CARTA A SAN PEDRO
Intento volver de este modo a la ciudad donde transcurrió mi adolescencia temprana. Aquella donde se fijan los recuerdos de una felicidad tan particular e irrecuperable. La vida me ha llevado por sus caminos y, en particular, por los rumbos del mar. Hoy, con esa nostalgia de los que siempre nos estuvimos yendo en busca de horizontes largos agradezco a quien me permite expresarme aquí. Como la actualidad nos obliga sin excusas, y en estos tiempos San Pedro aparece como un fortín de la condición republicana, de una sociedad respetable, de hombres que valoran la dignidad como componente insoslayable de la libertad responsable, quiero opinar sobre los hechos que surgen de nuestra democracia imperfecta, esperanzada y zarandeada por intereses mezquinos de gobernantes que supimos conseguir y no sabemos elegir. Los que desde hace sesenta años fabrican pobres en su beneficio espurio y trastocan los términos solidaridad y distribución con una pobreza que siempre se extiende y que no se entiende ni se explica con lógica en esta Argentina nuestra. Desde mis lejanos días en contacto con los hombres simples, esforzados y esperanzados del campo de la provincia, de mis familiares y de los amigos chacareros de mi padre en el Banco de la Provincia en San Pedro en la década de 1950, y de mis entrañables amigos y amigas de la ciudad, les devuelvo algunos conceptos que he aprendido en mi profesión, y que vienen ahora a ser oportunos, cerrando mi círculo personal y mis sentimientos por un país que todos soñamos, pero no logramos concretar. El conflicto desatado por la voracidad recaudatoria de un gobierno elegido por una estricta minoría de votantes para conducir a todos los argentinos, que elude el espíritu liberal de Alberdi en su concepción republicana, agobia con sus resabios setentistas -“La falsa historia es origen de la falsa política” dijo J.B. Alberdi - y el manipuleo de la Constitución que nos debe cobijar sin distinciones, resulta inexplicable ante terceros de todo el mundo que no logran entender la inconcebible neurosis de un país que parece resistirse con pertinacia a crecer y desarrollarse en paz, sin agravios y mirando al futuro, con una justicia actuando a pleno y sin sacarse la venda de a ratos, como acaban de sufrirlo algunos sampedrinos. Tal vez no hayamos recibido la educación política adecuada. Como ironizó Alejandro Dumas, “¿Cómo es que siendo tan inteligentes los niños, son tan estúpidos la mayor parte de los hombres? Debe de ser fruto de la educación”, por suerte, muchos conservamos valores que adquirimos temprano. Puedo decir que la patria es la tierra donde el hombre recibe una tradición, respeta los valores que da sentido a la vida y la orienta a la realización de una empresa común: le propone un ideal. Las contingencias económicas no deben dejar que se soslayen estos conceptos, porque entonces estaremos en el horno de la disputa estéril, la falta de respeto como norma y la violencia como método resolutivo. Nuestra capacidad agraria es la que nos dio el perfil que, más allá de ideologismos reprimidos, nos identificó en el mundo. Los que transportamos por agua nuestra producción sabemos del entorno multifacético que da marco al comercio internacional. Cuando los conflictos del mundo crearon las crisis, los más aptos y los más dotados supieron entender el significado de esa palabra aparentemente ominosa: crisis es cambio. Y aprovecharon las crisis para producir los cambios en su beneficio. Hoy se nos mira desde la angustiante demanda mundial de alimentos, enredados en reclamos para el crecimiento y enfrentados a un autoritarismo de sordera, rebosante de hipocresía y devaneos de poder sin freno. El pool del poder sin controles. Basta con probarlo en la lectura de los medios especializados en el quehacer económico en todo el mundo, en las primeras planas de lo insólito. Los puertos de nuestro litoral fluvial y marítimo han servido al constante caudal de las exportaciones de commodities y están potencialmente preparados para un incremento que justifique acumulación de riqueza y redistribución justa. Llegar a producir 150 millones de toneladas de cereales sería un objetivo coyuntural espectacular que debería beneficiar con equidad a toda la Nación. Pero también deberían redistribuirse las ganancias extraordinarias de la pesca, la minería, la intermediación financiera, el juego de azar, la concentración exportadora y las recientes ganancias de rentistas millonarios que no producen empleo. Que también ellos contribuyan al fondo solidario para crear trabajo y no para dar limosna vergonzante a los condenados a la indigencia funcional. En Argentina no puede tolerarse la pobreza y la ignorancia. Porque son intrínsecamente intolerables, y porque son usadas para el mal. Y porque lo que sobra en nuestra tierra es riqueza en lista de espera. Durante los últimos tres meses, los barcos que debían operar cargando granos en nuestros puertos se van acumulando en el Río de la Plata en una espera ociosa que, aseguro, pone de muy mal humor a los propios marinos, más allá de que los costos diarios por demurrage (demora) pactados en los Charter Party (contratos de transporte marítimo) que perciben sus armadores, estimado en unos US$ 80.000 diarios por cada buque, se deducirán de nuestros beneficios. Aproximadamente 100 barcos que deberían iniciar sus operaciones en nuestros puertos, para completarlas después en otros, según sus capacidades de carga, están reportando al mundo que pareciera que en Argentina estamos dependiendo de Charly García. Esta vista del transporte de nuestras exportaciones a granel no aparece en los argumentos de la disputa, como no se destacan los números de los múltiples déficit de las múltiples actividades que rodean al hecho agrario. Es sabido que el transporte es el cuello de botella de toda producción, y que la exportación de granos no se puede hacer con “trenes bala” o fantasías de Harry Potter. De hecho, el paro del transporte vial se constituyó en el detonante de la protesta agraria por ser su componente inicial ineludible Más de US$ 10.000 millones provenientes de las retenciones anteriores que entregó el agro se han consumido sin beneficio de inventario. Ahora, parece que se necesitan otros US$ 1.500 millones para obras de infraestructura social, declaradas después de 90 días de conflicto, mientras siguen aumentando los indicadores de pobreza e indigencia, y la clase media, motor de nuestro país, hace equilibrios para sostenerse como garante de la racionalidad, el progreso y la paz. La red ferroviaria eliminada por los antecesores de los progresistas de turno queda olvidada por la sospechosa fantasía de trenes como balas, con vías exclusivas que correrán sin ver la pobreza circundante, cargando ejecutivos, salad bar y wi-fi para los negocios “de amigos”. En la década de los años 90 desapareció nuestra Marina Mercante, además de la red ferroviaria, y se reformularon los intereses de los puertos exportadores. Perdimos un elemento estratégico para regular nuestros fletes y fuentes de trabajo profesional destacado en todo el mundo. La OMI (Organización Marítima Internacional) considera a la Argentina como un país exportador portuario que abandonó su capacidad de transporte por agua. Un modelo demonizado ahora por los que son parte indudable de los que lo critican y que no se opusieron a aquellas decisiones pero que dependen siempre de los beneficios de la producción primaria. Hoy, más de 4.000 Oficiales Marinos Mercantes argentinos dispersos por todo el mundo aportan al país, sólo en concepto del IVA que grava los consumos de sus familias en el país, más de US$ 30 millones anuales por su trabajo profesional en barcos extranjeros. Mientras millones de dólares se consumen en subsidios que no remedian la ineficiencia de los servicios y mantienen una ficción de costos locales de energía que se han disparado en el mundo, se enfrenta como enemigo a quien cultiva y extrae los bienes de la tierra, la faena que desde la noche de los tiempos dignificó a la condición humana porque consustanció al hombre con esa tierra y es hoy el reaseguro de un porvenir argentino donde no se condene a los que ganan más dinero trabajando más. No es de buen gobierno condenar la iniciativa y enfrentar como enemigos a los fuertes y a los débiles, sin escuchar los reclamos de todos. Ésa es la redistribución del odio. Finalmente, cabe reflexionar que somos parte de una sociedad propietaria de un país potencialmente rico, cuyos frutos solo se deberán al trabajo fecundo y a la justa y equitativa contribución al bienestar general, sin agravios, ideologismos absurdos ni mentiras funcionales. La rica tierra del fortín sampedrino será un ejemplo de todo lo que se puede, si se la deja trabajar en paz. “Lo que me preocupa no es que hayas mentido, sino que de ahora en adelante ya no podré creer en ti”- Friedrich Nietzsche. Mario Baquela Capitán de Ultramar Licenciado en Transporte Marítimo