No fui amigo pero sí compañero. Con Macchia participamos juntos en el mismo grupo político durante los 90’. Ya en los 70’ habíamos estado en la misma época en La Plata, pero no nos encontrábamos. El laburaba con Nolo Rocca, a la época Presidente de la Cámara de Diputados, mientras que yo formaba parte del equipo de funcionarios de la JP colocado por Oscar Bidegain en el Ministerio de Bienestar Social, Subsecretaria de Seguridad. Otro joven estudiante que también formaba parte del equipo de Nolo, a veces venía al Ministerio a visitarme, a escondidas. Se llamaba Oscar Rotundo. Pero Macchia nunca se atrevió.
Esta vez compartíamos sin duda la misma línea política. Demoré varios meses en incorporarlo a mi Facebook, justamente por su cercanía con el poder, al cual le huyo como el Diablo a la Cruz. El único mensaje que cierta vez me mandó justamente en esa red social era para pedirme que no dejara de mandar mis “correos de lectores” para La Opinión. Yo no creo haberle mandado nunca un mensaje particular, pero siempre leía sus columnas, con las que concordaba casi en su totalidad. Pero lo que quiero rescatar hoy es la última columna que escribió. Pienso que fue su testamento, sin saberlo. Y no podría haber sido mejor, y de hecho, constituye el núcleo central de mi pensamiento hoy día. Es el papel de la juventud. Son ellos los que deben llevar la posta, no sin nuestra colaboración, pero sí con nuestro respeto. Los valores por los cuales luchamos toda una vida, son los mismos que ellos enarbolan, pero sin las ataduras que el tiempo nos deparó a nosotros. Con más fuerza, con más vida. Y aquellos que funcionamos en torno de una idea y no de un ego, nos sentimos felices cuando vemos que nuestras ideas están en el tope del mástil, aunque sean otros que las enarbolen.
Elvio Macchia, compañero de militancia, descansa en paz.
Eduardo Flores, desde Limeira, San Pablo, Brasil
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