La beba que no pudo llevar el nombre de Daiana
Una recorrida por la ausencia y la miseria requieren de algo más que opiniones. Por eso es importante seguir los datos, la secuencia de los hechos y por ende el peso de una conclusión que grita y clama por una muerte en medio de la indiferencia. Daiana fue sepultada como NN porque no tenía documentos ni vacunas. La autopsia indicó que fue un caso de “muerte súbita”. La realidad mostró su piel llagada, la desatención y la falta de seguimiento por parte de los organismos que debían saber de su existencia.
A las 23.00 del 7 de abril, ni un minuto antes ni un minuto después, nació con exactitud sorprendente Daiana.
La obstétra Mónica E. Fiorito firmó el documento en el que certifica que una joven nacida en 1998 dio a luz a una bebé de sexo femenino en la calle 25 de Mayo 1901, edificio más conocido como Hospital Municipal de San Pedro “Dr. Emilio Ruffa”.
El 10 de julio de 2016 la Dra. Zanocco certificó en la Guardia de Pediatría de ese mismo hospital que una niña de tres meses y casi tres días había llegado sin vida en la ambulancia del servicio 107, procedente de un domicilio del barrio El Argentino. Los profesionales observaron el “estado de lividez” del cuerpo y el Secretario de Salud Edgar Britos reportó una “dermatitis de pañal tremenda”.
A la misma hora en que comenzaba la peña del Bicentenario de la Independencia, la policía tramitaba la denuncia y el pedido de autopsia para la menor cuyo cuerpo recién fue peritado el lunes por la mañana en San Nicolás, ya que San Pedro carece de médico forense desde que se jubiló el Dr. José Dubbini. Era el único modo de obtener el certificado de defunción que permitiría su sepelio como “NN o Daiana – 3 meses aprox.”.
Daiana era hija de Micaela y Alexis, tenía un hermanito de poco más de un año cuyo nombre es Ian y vivía en una precaria casa con paredes de fieltro que está al fondo de un pasillo que desemboca en la calle Brenan al 1000.
El sábado 9 de julio la beba estuvo por última vez en brazos de su tía Marisol en una casa del barrio La Unión en la que vivió hasta hace pocas semanas cuando, por un distanciamiento entre sus padres y el abuelo Mario, se mudaron bajo el medio techo de chapas que desborda pena por donde se lo mire, incluído el excusado en el que flamea una cortina de tela como único freno al viento.
El domingo
Alrededor de las 5.00 de la mañana, según informó la madre, Daiana tomó la leche por última vez. “No respiraba. Estaba así, palida, con los labios morados, la di vuelta nomás, porque la acomodé en la cama y ya estaba así, y ahí fue cuando le pegué el grito a mi marido, que se iba a trabajar al campo”.
La versión que este medio obtuvo de las autoridades de Salud a pocas horas del fallecimiento consignó que la ambulancia del Servicio de Emergencias 107 fue la que llegó a la calle Brenan al 1000 para trasladar a una beba que arribó sin vida al Hospital. Todo eso, antes del mediodía. El Dr. Edgar Britos se mostró desolado por lo sucedido y de inmediato buscó datos sobre la paciente. El único registro era el día del parto.
“Puede ser muerte súbita. Dice la madre que estaba sana, pero al ingreso se vio una dermatitis de pañal tremenda y nunca la llevó a la consulta”, dijo el Secretario de Salud, que además convocó a la psicóloga María Paola Vaccari para que colaborara en la contención de los familiares directos.
De allí en más, la familia regresó a su domicilio para esperar que le devuelvan el cuerpo de la beba.
Hasta el lunes no había indicio alguno de intervención del servicio de seguimiento que por obligación debe mantener la autoridad sanitaria. Daiana no tenía documento de identidad ni estaba vacunada en ningún centro asistencial. La única información que se aportó es que “hay una tía que se ocupa del otro nene, tiene vacunas y lo lleva a veces con ella”.
A las 19.52, La Opinión habló por primera vez con un familiar que confirmó: “No, no nos llamó nadie, mi mamá está esperando también. Yo cuido al nene, es mi sobrino, pero algunas veces. Vivo por la escuela 4 y a veces lo traigo conmigo”.
Llegó la noche del domingo sinmás noticias que el traslado del cuerpo para ser sometido al peritaje de los médicos forenses en San Nicolás.
El debate quedó desatado puertas adentro de un Hospital que ya siente que es como “la justicia penal, actúa cuando ya se cometió el delito y hay un muerto”, tal como reflexionó un funcionario que aún no se repone del caso en el que falleció un adolescente que no fue diagnosticado a tiempo por una apendicitis. El caso de Ulises Pérez, de 14 años, marcó un antes y un después en el reloj de la gestión municipal.
“A dos cuadras del CIC, no hay seguimiento. No puede ser. De acá tampoco hay nada, le han dado el alta y nadie se ocupó”, refirió una vieja trabajadora del Hospital que sabe que no se puede otorgar el alta de un recién nacido sin que se registre para tramitar el documento. “Legalmente, Daiana no existe más que por el certificado de parto”.
El lunes por la mañana
Poco después de las 10.00 de la mañana, La Opinión comenzó a recorrer el barrio El Argentino. El predio que pertenecía a la familia Oilher y fue usurpado hace unos años para ser parcelado entre alrededor de 20 familias que llegaron al lugar. Sobre las calles hay varias casas de material que muestran a las claras la voluntad de cada habitantepor procurarse una vivienda. Hay otras en las que el paso por las oficinas donde se entregan materiales de construcción que se mueven al ritmo de elecciones. Detrás, hacia el centro de la manzana, se levantan decenas de casas anexas de chapa, cartón o cualquier elemento de demolición que sirva como abrigo. No fue fácil encontrar la casa de Daiana.
Muchos vecinos supusieron que la presencia de la prensa obedecía a un caballo que agonizaba desde el fin de semana en el predio lindero al CIC, sobre la misma calle Brenan, donde a pocas cuadras vivía Daiana.
Desde la que parece una calletransversal y con una escoba acostumbrada a barrer sobre piso de tierra, una mujer se acercó para brindar datos sobre la posible morada de los padres de la beba fallecida.
Entre varias casas y por un pasillo encharcado con escombros, desechos y barro, se recorrieron los casi 25 metros que separan la cale de las tres casas que ocupan el centro de la manzana. La antesala es una puerta blanca de chapa herrumbrada, amarrada a un poste de alambrado. Oficia como “zaguán” hacia la nada misma, porque, detrás, los despojos de chapa, cartón y tela constituyen la paredes en las que habitan los niños con sus padres adolescentes. A las 10.30 el silencio es absoluto. Todos duermen, salvo unos vecinos con dos niños que le indican a la periodista que “golpee, porque están ahí”.
La lógica presunción invitaba a razonar que padre, madre, tías y abuela no estaban en el lugar y que en cambio realizaban trámites y buscaban amparo tras la tragedia.
Los golpes en la primera puerta que produjo un muchacho joven despertaron a una chica que resultó ser la hermana de Micaela y tía de Daiana. Apenas se le dio el motivo de la visita comenzó a llamar y golpear sobre el fieltro para despertar al resto de la familia.
Eran casi las 11.00 de la mañana cuando la joven madre de 18 años atendió. Cuando fue preguntada por el nombre de su hija, bostezó y dijo que no lo recordaba. Luego atribuyó a los nervios el olvido y corroboró que no había recibido noticia alguna desde el día anterior en el que le habían dado alguna mercadería.
Como si se tratase de una situación habitual, abrió la puerta desvencijada y mostró el lugar donde había fallecido Daiana. Con muchas dudas sobre horarios, recuerdos y reconocimiento desde que dejó el Hospital después del parto, nunca tramitó documentos, no asistió a controles ni sacó el turno para las vacunas. Nada que reflejase responsabilidad apareció en la breve charla y sí un apuro por deshacerse de la molestia que ocasiona la presencia del que puede juzgar sin comprender los motivos por los que apenas siendo adolescentes no pueden asimilar las responsabilidades que conlleva dar a luz un hijo, porque entre otras cuestiones tampoco los demás toman en cuenta el nacimiento como un acontecimiento importante sino como “una carga más que habrá que atender en medio del desprecio” por los derechos elementales básicos que le asisten a esta y a tantos otros bebés cuyos gritos no se escuchan más allá del lugar en el que habitan sin más oportunidades que las de dormir y, con suerte, comer de vez en cuando.
“Me pongo nerviosa y me olvido el nombre”, dijo la mamá y se quedó pensando hasta que pudo decir “Daiana”. Mientras bostezaba una y otra vez y luego consideraba: “Me manejaba bien, tomaba la leche bien, no le faltaba nada”, para responder luego: “No viene nadie acá”, dijo en el momento en que fue preguntada sobre su falta de asistencia al CIC.
El lunes por la tarde
Tras recorrer las instalaciones del CIC y comprobar que estaba desierto desde media hora antes del mediodía, tras observar que no existen allí anuncios de horarios, turnos, cronogramas de vacunación o letreros que indiquen la documentación que requiere un recién nacido, un afiche del “Centro de Acceso a la Justicia” que dice que garantiza el acceso “para todos” acompaña la placa que recuerda la inauguración de ese monumento a la inactividad que en su momento le costó millones de pesos al pueblo y que está en deplorables condiciones.
Pasadas las 12.30, una joven de 19 años cuyo comportamiento sorprende por los modales de la adultez se acercó a la redacción de La Opinión. “Soy la tía. El sábado la tuve en brazos, un ratito. Lo que pasa es que mi hermano se fue a vivir con ella a esa casa y yo estoy con mi papá, que es camionero”, dijo Marisol, buscando información a la que sólo había llegado por las noticias publicadas. “Llegamos con mi papá el domingo a la noche y nos enteramos, pero ellos vivían ahí, en nuestra casa, hasta hace poco”, sostuvo, para sorpresa de quienes la escuchábamos y consultando de qué modo podían acceder al velorio de la chiquita.
Una hora después, Mario, el abuelo paterno, abrió las puertas de su casa en el barrio San José. Contó una dura historia de vida y relató cómo fueron los meses en los que convivió con los padres de Daiana.
“Mi hijo tiene 20 años, no quiso trabajar conmigo y se fueron a vivir juntos porque se enojó. Una noche le dije a la madre por qué no le cambiaba la ropa a los nenes (por Daiana e Ian que también vivía allí), los chicos lloraban todo el tiempo y ellos dormían”, relata Mario ante otros nietos y el resto de sus hijos.
“No la puede tener dos días con el mismo pañal”, dijo Mario cuando, para sopresa de todos y bajo la lluvia, golpeó la puerta Micaela.
“Vengo a buscar la ropa de aquel que ni se quiere levantar de la cama”, justificó ante su cuñada, quien de inmediato le entregó unos pantalones de jean en una bolsa. En ese instante, Mario le pidió que se sentara. Con buenos modales solicitó que cuente el modo en el que vivían en esa casa con “ropero, televisión, cama, calentitos, bien”. Micaela empezó a llorar, quería irse, pero terminó reconociendo que no se ocupaba de sus hijos.
La existencia de esta parte de la familia, de esta porción de la historia, sigue siendo desconocida para las autoridades sanitarias. Ayer este medio quiso reportar los datos a dos funcionarios importantes de la gestión para colaborar con el seguimiento de la vida del resto de la familia y las respuestas indicaron en un caso que no se encontraba en San Pedro y en el otro que “ya habían hecho todo lo que podían hacer”.
El tema del sepelio fue solucionado por decisión del Intendente Cecilio Salazar, alrededor de las 14.00, cuando comenzó a circular la necesidad de reunir los 1500 pesos de diferencia entre lo que la comuna paga por el traslado de “un indigente” al de quien pretende hacer una mínima despedida en la sala velatoria y comprar un ataúd apenas un poco diferente al que proporciona el Estado local.
Al dolor, la indiferencia
Todos los datos y hechos aquí consignados fueron solo una parte del recorrido de este medio por una situación que, para sostener suequilibrio, tuvo su correlato en un diagnóstico de “muerte súbita” y, por ende, sin responsabilidad directa para los progenitores o las autoridades de la Salud.
Ese final para la vida de tantos bebés no discrimina entre clases sociales, sexos ni religiones. En el caso de Daiana, las lesiones corporales que daban cuenta de su abandono eran más que visibles en la piel llagada por el orín y la ausencia de higiene constituyen una alerta indispensable para medir la magnitud de la miseria social y cultural a la que se ha postergado a una gran porción de la población que transita sus años más productivos sin contacto con la educación y el trabajo.