Alfredo Palacios, otro punto de vista.
Dado que tuve el honor de conocer personalmente al Dr. Alfedo Lorenzo Palacios, habiendo sido su alumno de la cátedra de Legislación del Trabajo mientras cursaba mi tercer año de la Facultad de Ciencias Económicas de Buenos Aires, ocurrió el advenimiento de Perón a la presidencia de la Nación como resultado de las elecciones del 24 de Febrero de 1946, no obstante que el coronel Perón había formado parte del golpe militar del 4 de Junio de 1943 y lo aprovechó haciéndose designar jefe del entonces Departamento Nacional del Trabajo, precursor de la futura secretaría. No había duda de los títulos que tenía el Dr. Palacios para detentar aquella cátedra, puesto que como primer diputado socialista de principios del siglo XX, elegido por la circunscripción del barrio de la Boca, eminentemente marinero y trabajador, así fue él quien elaboró la mayor parte de las leyes laborales de su tiempo, por algo era miembro de aquel Partido Socialista fundado por el Dr. Juan Bautista Justo, cuya primera frase al entrar al Congreso, ya en aquellos tiempos, “Sé que tiro mi honra a los perros”. No puede decirse en modo alguno que Palacios estuviese “en contra de las mayorías populares” como alguien asegura en la edición anterior, de lo que estuvo en contra fue del populismo que aun hoy contamina nuestra política. A sabiendas de que la presencia de Palacios en la facultad entorpecería los planes de Perón, lo hizo expulsar de la cátedra. Recuerdo vivamente su última clase aleccionadora de lo que habría de sobrevenir “Haremos astillas de la cátedra y con ellas habremos de combatir la dictadura”. La expulsión del Dr. Palacios fue seguida de la del Ing. Garbarini Islas, y no sería la última... No bastó con eso que hasta lo hizo poner preso en su domicilio, igual que hizo con mi ex profesor de geografía del secundario Don Juan José Navarro Lahitte, jefe de redacción del diario LA PRENSA (cuando era como el TIMES de Londres), por hacerse responsable de una nota denunciando el latrocinio de los hospitales (algo que tampoco es nuevo). Tanto a Navarro Lahitte como a Palacios, algunos fuimos a visitarlos en sus domicilios. Era hasta gracioso verlo a Palacios en el balcón de su casa de la calle Charcas, con su poncho al hombro y tomando mate. Hasta que un día se descubrió que el Dr. Alfredo L. Palacios... se encontraba en Montevideo. No quiero ni pensar qué pudo pasar con los pobres policías ante los que Palacios debió pasar con su bigote de mosquetero afeitado y sin el poncho al hombro, si en el balcón seguía tomando mate... un gran amigo suyo, con el mismo bigote y otro poncho, pero mucho más joven que se llamaba Juan Carlos Coral, a sabiendas de que luego iría preso él. Al producirse la Revolución Libertadora (1955) el Dr. Palacios fue designado embajador en la República Oriental del Uruguay. No recuerdo exactamente cuanto tiempo estuvo a cargo de la embajada, pero sí conservaré memoria de su triunfal regreso a la facultad mientras profesores, alumnos y egresados le prodigamos las mayores muestras de gratitud por su valiente postura en todo tiempo, hasta llegar a convencional constituyente en Santa Fe para reformar la Constitución Nacional en 1957. Bien que le rogamos que volviera a la cátedra, pero habiendo resultado electo senador de la Nación, prefirió este último servicio a la ciudadanía del país. Aquel brillante patricio siempre vestido de riguroso traje negro, poncho de vicuña al hombro, camisa blanca y corbata negra de moño, melena de izquierda a derecha disimulando una calvicie inadmisible, anteojos quevedos cabalgando una nariz sobre un bigote renegrido con puntas de cornamenta bovina, sombrero negro de ala replegada cual moderno mosquetero presto a batirse por la república, tal la figura y genio que acompañamos a la sepultura en 1965 y aun hoy le rindo mi particular tributo. Miguel A. Bordoy