Un plan de parto que sienta un precedente en San Pedro
A 13 años de la sanción de la Ley de Parto Humanizado, una normativa nacional que garantiza derechos que en muchos nacimientos no se respetan, el caso de una madre sampedrina pone el tema en debate: “Ningún protocolo de una clínica puede estar por sobre una ley nacional”.
“La información nos hace libres”, dice María Cecilia Sciarra Paladini mientras se prepara para relatar la historia del nacimiento del bebé de dos meses que tiene en brazos. Guido, su cuarto hijo, nació en la Clínica Privada San Pedro en junio de este año con el primer plan de parto que se presentó en el centro asistencial.
“Mamá en construcción”
Así se define Sciarra, que reconoce que el transcurso de sus primeros dos embarazos fueron el disparador de una necesidad por conocer a fondo el proceso de “traer una vida al mundo” y la crianza de los hijos.
“La historia comienza con el nacimiento de mi hijo de 14 años. Fue por parto normal pero con las intervenciones ‘normales’ de la clínica: tuve oxitocina y episiotomía. No me gustaron, pero yo pensaba que era lo que tenían que hacer”, cuenta mientras recuerda que fue mamá a los 21 años y que crío a su hijo en la casa de sus padres.
Su segundo bebé llegó luego de casarse con Germán, su actual pareja. “Hace 7 años nació Rosa, también en la clínica por parto natural, pero con más intervenciones de las normales. Vos vas a la clínica y es común que te hagan todo eso, pero no es fisiológico. Me pusieron anestesia peridural, porque yo quise. Digo ‘Me pusieron’ porque estaba en la postura ‘hago todo lo que dice el médico, él sabe y yo no’”, continúa Sciarra. Sin embargo, con la llegada de Rosa también vino la inquietud: “Empecé a preguntarme si esto estaba bien, si era normal. Me sentía mal”.
Un parto en casa
Con Rosa creciendo, empezó luego la búsqueda de información. Internet, y sobre todo la red social Facebook, abrió la puerta a la familia Sciarra-Noat a un mundo de experiencias que confirmaban que “las cosas podían ser de otra forma”. Cuando dieron con la carrera de Puericultura a distancia _una disciplina que se encarga del estudio del sano desarrollo del niño durante los primeros años de vida_ todo cobró sentido: “Ahí fue cuando empecé a obtener información a caudales. Fue un sacudón de conciencia, de alimentación, de estilo de vida. Y sobre todo, fue confirmar que todo lo que yo sentía estaba bien, que no era yo la ridícula, la loca, la que le había ido mal en el parto”. Pero había que ponerlo en práctica, tener esa experiencia: “Tenía ganas de tener otro bebé, en mi casa, con partera, vivir todo ese proceso. Y llegó Gaia”.
Con el “prejuicio a flor de piel” por tener una “familia de médicos”, Sciarra y su esposo decidieron que el bebé que estaba gestando naciera en casa. El día del parto, desde Desde Buenos Aires llegó la partera que había elegido para que los acompañara: “Ella traía una especie de pileta inflable del patio pero que son piletas de parto y como en esa casa donde vivíamos no tenía gas natural, hubo que calentar el agua en una olla”.
Sciarra entró en trabajo de parto. Se metió a la pileta con muy poca agua y mientras esperaban que llegue Gaia la fueron llenando. “El agua reduce hasta un 50% el dolor de las contracciones”, explica. La bebé no nació en la pileta, sino en un banquito de parto, una especie de asiento que proporciona a las madres una posición cómoda y natural, contraria a la cama de parto, “que va hasta en contra de la ley de gravedad”.
“En el banquito pude afirmar los pies en la tierra y hacer fuerza. Ahí a los 3 pujos nació. Cuatro kilos trescientos. Me subí a la cama, me la puse en el pecho, al rato salió la placenta, hicimos un licuado de frutas con la placenta. Fue una experiencia alucinante”.
Como en casa, pero en la clínica
Fue “un temazo” decidir qué hacer cuando en octubre de 2016 Cecilia y Germán se enteraron de que un nuevo hijo venía en camino. “En el momento en que habíamos tenido a Gaia, la partera era como compañera y nos hizo un precio, pero ahora le teníamos que pagar viáticos y demás. También yo quería acompañar mujeres, y pensaba: ‘Si tengo un parto en mi casa, traigo gente de Buenos Aires, ¿qué posibilidades hay para las mujeres que acompaño acá?’ Era como elitista en cierta forma”, relata Sciarra sobre cómo comenzó a preparar la llegada de Guido, esta vez en la clínica.
Tras hablarlo con María Eugenia Vázquez, la obstetra, y el pediatra Carlos Gutiérrez, y luego de leer decenas de relatos de casos, Sciarra dio con la herramienta que necesitaba: un plan de parto, “algo tan sencillo como un documento en el que se pide el cumplimiento de la Ley Nacional de Parto Respetado”, que ella presentó por triplicado en Mesa de Entrada y que a los pocos días fue respondido afirmativamente por el presidente del Directorio, Miguel Ángel Plana. Con el terreno preparado y la tranquilidad de saber que estaría acompañada por una partera, su marido, la obstetra y una amiga que retrataría en imágenes el parto –esos eran algunos de los requerimientos–, sólo quedaba esperar el nacimiento.
Todo un despliegue
El 19 de junio de este año, Sciarra empezó con contracciones y las primeras señales de que Guido llegaría pronto. Acompañada por Ruth Aguilera, una partera sampedrina, por su marido y la obstetra, transcurrieron esas horas previas, que parecieron interminables.
“¿No era que el cuarto salía solo?”, bromea Sciarra mientras amamanta al bebé que finalmente nació el 20 en la sala de preparto de la Clínica, donde permanecieron luego porque no había habitaciones disponibles, algo que fue un alivio para Cecilia y Germán, que ya habían hecho “todo un despliegue” en el lugar.
“Me llevé la colchoneta y la pelota de yoga, una canastita con todas las cosas que yo ponía en una especie de altar de parto, con algunas estampitas, velas, la lámpara de sal, sahumerios, aceites esenciales, el bolso con la ropa del bebé, mi mochila. Fue una mudanza más o menos", contó.
Apenas llegó, pidió que bajaran el colchón de la cama al piso porque era muy alta y que sacaran la puerta del baño para que pudiera estar ahí también acompañada.
Todo fue como ella había querido: “Habíamos llevado arroz yamaní, frutas, galletitas. Esa era otra cosa que había puesto en el plan de parto: que si yo quería comer algo podía, que es algo que no te dejan hacer. Esas pequeñas cosas son tan importantes en ese momento”.
Sin embargo, el bebé todavía “estaba muy alto” y la madre, en el cansancio de la espera, estuvo a punto de pedir una cesárea: “La obstetra me decía que tenía la bolsa íntegra, y yo le digo qué podíamos hacer. Ese es el consentimiento. Me dijo que podía romper la bolsa. Cuando lo hizo fue un alivio. Me paré, me moví un poquito, me puse en el banquito de parto y fue a los 15 minutos llegó”.
Transcurrida “la hora sagrada”, los primeros 60 minutos que el bebé “necesita estar con la mamá, hacer la primera prendida de la teta, establecer un vínculo”, el pediatra pesó y monitoreó la salud de Guido, que había nacido con el cordón como “en bandolera”. “Nació el 20, el Día de la Bandera, como abanderado”, dice su mamá.
No es una “opción”
El caso de Cecilia Sciarra, que se difundió por redes sociales en grupos que bregan por el fin de la “violencia obstétrica” –un tipo de violencia de género reconocida por la ley–, llegó hasta mujeres de Baradero a quienes les rechazaron sus planes de parto. “Es importante saber que ningún protocolo de una clínica puede estar por sobre una ley nacional. No es una opción de atención, o una modalidad como dice la propia página del Ministerio de Salud”, remarca Sciarra sobre la normativa nacional –la Nº 25.929 y su reglamentación, el decreto 2035/2015– que establece que deben respetarse las particularidades y las decisiones de las madres, y que tienen derecho a estar acompañadas por quienes quieran, a que el bebé permanezca junto a ellas y a no ser sometidas a prácticas sin su consentimiento.