60 años de la escuela Industrial: el pasado que inspira, el presente que construye y un futuro latente
La Secundaria Técnica N° 1 celebró un nuevo aniversario. En esta nota, un recorrido por su fundación, sus humildes comienzos, el legado de don Victorio Babbini y el compromiso en la formación de más de 700 estudiantes.
Entre el presente y el recuerdo
Entre actas, lapiceras y sellos, en la dirección de la escuela de Educación Secundaria Técnica hay una diminuta caja que aún conserva fotos de los primeros días de la institución.

Fundada un 17 de mayo de 1965, las orientaciones del establecimiento obedecen a necesidades propias de la sociedad de la época y el objetivo era puntual: formar técnicos capaces de insertarse en el mundo laboral.
Los primeros pasos
En los primeras etapas, los docentes dictaban clases en sólo dos pequeñas aulas montadas en una antigua casona ubicada en Las Heras y Sarmiento que compartía terreno con el viejo tanque de agua corriente.

El correr de los años y el crecimiento de la matricula obligó a buscar una nueva locación que duraría hasta esta fecha. Crearon aulas y talleres, pero también una biblioteca y un gimnasio.
Los primeros talleres se dividían en cuatro secciones: Hojalatería, Ajuste manual, Carpintería y Electricidad. Contaba con un pañol y las herramientas llegaban por donaciones de los profesores y de los alumnos.

La primera promoción llegó en el año 1971 y los egresados fueron: Ernesto Antonio Barbarasch; José Antonio Blanco; Antonio Rubén Carmelli; Norberto Carlos Chipolini; Héctor Raúl Domínguez; Carlos Oscar Foyo; Eduardo Alfredo García; Horacio Oscar González; Juan Ramón Nievas; Rubén Darío Pascual; Carlos José Pignataro; Carlos Alberto Vacas y Silvia Pilar Gajate, la única mujer.
Entrega y compromiso
La entrega es parte del lema; es por eso que la escuela lleva el nombre de Juan Bautista Azopardo, en honor al marino que fue capitán del puerto de Buenos Aires y participó en innumerables conflictos, entre ellos, la guerra contra el Brasil.
Los recreos son una oda a la vida. Las charlas y las risas que acompañan los mates son tan sonoras que su eco sube por las escaleras hasta el primer piso.

"Están todos en silencio, ¿viste?" comenta con orgullo el personal, mientras que en las aulas los jóvenes se sientan atentos, como si esperaran una visita inesperada de Don Victorio Babbini.
Legado y enseñanza
Quienes conocieron al primer director que tuvo el establecimiento aseguran que fue un hombre firme, riguroso, disciplinado, pero a la vez, una leve sonrisa asomaba sus labios al pronunciar el apellido Babbini.
Don Victorio dirigió la escuela hasta 1976 y dejó una huella que responde a un compromiso sensato, sobre todo con sus estudiantes, que no recuerdan más que leves correcciones encubiertas en sutiles palabras de aliento.
El "padre de lo industrial" educaba a través del ejemplo, es por eso que uno de sus pilares era la vestimenta. Siempre de saco y corbata.

“Nosotros teníamos mucha disciplina y mucho respeto. Aunque los tiempos han cambiado sigo convencido que para cualquier joven, un buen ejemplo vale más que cien discursos”, solía clamar con modestia el docente.
“Algo bien habrá hecho”, para que su despedida en el año 2012 fuera multitudinaria, con alumnos, compañeros y toda una comunidad llorando la perdida de una leyenda de la educación sampedrina y exclamando, ¡gracias, maestro!
Una sólida actualidad
Hoy en día, la escuela cuenta con más de 700 alumnos repartidos en tres turnos que eligen especializarse en Informática personal y profesional, Química o Electromecánica.

"Aspiramos a formar buenos técnicos, sin olvidar la parte del ser humano, primero vamos a forjar ciudadanos responsables, luego personas que, con mucha imaginación y creatividad puedan dar respuestas frente al gran y vertiginoso cambio que se avecina", decía Don Babbini en 1990.
Hay cosas que no se negocian. Es por eso que todos pueden guardar sus vehículos en el patio de la escuela. Eso sí: "Los que quieran entrar la moto, sí o sí con casco", anuncia el cartel en la puerta principal.
Los estudiantes pasan mañanas y tardes en los pasillos, en las aulas y en los talleres. Será por eso que el cariño es tan grande y que quienes se forman allí mantienen un sentido de pertenencia arraigado a los valores y las tradiciones inculcados en su formación. Si al compromiso le agregamos amor, "la obra será sublime”.
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