Adiós al “retiro voluntario”
Hace unos meses envié una carta a La Opinión planteando mi punto de vista divergente respecto de lo que se mencionaba en estas páginas sobre un tema de plena actualidad para todos. Quiero destacar que a partir de ello y luego de un muy rico intercambio de ideas, la Directora me invitó a participar y opinar en el diario desde su convicción de que la pluralidad, es la única garantía para el razonamiento. La cuestión es que no soy periodista, y mi contacto con los medios es solo por leerlos y seguirlos con mucha atención desde hace por lo menos 30 años, y practicar con ellos un aprendizaje permanente. De hecho mi profesión, que me ha permitido ganarme la vida desde hace más de 20 años, no tiene nada que ver con eso, y por ello siento cierto prurito por ocupar y compartir un lugar con gente que ha hecho un esfuerzo muy grande por llegar a hacerlo. Me motiva un profundo interés por aportar, aunque más no sea de esta forma a que podamos sacarnos el estigma argentino del fracaso crónico, del cual muchas veces hacemos alarde y apología, que al principio parece cómica pero que rápidamente se hace patética. Pasé mi adolescencia a la sombra del Proceso y el mundo se me abrió a los ojos durante la apertura democrática, cuando los sueños y la esperanza de cambio volvían a renacer. Y en esos pocos años que duró la esperanza me comprometí a fondo a la vez que aprendía de ciencias, de política, a ganarme la vida y a ser un padre joven. Lamentablemente esos años duraron poco y rápidamente volvieron los tiempos de las derrotas, donde nos ganó la inflación, la creencia de que los argentinos no podíamos hacernos cargo de nuestro destino y debía ser privatizado, y donde la frivolidad obscena se instaló en toda la sociedad como un virus mortal que nos sigue lastimando hasta hoy. Fueron años de retirarse a cuarteles de invierno, a criar los hijos con otros valores en medio del discurso del “no te metás”, porque cualquier opinión política era mal vista, o era cosa del pasado que ya no volvería. Fukuyama pronosticaba que la historia se había terminado con la caída del Muro y el capitalismo era la solución para todos los problemas que él mismo había generado, y por ello debía profundizarse. Pero la historia, obviamente, estaba vivita y coleando y nos mandó un aviso a todos, esos días de fines de Diciembre de 2001, donde los castillos de arena se derrumbaron y la realidad se nos puso cara a cara. Caímos en la cuenta que, a pesar de echarles la culpa a otros y pedir que se vayan todos, debíamos hacernos cargo de nuestro destino. Y en eso estamos, y esa situación me llevó a recuperar las esperanzas y los sueños. Estamos frente a un momento histórico, donde caminamos definiendo y debatiendo, por fin políticamente, qué país queremos, sobre la base de un momento y un pronóstico de crecimiento muy promisorio. En ese contexto aparece la obvia puja de intereses, para ver quien muerde un pedazo más grande de la torta. Y esa definición de país debe hacerse sobre la base de un debate maduro, donde las ideas prevalezcan sobre la prepotencia de imponer por la fuerza un interés sobre el otro, entendiendo que la fuerza de los votos debe pesar sobre la de las presiones extorsivas. En ese sentido hemos evolucionado mucho desde ese Congreso de la Banelco a este que hoy debate políticamente y a la vista de todos las retenciones móviles, aunque seguramente nos falta mucho. Tal vez por estas cosas es que me animé a ocupar un espacio en este diario con mis opiniones y también con otras cosas que me fueron surgiendo en estos años de “retiro voluntario”. Espero que no sea un aporte más a la confusión general. N. de la R.: Hoy le damos la bienvenida a este “viejo” nuevo columnista. Trataremos que nuestro espacio para la pluralidad de opiniones sea cada vez más amplio. Gracias. Germán El frío de la mañana del 13 de Julio de 1993 terminaba de apagar la vida de Germán Abdala, consumido por un cáncer que durante mas de seis años se ocupó de corroer su cuerpo pero que nunca pudo contra sus convicciones, contra su coraje, su visión para leer la realidad que había detrás de las mentiras que anunciaban los espejismos de los albores de la era menemista. Germán nació en un año fatídico para su identidad política, el ‘55, y siendo muy joven llegó a convertirse en uno de los mas brillantes líderes sindicales que tuvo la Argentina. Supo honrar la política, honrar la militancia sindical, honrar la función pública, honrar la misión de legislar, honrar el pensamiento revolucionario. Han transcurrido muchos años y muchos acontecimientos y Germán sigue siendo una figura que honra a los héroes y víctimas de la resistencia y a los desaparecidos que, como él, cayeron en el campo de batalla. Porque los que saben morir de pie honran la vida. Germán no admitía homenajes. Pero en estos tiempos es preciso levantar una figura digna de emulación, porque Germán era de la raza de los que se juegan por los otros; de los que creen que una causa justa siempre triunfa. En ese mes de Julio del ‘93 Germán Abdala perdía una batalla contra la muerte; pero mucho tiempo antes había ganado otra batalla más importante, contra el olvido.