Acondicionaron la tumba de Pototo en el Cementerio, que lucía abandonada
El sepulcro del histórico heladero estaba abandonado. El director del Cementerio municipal, Américo Quintana, decidió reacondicionarlo y puso a los trabajadores en la tarea. Con una fotografía que había visto en La Opinión y cuya copia le entregó esta redacción, ahora la tumba de Pototo está identificada como corresponde.
El 11 de septiembre de 2015, en la clínica San Pedro, falleció Eduardo Roberto Iturbe, el reconocido heladero Pototo. Tenía 89 años y una vida dedicada al trabajo que lo convirtió en uno de los personajes más queridos de San Pedro. Desde este miércoles, su tumba en el Cementerio municipal luce como corresponde porque hubo que reacondicionarla.
A poco de asumir, el director de la necrópolis local, Américo “Cacho” Quintana, preguntó por el sitio de reposo de los restos del mítico heladero y grande fue su sorpresa cuando los empleados lo llevaron hasta el lugar. Al verlo, decidió poner manos a la obra para mejorarlo.
El sepulcro de Pototo estaba abandonado. Apenas una cruz sobre un piso de baldosas de vereda. Un rectángulo de tierra señalaba que allí debajo hay un ataúd, pero nada decía que se trata del de un personaje único.
Ni una flor. Ni una lápida. Ni un letrero que diga aquí descansa un hombre que hizo feliz a los niños y que vive en la memoria de los adultos que saborean la infancia en el recuerdo de los helados de ese señor del carrito celeste y blanco.
Cacho Quintana instruyó al personal del Cementerio para trabajar en la tumba de Pototo para refaccionarla. Los trabajadores pusieron manos a la obra. Con dedicación, pero también con cariño, lograron que lo que era apenas una fosa tapada con una cruz se transforme en un sepulcro como corresponde.
Además, al exconcejal y pintor de obra se le ocurrió que había que identificar bien el sitio donde descansa para la eternidad el heladero. “Si la gente quiere venir a visitarlo, no sabe ni dónde está”, pensó. Entonces recordó una fotografía que había visto en La Opinión y llamó a esta redacción para conseguirla.
La foto de Pototo está tomada en la calle. El heladero, de impecable blanco y con sombrero, pedalea en su clásico triciclo equipado con la heladerita donde llevaba los sabores que servía.
La mano izquierda en el manubrio. La derecha, llevando a la boca la corneta con la que hacía sonar esa melodía que está grabada en la memoria de varias generaciones de niños sampedrinos: tutututututututututututúúú.
Revelada en sepia, con un Pototo pedaleando cerca del cordón y con la sombra de un árbol que le baña un hombro bajo la siesta total, la fotografía fue tomada por el fotógrafo Carlos M. Ruiz y está enmarcada en un cuadro que ilustra una sala en la redacción de La Opinión, junto a un dibujo de Fernando García Curten y otro de Yoyi Villafuerte.
Cacho Quintana hizo copias de la foto de Pototo y sobre una pieza de marmol la encuadró. Ahora, la tumba del heladero muestra su imagen, su nombre escrito en irregulares letras mayúsculas que tienen más voluntad que diseño, una cruz limpia con un Cristo de metal y dos macetas, una a cada lado.
Tras la tarea, a Cacho Quintana se lo veía contento. Se lo hicimos notar. “Por supuesto”, dijo y agregó: “Realmente, quedó mejor de lo pensado. Lástima que pasó tanto tiempo para que se hiciera lo que le faltaba”. “Hoy ya está”, celebró el director del Cementerio.
Eduardo Pototo Iturbe se retiró de su tarea de vendedor de helados en verano y de golosinas en invierno cuando ya era anciano. Su carrito quedó en El Sueño del Tano y él estuvo en el geriátrico de Santa Lucía. Pero quiso volver para pasar su últimos días en su casa y así lo hizo.
El 11 de septiembre de 2015, a las 3.00 de la mañana, una enfermera de la clínica San Pedro lo encontró sin vida en la habitación donde estaba internado. Su deceso provocó conmoción en la ciudad y cientos de personas lo saludaron en redes sociales, con anécdotas que atravesaron décadas, barrios y generaciones.
En 2010, un adolescente de 14 años, Federico Piñeiro, había visto una foto en Facebook y pensó que ese hombre al que todo el mundo recordaba merecía un monumento. El joven envió una carta a La Opinión y comenzó una aventura para la estatua de Pototo, que lamentablemente no tuvo final feliz.
El sitio para emplazar el monumento era la esquina del bar Butti, porque así lo había elegido el mismísimo heladero. Sin embargo, como comentó el propio Federico cuando ya era un joven universitario cuyo sueño avanzó sin concreción, se metieron “ciertas personas que quieren figurar y entorpecieron” la construcción, que había comenzado en el taller del reconocido escultor Carlos Ferrari, con uno de sus discípulos.
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