó la decisión de tramitar la personería jurídica y se dispuso “dirigir una circular a las personas que, a juicio de la comisión, puedan ser socios”. El plan fue que la comunidad, con un aporte mensual, contribuyera al sostenimiento de la Casa de Ancianos, que comenzaría a funcionar en un local provisorio hasta tanto se escriturara la donación de los terrenos que hizo Noseda y se edificara la casona en la que hasta ahora funciona la institución.
Los ancianos y ancianas –así está escrito en toda el acta– que desearan ser alojados tenían que cumplir con la condición de ser sampedrinos o radicados “desde algún tiempo” en la ciudad y era condición indispensable que carecieran de hogar.
La escritura del terreno llegó en 1927, cuando la Casa de Ancianos ya estaba en funcionamiento. La familia Reggiani y Ansaloni vendió el lote lindero a los de Noseda para conformar la manzana en la que el asilo está emplazado.
El propósito fundamental de aquella comisión que fundó la Sociedad Protectora de la Casa de Ancianos era el “sostenimiento de una casa-hogar para ancianos desvalidos de ambos sexos”. Para ser parte de la comisión directiva, basta con tener un año de antigüedad como socio activo.
Hoy, 95 años después, los valores que sostienen a quienes trabajan en la comisión directiva son los mismos. El altruismo por sobre todo, para quitarle horas al trabajo o a la familia, para renegar por las cosas que hay que solucionar, para sufrir picos de presión cada vez que una deuda amenaza con derribar el sueño de aquellos pioneros del hogar.
El lunes, cuando La Opinión recorrió el asilo, las trabajadoras limpiaban mientras la mayoría de los abuelos y abuelas dormía la siesta. Un grupo de “chicas”, algunas en sillas de ruedas, reían a carcajadas –sin dientes o con postizos– ante un televisor con un programa de chimentos y levantaban su mano, tras pasarla por su cabeza para alisarse el cabello, para saludar para la foto.
En otro sector, dos viejos miraban otro programa y pedían “un puchito”. A cada paso, una de las integrantes de la comisión directiva contenía las lágrimas. No puede ser que no haya miles de voluntades dispuestas a evitar que esta historia termine así.