Doctor Alfonsín:
Deseo en principio agradecerle su oportuna muerte. Ha sido para mi y para muchos otros, el único modo de sacarnos del letargo en el que nos sumimos durante tantos años, pensando que “todo había terminado” cuando una horda de oportunistas comenzaron a invadir los comités, entusiasmados con una llegada rápida al poder, de la mano de un demócrata que venía arremetiendo en las entrañas de la Argentina, para empujar el parto y producir el alumbramiento constitucional.
Debo ser franca, fue el Dr. Nelson Biglieri el que un día se acercó a mi casa para invitarme a la militancia oficialmente. Ya había hecho de las mías en la facultad cuando en plena dictadura, desafié la entrada del bar en donde habían matado a un estudiante. Lo hice por ignorancia, lo recuerdo con gran orgullo. Confieso que festejé el Mundial 78 y que Mario Kempes me resultaba bastante más atractivo que el profesor de Derecho Internacional que nos obligaba a leer todos los tratados que habíamos firmado con el mundo y que, por supuesto, no cumplíamos. Ni hablar de la cátedra de Derecho Constitucional, donde esquivando la Constitución Nacional, teníamos que rendir exámenes de ficción.
En fin, tenía apenas 19 cuando mis compañeros de escuela eran reclutados para un hipotético conflicto con Chile y sólo 22, cuando Gualtieri se regocijaba por haber recuperado las Malvinas, vivado por un maremagnum de gente que estallaba bajo el grito de Argentina. Fue demasiado. Ese mismísimo día, decidí que la vida no era sólo para durar sino para vivir con intensidad. Así comenzó la cosa y Zás! Apareció Usted: “El gran Entusiasmador”. Escuché la derrota por radio, en mi kiosco a media cuadra de la legendaria Escuela Normal. En mi vientre ya latía el corazón de mi hijo mayor, sin poder elegir por entonces desprenderse de su madre para no participar de las marchas.
Allí fuimos, juntitos y a los codazos a pedir por el regreso de la democracia. Ese totem gigantesco que Usted representaba en el Movimiento de Renovación y Cambio, me llevaba de las narices, haciéndome sentir parte de algo que se estaba gestando. Adentro, mi hijo; afuera la Argentina democrática que sólo pude vislumbrar breve e ingenuamente en 1973, cuando apenas iniciaba el primer año de secundaria.
Ya sé, es una historia mínima para Usted, pero es mi historia y la de los cientos de pibes que aprendimos a pintar paredes y pasacalles con el Yeti D’estefano. Ni un mango, todo a pulmón y por convicción. Allí entre ese millón de personas todos éramos uno, más uno, más uno, y uno más hasta llegar a cubrir la 9 de Julio completa, sin poder creer que el “Entusiasmador” nos hacía vibrar de ciudadanía hasta en las uñas. Rezábamos con Usted el preámbulo de la Constitución que, pese a haber aprobado la materia, jamás aprendí en la Facultad de Derecho.
Hermosa sensación la que se siente cuando uno forma parte de un algo. Cuando advierte que puede cambiar las cosas, cuando todo esfuerzo es poco y la entrega es absoluta para una causa justa.
Aquel atardecer en el que anunció el Juicio a las Juntas, ya estaba preparada para morir si era necesario. El niño ya había nacido y llevaba una pequeña boinita blanca a modo de escarapela, para no perderse en las multitudes. El alumbramiento fue en Noviembre del 82, justo a tiempo para compartir con él todos los actos, todas las marchas, todos los documentos que llegaron con “la contradicción fundamental” de manos de los amigos de la Junta Coordinara. Una especie de barra de modelos treintañeros, sumamente atrevidos y valientes.
Fueron las circunstancias y los vaivenes los que me llevaron a replegarme, cuando en un fatídico Domingo, el partido centenario coronó como candidato a Diputado a un presunto homicida y pirata del asfalto. Sólo un golpe al corazón y una duda que se extendería por años: ¿Podía una elección interna con padrones cerrados consagrar a delincuentes y admitir la corrupción como modo habitual de hacer política?
Esas señales de advertencia repicaban fuerte, cuando en el debate por el canal de Beagle, un viejo periodista exiliado escuchó mis palabras para defender el SI en ese plebiscito no vinculante, se acercó a proponerme comenzar a aprender el oficio de periodista.
No era posible abandonar, todavía tenía que ver con mis propios ojos, el acarreo de carenciados que habíamos censado para un plan de salud, ayudando a uno de los que se autotitulaban referentes pese a proceder de otros partidos, cambiándoles la dignidad por un voto. Lloré en el despacho del Dr. Raúl Sánchez Negrete y no volví más.
La suerte, la casualidad o la generosidad de aquel periodista me pondría en el camino de defender la democracia en otra trinchera. Primero en APA, después en Actualidad hasta que nos fundimos con la hiperinflación. Nunca lo culpé por ello, he criticado otras cosas, pero jamás voté con el bolsillo.
Pocos años después, otra trinchera y el empecinamiento de volver a escribir. Hace exactamente 17 años, que estoy con un grupo de selectos compañeros, pariendo este semanario. Con mi maestro ya muerto, el desafío se multiplicaba y las ganas de hacer de cada minuto una oportunidad para despertar la reflexión me llevaron nuevamente a La Radio.
Le cuento todo porque nada sabe Usted de la vida de los miles que lo acompañamos hasta la tumba. De las decenas de miles de hombres y mujeres que bajo la lluvia salimos a las calles, para mostrar simplemente que ESTAMOS VIVOS. No tan activos como Usted pretende, pero VIVOS y “desde luego” hemos tenido HIJOS. Ahora está más que “persuadido” sobre las ideas que germinarán en sus corazones a partir de su muerte.
Entre tanta porquería que me ha tocado ver en los últimos días, fotos, análisis, suplementos e hipócritas que ya especulan en cuanto lo benefician las visitas que le hacían a su austero departamento de la calle Santa Fe, me quedo con una frase que improvisé en la mañana del 1° de Abril: El final de su camino, es nuestro principio.
No espere resultados inmediatos, pero confíe, porque en menos de tres días uno de nuestros periodistas decidió ir como candidato a concejal para barrer la basura que se encarama en su partido y otro me mandó este mail, mientras tarareaba, “somos la vida, somos la paz…”
Nociones de cambio
Es una realidad que uno crece minuto a minuto, envejece día a día, mes a mes, año a año. Sin embargo hay momentos en la vida de las personas que son un viraje rotundo, un cambio de dirección extremo que nos encuentra de cara a un punto cardinal completamente opuesto al anterior. Con el correr del tiempo uno va guardando en la memoria esos momentos y al repasarlos en un ejercicio de introspección descubre en ellos una constante; existe siempre un agente de cambio que provoca el viraje y lo dota de trascendencia.
Aquella maestra de 1º grado que te enseñó a leer, ese tipo que te dio esa oportunidad que te cambio la vida, ese amor de verano que tuviste en tu adolescencia, aquel profesor universitario que te regaló ese consejo tan preciado, esa mujer que te prestó esa plata para poner tu propio negocio y tantas otras personas que deben estar pasando, como diapositivas, por tu cabeza. Agentes de cambio, grandes movilizadores.
El fallecimiento de Raúl Alfonsín fue uno de esos momentos de cambio. Una de esas instancias que parten el almanaque de la vida como una bisagra que une pero diferencia dotando a ambas partes de cierta independencia. Quizá no haya sido el deceso en sí, sino la ceremonia y principalmente la cobertura que tuve la oportunidad de hacer para el aire de La Radio lo que provocó el viraje. Cuando todo indicaba que el agotamiento se alzaría triunfante en la batalla aparecían más fuerzas para seguir dando cuenta de aquel hecho histórico.
El ex-presidente ya lleva muerto una semana y veo con decepción que no logró ser para la política argentina lo que para mí; agente de cambio. El viento con una risa socarrona y macabra ostenta orgulloso entre sus manos todo el palabrerío que recolectó en esos días de pesar. El respeto a las instituciones, la humildad, la honestidad, el honor, el coraje y los valores democráticos fueron víctimas de la politiquería barata. Si electoralmente beneficia a Kirchner porque le saca votos a De Narváez y Solá, si le juega en contra a Stolbizer porque resulta una buena idea usufructuar el apellido y llevar al hijo de… de candidato o si el vicepresidente puede encarnar en su figura de niño abandonado un frente opositor.
Escribo estas líneas invadido por la tristeza: la clase política argentina es repulsiva, tejiendo alianzas electorales sobre el lecho de muerte porque el verdadero duelo es perder en las urnas cuando la política se plantea en un juego de suma cero, donde el que gana obtiene todo.
Tamaño error radica en esta concepción, ganadores y perdedores aportan a la construcción de una sociedad mejor, más justa y equitativa. Esta misma sociedad que, según el dicho, tiene los dirigentes que se merece ya que, muy a nuestro pesar, emanan de entre nosotros. Pues bien, de ser así, nos ha llegado la hora, es tiempo que nos transformemos nosotros en agentes de cambio y llevar a cabo nuestro proyecto más ambicioso, merecernos un país mejor.
Quique Pareta