Al querido pueblo de San Pedro
La providencia de Dios hizo que el 11 de julio de 2002 llegara a esta ciudad para transitar una breve experiencia de Iglesia, de fe y de comunidad ¡Era por 6 meses y terminó siendo casi 10 años! Pude recorrer toda la ciudad, incluso la zona rural de bajo Tala y Río Tala, y conocí a muchos de Uds. El 18 de febrero de 2005 el trabajo se me circunscribió a la jurisdicción de la Parroquia San Roque, una enorme porción de la ciudad demarcada por el río, la 11 de Septiembre y el camino a Vuelta de Obligado. Esta parroquia encierra en sí no sólo cinco comunidades que son las capillas de San José Obrero, San Cayetano, Santa Lucía, San Luis Gonzaga y San Francisco sino también un inmenso trabajo de evangelización, promoción humana y de integración.
Hubo que organizarse, arreglar un espacio para vivir, limpiar, reparar y restaurar; alimentar el alma con retiros, misiones, visitas a las familias y sobre todo: ¡acostumbrar al barrio a la novedad de que la capilla San Roque tenía cura propio! Pude sentir como a mi familia a la comunidad parroquial e integrar a mi familia a la comunidad. Mucho es lo que se hizo, en todo aspecto: tanto pastoral como material. El amor a nuestro Patrono nos llevó a preparar su casa para el centenario, con la ilustre visita del Sr. Nuncio Apostólico; reinventamos la devoción con el himno, la oración, las letanías, las misas de los 16… a eso le agregamos la presencia de la Virgen, que en su medalla Milagrosa hizo que muchos suspirasen rezando a la Madre de todos, cada 27 de mes.
Fui testigo de la partida y el nacimiento de muchos, de sus bautismos y misas en memoria. De los casamientos, de las bendiciones, de sus confesiones, de sus lagrimas y de sus alegrías. ¡Los ví crecer! Casi llego a la década entre Uds. Hicimos de la parroquia “la casa de todos”, nos ocupamos de hacer y dar cumplimiento a mi lema de trabajo y “por la Eucaristía, San Roque se hizo familia”. ¡Y qué familia! Tan grosa que me cuidó cuando me enfermé y me aguantó cuando no podía hacer mucho. La unidad no es seguir haciendo siempre lo de siempre, sino animarnos a trabajar por los de nuestra propia parroquia. Algunos no comprendieron, pero derecho de la Iglesia indica que la principal obligación del párroco es la cura de almas, de los que le han sido confiados.
Me vieron trabajar: arriba de los techos, entre las plantas, juntando los ladrillos para el campanario, siempre con alegría y con todo mi corazón. Me vieron sacudido por un accidente y me dieron la mano para no caer. Me dieron el gusto de hacerme sentir como su Cura, padre y maestro de la comunidad; por eso y mucho más, me voy en paz y con la conciencia y las manos limpias; les dejo una parroquia organizada y la casa parroquial bien instalada. No hay deudas. Pero hay mucho trabajo misionero evangelizador pendiente por realizar.
Crecieron mucho, y estoy seguro que lo seguirán haciendo. Estoy orgulloso de haber sido parte de eso. Pero dejar un lugar no es solo salir de una casa; es dar un paso adelante en el crecimiento y en la Fe.
La vida de un sacerdote es entrega, silencio, trabajo, muchas veces necesidad o incomprensión; otras tantas critica maledicente, pero la verdad es que fue mi paso por San Pedro la experiencia más hermosa de mi vida Sacerdotal hasta el día de hoy. Me dieron la oportunidad de desarrollar mucho de lo que soy capaz de hacer, desde los musicales hasta la predicación que escuchaban con grata atención. Fomentamos el trabajo pastoral con el criterio de integración de nuestra propia parroquia; nuestro objetivo fue ese. Hubo en mí aciertos y errores, como todos los humanos, pero siempre una clara conciencia de Iglesia; lamento mucho los inconvenientes ocasionados, todo se hizo siempre a conciencia de ejercer la verdad y de evitar todo tipo de connivencia con el mal o el pecado en cualquiera de sus formas. Algunos no entendieron, otros por entender no quisieron.
Pido perdón por lo que no pude hacer por Uds., y dejo en manos de Dios la vida de aquellos que se ocuparon de hacerme mal en cualquier manera. Mi serena y sincera gratitud a todos los fieles colaboradores, a los que con bienes o desde la piedad contribuyeron a engrandecer la parroquia. Mucho es lo que se hizo, pero se hizo entre todos; nada es posible si no se hace con auténtico sentido de comunidad. El pastoreo se ejerce en obediencia a la Iglesia y con el corazón en el pueblo. Sigo cumpliendo con fidelidad y entrega lo que el 23 de febrero de 2001 prometí en la Iglesia Catedral, en las manos del Obispo: “¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?”, “Sí prometo” ¡y lo sostengo! No hay nada más que decir ni suponer, esa es la única verdad.
Me voy promovido a la parroquia de Nuestra Señora del Pilar, en Capitán Sarmiento. La Virgen Madre me sigue acompañando y eso es un grato empujón para el trabajo de este Pastor. Me voy, pero sigo; soy sacerdote de la Iglesia y mi misión continúa. Habrá otras caras, otras historias, otras dificultades, pero la misma fe, y seguiremos unidos por la gracia de Dios en la misma Eucaristía, aunque sea sobre otro altar.
Gracias enorme a todos los sampedrinos que un día crucé por mi camino, gracias por darme un lugar en sus corazones y sobre todo, gracias porque me dieron la oportunidad de ser uno de ustedes.
¡Dios los bendiga !
Pbro. Horacio Ceferino Luna – Párroco de San Roque 2005-2011