Una larga espera que endulzó la miel
Diez familias originarias de la zona de islas recibieron los últimos elementos para apicultura que había prometido el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación tras entregar trajes y extractores hace un mes. Luego de una larga espera de seis horas, miel, abejas y colmenas partieron de noche y en canoa hacia los hogares isleños.
A las 11 de la mañana del Jueves, un llamado telefónico dibujó una sonrisa en el rostro isleño de Nélida, que en su casa en Lechiguanas preparaba la comida. Un vecino le avisó que pasado el mediodía llegarían al Puerto de San Pedro las herramientas de trabajo que el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación había prometido tras un relevamiento realizado casi en secreto durante principios de año.
Pasadas las 12.00, la espera comenzaba. A las 13.00 fueron llegando las canoas con los sueños de los habitantes de las islas. Uno de ellos, el receptor del llamado por parte de los agentes del Ministerio, anunciaba que a las 14.00 estarían los materiales.
Para viajar hasta el puerto, desde Lechiguanas, el bote con motor del yerno de Nélida pidió 20 litros de nafta en su tanque. En 40 minutos, atravesaron el río para comenzar la espera.
Las familias habían recibido la promesa de materiales para trabajar en apicultura, una tarea que algunos de ellos conocen y que otros se animan a hacer por las posibilidades que brinda el lugar donde viven. Algunos decidieron suspender la jornada de trabajo en la pesca para ir por el subsidio; otros tenían hielo listo en su canoa para salir a pescar en cuanto recibieran la donación.
Hace un mes habían recibido algunos materiales que les permitieron confiar en la posibilidad de trabajar en la apicultura: buzo de apicultor con máscara, sombrero, guantes y un pequeño extractor de miel por familia.
Ahora, llegaban por fin las colmenas y las abejas. Diez familias son las beneficiarias del proyecto del Ministerio que lidera Alicia Kirchner a través del que se entregan herramientas de trabajo para personas en situación de vulnerabilidad social que tengan conocimiento en algún oficio y muestren entusiasmo para desarrollarlo.
El sol de la siesta del Jueves hizo que muchos decidieran hacer el viaje hasta el Puerto local con sus pequeños hijos, a quienes no querían dejar solos en la isla. Los rostros curtidos por el viento y el río de estos hombres, mujeres y niños no ocultaron el entusiasmo ante la posibilidad de un horizonte de trabajo que los dignifique y los arranque por fin del trajín cotidiano en el que se pone en duda el contenido de la olla del día siguiente.
El mate acompañaba la espera, que se extendió hasta las 18.00, cuando se vio llegar una camioneta del Ministerio de Alicia Kirchner, que traía los elementos esperados: diez colmenas con abejas, alzas y la reina para cada uno de los diez beneficiarios. “Esto lo tenemos que pagar”, explicó uno de ellos. “Claro —agregó otro—, una vez que empecemos a producir, para cuando hagamos la primera cosecha de miel”. Eso será aproximadamente en el mes de Enero.
Los agentes del Ministerio se disculparon por la demora de más de cuatro horas argumentando que venían de la zona de Gualeguay, donde habían entregado similares cosas a otras familias de esa provincia. Labraron las actas donde consta la entrega a cada uno, presentaron las colmenas, abrieron una para mostrar que tenían las abejas y las entregaron.
A las 20.00, las familias de islas estaban listas para volver a casa. La noche y el frío serían la compañía del regreso.
En el caso de Nélida, su yerno y su nieta de cinco años, la oscuridad jugó una mala pasada: “No nos dimos cuenta y dimos contra una tapia. No se veía nada y hacía mucho frío. En un momento pensé que nos íbamos a tener que quedar a hacer noche ahí nomás, porque no sabíamos cómo salir, se nos había trabado el bote. Menos mal que nos fuimos corriendo para el costado y encontramos una hendija para volver al río y así pudimos seguir. Llegamos a la casa como a las diez de la noche”.
Ahora, los isleños que recibieron el subsidio deberán abocarse a la tarea de la cría de las abejas. Algunos tienen sus dudas respecto del gasto extra que les puede significar poner a producir las colmenas. Azúcar, cera y hasta los veinte pesos que pueden costar las pastillas para combatir un parásito externo que afecta a las crías implican una mueca en la boca del que vive de cazar y vender carpinchos o sostiene la familia con una jubilación.
Un trabajador de la apicultura y miembro de una Cooperativa de apicultores explicó a La Opinión las posibilidades reales de trabajo genuino que significa este subsidio: “Para empezar, eso que les entregaron sirve, claro. Eso sí, es necesario que se capaciten. Trabajando bien y conociendo las tareas pueden multiplicar al doble las diez colmenas que les dieron, haciendo un núcleo con cuatro cuadros y dándole a la reina azúcar con agua, para simular el néctar”.
La zona de islas fue históricamente un lugar propicio para la producción de miel. Pero algunos cambios en la floración hizo que San Pedro sea uno de los lugares donde más tarde se cosecha: “Ya no hay sauces, el desmonte, la sojización y la fumigación hicieron pelota las condiciones de la naturaleza en la zona”, explicó el apicultor.
Cada colmena puede dar 30 kilos de miel, lo que en diez colmenas suma un tambor de aproximadamente 300 kilos, para Enero. Ese tambor puede venderse por unos 2.000 pesos. “En otra época salían hasta 100 kilos por colmena. Hoy, con el estado de la naturaleza, eso es imposible”, relató el cooperativista.
Los habitantes de las islas que se vieron beneficiados con los elementos para criar abejas podrían llegar a vivir de la actividad, aunque recién unos cinco años después de su primera cosecha, cuando con unas 200 colmenas, alcanzarían a contar con unos 1.500 pesos mensuales por año de cosecha, poco más que el salario mínimo, vital y móvil, que hoy se fija en 1.240 pesos.
También podrían beneficiarse con la organización, pues no es lo mismo comprar los insumos necesarios para producir de manera individual que junto a otros productores de la misma actividad y la zona.
En la isla, los beneficiarios del plan de Desarrollo Social de la Nación son diez. Algunos conocen a fondo las técnicas propias de la actividad, otros están dispuestos a aprender. Todos están preocupados porque les dijeron que en la primera cosecha deben abonar un porcentaje de la producción como forma de devolución por lo recibido. Ninguna de las actas labradas dice algo al respecto y siempre se habló de subsidio, es decir una entrega sin devolución.
Nélida, en su casa, mira el horizonte y reza al Dios de las profundidades marrones por el sueño de un futuro mejor, que por estos días tiene forma de colmena y sólo el río sabe cuánto puede durar. Eso sí, siempre y cuando no terminen de echarlos quienes dicen ser los dueños del territorio y alambraron los predios cercanos a sus precarias viviendas con carteles de “propiedad privada de Deltagro”.