Alegres o patéticos
EDITORIAL / Por Lilí Berardi
La distancia es corta. Todos contentos por un fin de semana de desborde turístico que alimenta e inyecta dinero fresco a la castigada economía local, y algunos consternados por la nula preocupación de la máxima autoridad sampedrina y de quienes lo acompañan.
El Balneario, que hasta mediados de 2012 manejó Actur, pasó a manos de Tony Correa y su FTV (Federación de Tierra y Vivienda), cobrando con recibos de la Cooperadora del CEF (Centro de Educación Física) y sin control fiscal alguno. No es malo: gracias al polémico puntero se pudo disfrazar el desastre y permitir la huída del Jefe Comunal a la Costa Atlántica, del Secretario de Economía a Miami, del Subsecretario de Salud a La Rioja, del Director del Hospital a Cariló, y la ausencia del Director de Rentas que pasó también sus días en la costa, como el de Producción.
Los prestadores turísticos que trabajan en blanco tuvieron en este fin de semana una oportunidad única por el efecto “rebalse”, ya que los visitantes superaron la capacidad instalada y no fueron víctimas de la competencia desleal.
Todo esto a apenas un mes de haber instalado alegremente un aumento para la tasa de Seguridad e Higiene afectada al turismo, que generó un fuerte rechazo de los principales emprendedores del sector, que fueron al Centro de Comercio en procura de defensa. Ellos son los que arriesgan su capital, los que vieron el negocio antes que otros; en definitiva, el grupo que apostó y ahora gana mucho cada vez que llega un fin de semana próspero, y se sostiene cuando durante la semana no viene nadie.
Lo que no saben los turistas es que carecían de seguro acampando en el Paseo Público, que en el Balneario operó una entidad sin autorización del Concejo Deliberante como concesionaria, que no hubo facturas que garanticen su estadía, la de su familia y de sus automóviles –que también desde hace varios fines de semana abonan un canon por estacionamiento que también cobran miembros de la organización citada sin que se sepa con qué autorización tácita o explícita cuentan para ello–.
Por eso la alegría de las duchas y el piletón “es sólo pasajera”. La semana pasada un lúcido oyente de La Radio dijo: “San Pedro debe ser el único pueblo contento por poner unas duchas en el barro”. Tal vez no esté errado, porque la apatía con la que se mueve la sociedad frente a una gestión comunal que hace agua por todos lados es también una señal de negligencia institucional que le cuesta al ciudadano más de 100 millones de pesos al año en sueldos.
En estos días, Fabio Giovanettoni se puso el traje de intendente para reemplazar a Guacone. Su debut como exbombero no lo dejó dormir. Con sus conocimientos sabe que un ahogado o un lastimado en un espacio público de uso ilegal es una espada de Damocles para la comuna. El “Intendente Interino” rezó mañana, tarde y noche para que no ocurriera una desgracia.
Desde aquella promiscuidad con la que Guacone hizo su “acuerdo” con Monfasani y Casini, no hubo nada tan patético como lo que sucedió este fin de semana. Con los bolsillos llenos cuesta pensar en consecuencias graves, pero como nunca este estado de desastre exige una investigación profunda, una interpelación, un control de la AFIP sobre los ingresos generados y su destino en los espacios públicos. Una cosa es apagar el fuego; otra es dejar en manos de cualquiera la responsabilidad que debe asumir el Estado frente a los únicos que están depositando plata fresca en un pueblo que tiene un índice de desocupación disfrazado de planes y asignaciones que resulta, cuanto menos, escandaloso.