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    Argentina en el corazón

    02 de junio de 2010 - 15:44
    Argentina en el corazón

    Sin dudas lo que sucedió el fin de semana con los festejos del bicentenario nos conmovió a todos de una manera impensada, principalmente en los festejos centrales. A partir de esto surgen montones de teorías para explicarlo. No pretendo ahora hacer esto, porque lo disfruté mucho y si lo quisiera explicar dejaría de disfrutarlo. O porque tal vez hay cosas que no son fáciles de explicar. Por eso, sólo quiero compartirles mi experiencia de ese fin de semana, porque también se me hizo inexplicable.
    Desde hace más de un mes planeábamos venir desde Córdoba hasta Capital a participar de los festejos, sin tener la más mínima idea de qué iba a pasar. Un par de semanas antes no conseguimos pasajes y empecé a pensar la posibilidad de pasarlo en Córdoba. Pero al averiguar qué eventos habría en esa ciudad, no pude encontrar nada más que una misa. Así que replaneamos viajar en auto a Buenos Aires. No puedo explicar por qué razón, ya que recién tres días antes de viajar conocí una mínima parte del programa. Sólo decidimos hacerlo.
    Convoqué a mis tres hijos adolescentes, quienes, sin ningún tipo de planteo, accedieron a pasar cuatro días lejos de sus novios y novias, sólo para ir a los festejos del 25 de mayo. Y me seguí sorprendiendo.
    Y ahí estuvimos desde el sábado, todo el día, soportando el dolor en los pies, pero sintiendo que era un momento especial, con León Gieco, Jaime Roos, Los Jaivas, Pablo Milanés, toda la historia de mi adolescencia y juventud reunida para celebrar la argentinidad, compartiéndola con mis hijos. Había un comentario unánime sobre la gran ausente que todos hubiéramos querido tener ahí: La Negra. Hubiéramos cambiado todos los momentos en que la vimos por verla cantar esa noche en ese lugar.
    Y el domingo, viendo la gente caminar, sin ir a ningún lado, sólo caminar y reconocerse, en un clima de cordialidad que debo confesar inédito. No pudimos entrar en ningún stand porque a esa altura era casi imposible. Sólo caminábamos viendo gente y banderas por todos lados y sintiendo un sentimiento inexplicable y especial.
    Y el lunes a la noche, momento muy especial porque seguía la fiesta y había que esperar a la medianoche para cantar el Himno. La gente seguía la filarmónica, y a renglón seguido, como la biblia y el calefón, síntesis de la Argentina, el Chaqueño Palavecino. Confieso que nunca fui seguidor del Chaqueño, y no compraría ningún disco, pero había tanto clima de festejo que era imposible irse, a pesar de los pies que otra vez reclamaban. Y lo mismo sucedió con Soledad. Y ambos aportaron mucho al clima. Había una sensación profunda de festejo popular, independiente de la música, sin invitaciones especiales ni el glamour de las veladas de gala. El pueblo en la calle en estado puro.
    Y finalmente el momento del Himno, esperando las 12.00 como cualquier año nuevo, y cantarlo con todas las ganas, y sentir que el millón de personas lo hacía con la misma emoción. Ahí sentí por primera vez el sentido verdadero de la palabra patria, en cuyo nombre se hicieron tantas cosas pero que era difícil de definir. Me cayó la palabra patria al ver a esa gente que había ido como a festejar su cumpleaños, fundamentalmente sin desconfianza, tal vez con la misma extraña e inexplicable inquietud con la que yo salí de Córdoba, sólo para cantar el Himno, creo que como nunca lo hicimos antes. Fue difícil terminarlo por el nudo en la garganta.
    Nunca me motivaron los actos patrios durante la escuela ni después. Siempre desconfié mucho de cantar el Himno en los partidos de fútbol. Pero esa noche era una sensación diferente, grabada a fuego en mi memoria y seguramente en la de mis hijos, con quienes comentábamos la felicidad de vivir semejante momento histórico.
    Probablemente no vuelva a un recital de Soledad, seguro que no volveré a ver al Chaqueño, pero me moriría de emoción de volver a estar en un momento como ese.
    Tal vez este relato le ayude a alguno a tratar de explicarlo. Para que, aunque sea por una vez, no se guíen por otras cosas más que por la realidad.
    Alejandro Peris.

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