3 de febrero de 1852: Caseros
No es por enmendar la plana de la “carta de la semana” del número anterior, titulada “3 de febrero de 1813: San Lorenzo” pero me llamó la atención que la suscribieran secretaria y presidente de lo que parecería ser la Asociación Cultural Sanmartiniana (que no se menciona), que tuve el honor de integrar con el Dr. José P. Estiú, y Don Marcos Nahón, hasta participar de un coloquio memorable en la sede del Instituto Nacional Sanmartiniano en su sede de Palermo (Grand Bourg). En casa de Dra. “Pancana” Castellanos (Córdoba) tuve en mis manos la “Espada de Bailén” que obsequió al Coronel Don Joseph de San Martín y Matorras, el general mallorquín Don Pedro Caro y Sureda, Marqués de la Romana, en mérito a su valor en combate. Doña “Pancana” era nieta del Gral. Francisco Figueroa, que la recibió del presidente Montt en Chile. Una réplica de esa espada, obra del espadero toledano Sebastián Hernández (grabado en la hoja) está hoy en el cuartel de Granaderos a Caballo en Palermo, y una foto que hice de aquella en el museo histórico de Palma de Mallorca.
Tras un análisis superficial de aquella carta, me da la impresión de que algunas afirmaciones no concuerdan ni con la letra de la “Marcha de San Lorenzo” que cantábamos fervorosamente cuando el Ejército Argentino no se había visto devastado como lo está hoy por obra de quienes debieran potenciarlo.
Difícilmente unos barquicuelos españoles que recorrían el Paraná en busca de avituallamiento portarían cañones que los harían escorar peligrosamente y menos bajarlos a tierra si sólo se trataba de “ladrones de gallinas” o algún otro bicho para el rancho de la tropa. Iban armados con falconetes (sólo dos) de los once bajeles (no llegaban ni a una de las “docenas de barcos” que dice la nota). En tanto San Martín con sus granaderos y baqueanos recorría la costa sin perder de vista a los incursores. Llegados al convento de los franciscanos, que no es “de San Lorenzo” sino de San Carlos, porque San Lorenzo era el nombre de la posta que estaba un poco más abajo, con los “120 soldados” se quedaron cortos pues eran 125 Granaderos a Caballo y 50 milicianos, vale decir 50 no regulares y generalmente voluntarios. El autor o autores de la carta parecen haber asistido a la charla de los españoles “… con los frailes el 2 de febrero y prometieron volver al otro día”, cuando la historia dice que San Martín negoció con el prior Fray Pedro García apostar sus fuerzas en el convento a la espera de un desembarco, que no sería el primero en la margen derecha del Paraná. Si el caballo de San Martín “había caído de un cañonazo”, como dice la nota, aunque los falconetes fueran de grueso calibre, cómo habrá hecho el Sgto. Juan Bautista Cabral para “levantar el caballo” (así está escrito) como no fueran los despojos… en cuyo caso hasta San Martín lo habría pasado peor.
Pero Cabral era correntino como el propio San Martín, quien demostró así no sólo su valentía sino que no era un agente encubierto de España, como algunos afirmaron.
La batalla que da título a esta nota, da la casualidad que tuvo lugar al cumplirse justo 39 años de la que comentaba. Ya nos habíamos liberado de la dominación española por obra de San Martín, pero está visto que cuando no tenemos a quien darle, nos damos entre nosotros, hasta hoy, sin ir más lejos.
Se dice que esta batalla fue no tanto por razones políticas sino económicas, puesto que el tirano Juan Manuel de Rosas no admitía la competencia de los saladeros de Don Justo José de Urquiza, y prevalido de su posición en Buenos Aires no permitía que los productos de la salazón entrerriana pasaran al exterior, fuese por lo que fuese se produjo el enfrentamiento armado en los campos de Caseros. A sabiendas de que la batalla estaba perdida por deserciones o por lo que fuese, lo cierto es que junto a Urquiza combatieron la nefasta tiranía dos próceres como Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento, quienes más tarde serían sucesivamente presidentes de la Nación, en tanto Rosas huía de un seguro apresamiento exiliándose, precisamente, en la Inglaterra de nuestros desvelos malvineros.
Una pequeña muestra de lo que digo fueron las bravas divergencias, más de una vez, con el Prof. Rodolfo Constantín, pero por sobre todo primaba el respeto y el afecto que nos unía a través de nuestros alumnos de la Escuela de Comercio.
Pasaron los años, hasta que un día vimos pasar, aguas abajo por el Paraná, los restos del “Restaurador de las Leyes” a bordo de una cañonera (que nos hizo recordar la huida de Perón en 1955). Al pie del monumento a Fray Cayetano encontré a Rodolfo y no pude menos que recitarle aquel verso “… ni el polvo de tus huesos la América tendrá.” Su única respuesta fue “Ha visto Bordoy…” Ya gravemente enfermo, fui a despedirme de él y al abrazarlo con un “Hasta la vuelta” respondió serenamente “Pero ya no estaré… “Mi homenaje respetuoso en la esperanza de que los argentinos podamos vivir en paz aunque no para siempre… mientras no cambiemos. Quiera Dios que sea pronto.
Miguel A. Bordoy.