Alberto Lafuente: homicida, femicida y suicida
Desde muy joven, Alberto Lafuente apareció vinculado a hechos delictivos, aunque, al principio, menores. En diciembre de 2004 su nombre tomó relevancia al aparecer como único responsable del asesinato del comerciante Rubén Pérez.
Ese día, Lafuente planeó todo como para que nadie advirtiera lo que había sucedido. Pero, tal como hizo con Mariela Figueroa la semana pasada, actuó por impulso y, mediante un disparo de arma de fuego, acabó con la vida del hombre de 60 años sin reparar que lo había hecho ante la vista de al menos cuatro o cinco testigos que luego resultaron determinantes para el desarrollo del juicio que lo condenó por homicida.
El hecho se produjo en la noche del 7 de diciembre de 2004, alrededor de las 21.00, cuando Lafuente interceptó a Pérez, que transitaba a bordo de su Ford Falcon celeste en inmediaciones de Caseros y Chivilcoy.
Allí hubo una discusión. Lafuente extrajo un arma de fuego y, desde afuera del auto pero a corta distancia, le disparó al comerciante. Pérez, que se encontraba con el vehículo en marcha, aceleró y se fue del lugar. A las pocas
cuadras intentó tomar por calle Aníbal de Antón, pero a mitad de cuadra, ya inconsciente, se subió a la vereda e impactó contra el frente de una casa.
Debido a la gravedad de la herida, falleció a poco de ser trasladado a la Guardia del Hospital.
Algunas horas después, en un rápido proceder, la policía halló a Lafuente sentado en el frente de su casa, ubicada en Caseros 1995, a pocas cuadras de donde se produjo el homicidio. Fue detenido y puesto a disposición de
la Justicia, como único sospechoso del crimen.
Al mes se le decretó la prisión preventiva y en agosto de 2007 se llevó a cabo el juicio oral y público. Su defensa ensayó diferentes estrategias para intentar demostrar la inocencia del acusado, pero no lo logró.
Hasta se dijo que la noche del crimen estaba en otro lugar y la mujer que vivía con él en ese momento se ofreció a un careo con los testigos para demostrarlo, pero no alcanzó.
Lafuente fue hallado culpable y condenado a 11 años de prisión efectiva. A los siete años se le dio por cumplida la pena y recuperó la libertad.
A Lafuente no se le conocían demasiadas actividades. Al salir de la cárcel se dedicó a su otra pasión, el ciclismo. Si bien no era de los habituales ocupantes del podio, sí era uno de los tantos pedalistas que animaban cada uno de los programas de Pro Ciclismo.
En esta actividad era de pocos amigos y también tuvo sus diferencias. Muchos recuerdan un episodio que le tocó atravesar hace un tiempo atrás, cuando en una competencia importante “pactó” con unos colegas la estrategia de la carrera, pero a pocos metros del final no cumplió y se quedó con todo: el triunfo y la plata en premios.
Para colmo de males cuando uno de los corredores le fue a reclamar, lo recibió con un golpe de puño que empañó la apacible tarde de ciclismo en el circuito sampedrino.
Esa incidencia le costó a Lafuente una dura sanción por parte de los organizadores, que lo relegó por varios meses de las competencias domésticas.
La misma bicicleta que lo acompañó en varias tardes de ciclismo fue la que utilizó para llegar al cementerio parque y que apoyó a su lado en el momento en que decidió quitarse la vida.
Mientras era buscado, uno de sus hermanos contó que hablaba mucho con él y que después de que recuperó la libertad tras cumplir condena se había construido una casita en la parte trasera de la vivienda materna.
También se supo que era rutinario en algunas cuestiones personales como las de pasar muy a menudo por las florerías de la ciudad y llevarse plantas y flores para su casa, actividad que muchas veces cumplía junto a Mariela Figueroa; o la de llevar consigo un amuleto. Por eso, la noche que acabó con su vida se apreció apoyada sobre el piso, debajo de la bicicleta, una pequeña lechuza de colores que, según contaron allegados, lo acompañaba a todas partes.