Nació en La Plata y, desde muy pequeño, su vida estuvo marcada por la institucionalización. A los pocos días fue ingresado a un orfanato platense, donde permaneció hasta los 4 años, para luego ser trasladado al hogar de menores que funcionaba en el Instituto Domingo Faustino Sarmiento, en San Pedro, por entonces conocido como el “Colegio de Artesanos”.
- ¿Cómo recuerda sus años en el orfanato de San Pedro?
- Muy duros. Desde que llegué a los 4 años hasta que me fui a los 20, nos hacían bañar con agua fría todos los días, incluso en invierno. Nunca hubo agua caliente. Era una rutina que no se cortaba nunca.
- ¿Qué pasaba si alguno de los chicos se portaba mal?
- Nos castigaban a todos. Aunque uno solo hiciera algo, ninguno podía salir, pagábamos todos por igual. Era muy injusto, pero era así.
- ¿Hubo algún momento que le diera consuelo o alegría en medio de eso?
- Sí. Una familia de San Pedro iba los fines de semana al Colegio. Pedían permiso para que yo pudiera compartir con ellos un rato en familia. Para mí, eso era todo. Me sentía querido, aunque fuera por unas horas.
- ¿Cómo vive con esos recuerdos?
- Con tristeza, pero sin odio. Me forjaron como soy. Me enseñaron a valorar todo, a no quejarme por pavadas. Hoy con 72 años, sigo de pie agradecido de estar vivo.
Alberto se siente sampedrino pese a deambular por varios lugares en su vida. Aquí es conocido por algunas generaciones, principalmente por haber incursionado en el fútbol de la Liga Deportiva Sampedrina, defendiendo la camiseta “sabalera” del Club Sportivo América.
Se siente un agradecido a todos quienes hicieron algo por él, desde los que lo emplearon, los que le dieron una ducha caliente y un plato de comida, y los amigos entrañables de aquellos momentos.
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